miércoles, 18 de junio de 2025

Manifiestos

 Cien años después, leo que se retoma el Manifiesto de los intelectuales antifascistas de 1925. Sería bueno que se recordara que la réplica de los intelectuales "no fascistas" fue redactada e impulsado por Benedetto Croce, una de las figuras de pensamiento más relevantes de la primera mitad del siglo XX. Lejos del marxismo y de las posturas de izquierda, Croce era básicamente un gran señor liberal, un teórico del liberalismo como postura vital. De ahí, tal vez, su presencia en Sur. Gran parte de Borges no se entiende sin Croce, ojo, y Croce, sin quererlo, explica la facilidad de las lecturas europeas, sobre todo en Italia, del argentino. Tampoco se entiende a Gramsci sin Croce.

El texto era, además, la respuesta a la carta de los intelectuales que sostenían a Mussolini, redactada por Giovanni Gentile, examigo de Croce y seguramente el filósofo italiano más potente de la época (Negri dice algo así: a principios de siglo, estaba Husserl, estaba Bergson, estaba Gentile) y la figura intelectual más prominente y reconocida (también por sus opositores) del régimen.
Gentile, además, fue un lector muy inteligente de Marx, reconocido incluso por Lenin. Veía, además, en el fascismo la culminación del proceso histórico y político del Risorgimento, por el que Italia había logrado la unidad en el siglo XIX y había iniciado su historia como nación independiente y soberana. Mondolfo, bastante maltratado por Gramsci y refugiado en la Argentina luego de la implementación de la legislación antisemita en 1938, reconoció en varias oportunidades el sostén de Gentile. En fin. Nada es lineal.



lunes, 9 de junio de 2025

Filología y opinión


Filología: leer lentamente, atender al texto, a sus voces y a sus respiros, a sus puntos y a sus silencios. No llenarlos, sino escucharlos.
Quitarles, en lo posible, la hojarasca, la interpretación mediática, con su violencia de sentido y su voluntad de encontrar en los textos aquello que se quiere encontrar. Opacar la otra voz, la voz otra, que los habita.
Estoy revisando bibliografía para trabajar algunos textos de Primo Levi.
Encuentro varios errores, atribuibles, en parte, a momentos donde la filología se opaca.
Judith Butler, por ejemplo, en su artículo "Primo Levi y el presente", que forma parte del volumen "¿A quién le pertenece Kafka?" publicado hace un tiempo por la editorial Palinodia de Santiago de Chile repone la siguiente, supuesta cita de un artículo de Levi:
"Todos son el judío de alguien. Y hoy por hoy los palestinos son los judíos de Israel".
Bien, la frase pude ser justa o no, pero lo cierto es que esa no es una frase de Levi.
Levi escribió, sí, "Todos son el judío de alguien". "Ognuno é l´ebreo di qualcuno". Cada uno es el judío de alguien.
Cada uno es otro de otro uno. Algo así.
No es, en rigor, una frase fácilmente asignable a él, sino tal vez a alguno los personajes de la novela en la que aparece, Si no ahora, cuando, de 1982, que narra un episodio de resistencia armada de partisanos judíos en Bielorