domingo, 22 de mayo de 2022

Varia Pasoliniana: carta de Pasolini a Calvino, 6 de marzo de 1956

 


A Italo Calvino 

Roma, 6 de marzo de 1956 


Queridísimo Calvino: 

tus dos cartas, la de la “editorial oficial” y la “personal”, me han llenado de alegría. En cuanto a la primera, lamentablemente, tengo que mantener la negativa: tengo un contrato con Mondadori, firmado hace un año, para un libro, La humilde Italia, que contiene precisamente los poemas de El Apenino y Las cenizas: ahora, lamentablemente, ya he enviado ese libro a Mondadori, dos o tres días antes de que caducara el plazo. Y me arrepentí, porque ahora está también Garzanti, con quien estoy muy relacionado (me paga para que pueda continuar con la segunda novela) y que lo quiere a toda costa. Los hechos han tomado este rumbo. Y pensar que el sueño de toda mi adolescencia era publicar mis versos en Einaudi (entonces habían salido las Ocasiones y el Rilke de Pintor)… En cuanto a tu segunda carta, habría que hacer un discurso largo como un volumen. Pero salte todo aquello que podría decirte acerca de la antología, que has entendido, en sus intenciones, como poeta. Una sola observación sobre cierta dificultad de mi posición crítica: una observación, por decirlo así, histórica. Creo que tiene poco en común con Garboli, Citati, etc., en cuanto a sus orígenes. Porque yo he comenzado a escribir cosas de crítica en el 40 y en el 41 y no algunos años después del 45. Hace mucho, como ves, que trabajo, y ciertos traumas de la propia formación literaria de uno son difícilmente curables. Eso de “alusivamente hermético” que tú sientes que subsiste en mi crítico crea que es una característica, por ahora, fatal, que se irá extinguiendo sólo muy lentamente. Además, mi tendencia a la crítica estilística, Spitzer-Devoto-Contini, me conduce fatalmente a cierta dificultad para los no iniciados en la terminología técnica (que es sin embargo tan cómoda, y ahorra largos derroteros aproximativos de palabras). En relación con las Cenizas de Gramsci dijiste cosas muy acertadas: el shelleysmo inserto en Gramsci y en Togliatti y el sabor meridional y romano de todo el movimiento obrero italiano (fusiones e híbridos que relativizarían la antítesis que he expresado en el poema justamente por oposición, dramáticamente) es un hecho que acepto como objetivamente real. Pero sólo que para ti lo es también en tu fuero íntimo, subjetivamente; para mí, no. Y no por mayor moralidad de mi parte, por la cual no puedo aceptar el acuerdo, el híbrido, la conciliación. En cierto sentido, tú eres mucho más rígido y moralista que yo. Pero en ti, justamente, ya sea por tu psicología, ya sea por tu experiencia personal, ese contraste no tiene sentido, se presenta como inútil o como pérdida de tiempo. Pero tal falta de prejuicios en mí se ve obstaculizada por: 1) una formación literaria quizá más precoz que la tuya: yo, a partir del 37, estaba en plena iniciación hermético-decadente, y con mi habitual violencia e insaciabilidad; 2) la excepcionalidad de mi eros, que ha sido un trauma pesadísimo y tremendo durante toda mi adolescencia y primera juventud. Hechos, tanto el I como el II, que aumentan vertiginosamente ese algo de shilleysmo que puede haber en ti, como en Gramsci o en Togliatti… Hasta hacer de ellos ya no un componente poco atendible, sino una “cantidad”, justamente, antitética. 3) El hecho de que mi hermano haya muerto a manos de los comunistas, aun cuando éstos eran de Tito o se habían pasado a él. Me hermano era la creatura más noble que he conocido; se fue con los partisanos cuando todavía no había cumplido diecinueve años, por pura fe y puro entusiasmo (no para huir, como hicieron muchos: no tenía todavía obligaciones militares de las que escaparse). Había partido con sentimientos comunistas. Luego, allá arriba, en las montañas, por una serie de circunstancias había entrado en las filas del “Osoppo” y se había inscripto en el Partido de Acción. Naturalmente, con el Osoppo, se había opuesto a las pretensiones de Tito que quería tomar para sí la Venecia Julia y el Friuli, y después de haber combatido como un héroe contra alemanes y mongoles, terminó muriendo como un héroe, muerto por comunistas enloquecidos y feroces. De ahí que para mí –que siempre voté por el PCI y que me siento comunista- la verdadera elección, la elección total sea tan dramática y difícil. Debes tomar las Cenizas de Gramsci como un hecho personal mío, no como un hecho paradigmático. 

En cuanto a los adjetivos, tienes razón, una y mil veces razón. Hay entre ellos y yo una lucha sorda, que termina a menudo con mi derrota: soy tan débil que termino aceptando cierto manierismo, aun avergonzándome de ello. Te abrazo con afecto. 

Tuyo Pier Paolo Pasolini

Trad: Diego Bentivegna

viernes, 13 de mayo de 2022

Varia pasoliniana: Fragmentos de Empirirismo eretico, Milán, Garzanti, 1972. De “Dal Laboratorio (Appunti en poète per una linguistica marxista)” [1965]

 Fragmentos de Empirirismo eretico, Milán, Garzanti, 1972. De “Dal Laboratorio (Appunti en poète per una linguistica marxista)” [1965] 

Trad: Diego Bentivegna



    ¿De qué cosa se hablaba antes de la guerra, es decir, antes que todo sucediese, y la vida se presentara como eso que es? No lo sé. Se hablaba de esto o de aquello, es cierto, se hablaba de pura e inocente fabulización (affabulazione. La gente, antes de ser eso que realmente es, era igualmente, a pesar de todo, como en los sueños. De todos modos, lo cierto es que yo, en aquel balcón, o estaba dibujando (con tinta verde o con el tubito del ocre de los colores al óleo, sobre el celofán), o estaba escribiendo versos. Cuando resonó la palabra “rosada”. Era Livio, el muchacho de los vecinos de la otra parte de la calle, los Socolari, quien hablaba. Un muchacho alto y de grandes huesos… Un campesino, por cierto, de esas tierras… Pero gentil y tímido, como lo son ciertos hijos de familias ricas, lleno de delicadeza. Porque los campesinos, se sabe, lo dice Lenin, son unos pequeños-burgueses. Sin embargo, Livio hablaba de cosas simples e inocentes. La palabra “rosada” pronunciada aquella mañana de sol no era más que una punta expresiva de su vivacidad oral. En verdad, aquella palabra, en todos los siglos de su uso en el Friuli que se extiende de este lado del Tagliamento, no había sido escrita nunca. Había sido siempre y solamente un sonido. Sea lo que fuere que estuviese haciendo aquella mañana, pintando o escribiendo, lo interrumpí por cierto de manera abrupta: esto forma parte del recuerdo alucinatorio. Y escribí de pronto unos versos, en aquel dialecto friulano de la rivera derecha del Tagliamneto, que hasta ese momento había sido solo un conjunto de sonidos: empecé, en principio, haciendo gráfica la palabra “rosada”. Esa primera poesía experimental ha desaparecido: sobrevivió la segunda, que escribí al día siguiente: 

Sera imabarlumida, tal fossàl 

a cres l´aga…. …………….. 

(…)


 En aquel período de Belluno, precisamente a los tres años y medio, experimenté los primeros accesos del amor sexual: idéntica a las que experimentaría luego y hasta ahora (atrozmente agudas desde los dieciséis a los treinta años): esa dulzura terrible y ansiosa que toma las vísceras y las consume, las quema, las contorsiona, como un vientito cálido, atormentadas, ante al objeto del amor. De ese objeto de amor recuerdo, creo, tan sólo las piernas –y, más precisamente, el hueco detrás de la rodilla con los tendones tiesos- y la síntesis de sus facciones de criatura distraída, fuerte, feliz y protectora (pero traidora, siempre convocada por otro). Así, un día fui a buscar a ese objeto de mi tormento, tierno-terrible, a su casa, subiendo por las escaleras de una casita de Belluno –que puedo ver todavía delante de mí- y golpee a la puerta, y pregunté por él: escucho todavía las palabras negativas, que me decían que no se encontraba en casa. Yo naturalmente no sabía de qué se trataba: sentía tan sólo al fisicidad de la presencia de ese sentimiento, tan densa y ardiente que me retorcía las vísceras. Me encontré entonces con la necesidad física de “nombrar” ese sentimiento, y en mi estado de hablante solamente oral, y no de escribiente, inventé un término. Ese término era, lo recuerdo perfectamente, “teta veleta”. 

    Narré en una oportunidad toda esta anécdota a Gianfranco Contini, que descubrió que se trataba, antes que nada, de un “reminder”, de un fenómeno lingüístico típico de la prehistoria: y luego que se trataba del “reminder” de una palabra del griego antiguo, “Tetis” (sexo, sea masculino o femenino, como todos saben). “Teta veleta” formaba parte absolutamente de mi “langue”, de la institución lingüística oral que usaba. Creo que en ese momento no confesé ese término a nadie (porque sentía que el sentimiento que definía era maravilloso, pero vergonzante): quizá sólo intenté preguntárselo a mi madre durante algún paso por el Piave, pero no estoy seguro de ello…. Siempre en la línea de la liberación en laboratorio del elemento puramente vocal en cuanto realidad histórica pasada, pero todavía presente en la lengua.

jueves, 5 de mayo de 2022

Varia pasoliniana: Anexos de La Divina Mímesis

 

Anexos de La Divina Mimesis


En Pasolini. Romanzi e racconti. Vol. II, Walter Siti y Silvia De Laude (eds), Milán, Mondadori, 1998. Las notas a pie de página son de Pasolini.

 

¿De qué otra cosa hablan entrando en el verdadero reino

de los hijos de Cam,

oliendo en la ciudad el destino

de los jóvenes delincuentes, cultivando su amistad,

los muchachos poetas?

Los de su edad, que todavía velan

bajo fuertes estrellas,

orgullosos de sus músculos serviciales,

levantando estacas para la fiesta

o árboles de Navidad,

hoscos y violentos como los padres,

que no son sino hijos traidores de la juventud:

van en pareja o en grupos

como fascistas, los inocentes: su elección

está hecha, y hablan

en las entradas o por largos pórticos

o en los primeros prados geométricos junto a las fábricas,

donde un rosetón está solo como en el fondo del mar, hablan

de aquello que hace felices a los felices. Pero ellos,

los hijos infelices,

hablan en cambio de literatura.

Han hecho un pacto con los patrones de la oscura noche

que las familias temen, conocen sus palabras obscenas,

como por una ciencia de más[1], del corazón,

pero, casi paternos,

con esos padres del pueblo, y con sus hijos fuertes,

y casi confortados por su procaz amistad,

con paso seguro por el adoquinado de los patíbulos

y de las procesiones, hablan de literatura.

También ahora, nuevos hijos poetas,

con el cabello largo,

hacen demostraciones anti-mundo[2], con un pie

en Pigalle o Trastevere y el otro en las cinematecas

o en los conservatorios, cantando sucios como changarines,

los cinturones que sostienen panzas de bárbaros,

y los flancos de enamorados de madres, los vientres

que imitan los de los obreros, pesados, con desesperado

pudor; cantan:

“Por la muerte de ese padre nuestro >barrigón<,

de esa puta pequeñoburguesa de nuestra madre,

de esos sucios burgueses[3] de nuestros hermanos,

de esos cerdos de nuestros abuelos, patrones de la industria,

que mantienen bajos los salarios manteniendo artificialmente

elevada la desocupación,

por la muerte de quien nos ha dado la vida,

desciende con tus tanques de guerra,

Arcángel, mano secular,

expulsa a los inocentes de sus hábitos,

del cine, de las cenas de Irrealidad,

de los paseos higiénicos,

de los domingos,

pon el desorden en los horarios de sus ciudades,

hazlos permanecer con la nariz en alto

horas y horas, esperando la llegada de los bombarderos,

hazlos estar noche y día en los sótanos,

esperando quedar sepultados en vida, 

en lugar de ir al teatro,

hazlos contemplar los hijos colgados de los ganchos

en lugar de esperar el resultado de la partida, etc., etc.

Lo sabemos, los primeros que serán muertos seremos nosotros,

jóvenes poetas que tal vez no serán jamás poetas,

que no sabrán sino hablar de literatura,

con el mismo amor de las bestias salvajes por el sol;

por lo pronto, ¡los más sorprendidos serán ellos!

¡Hitler, nuestro ejecutor, a menos que

nuestras maldiciones no sean sino verbales!”.

Y mientras hablan,

la luciérnaga cuyos ancestros conocieron tantos amores,

no sabe nada, y vuela como por primera vez en lo creado,

poliniza amores áridos

como su luz, 

en las tétricas noches de primavera.


Trad: Diego Bentivegna

 

 

                                                           [1965]



[1] <…> y simple

[2] contra la vida

[3] bienpensantes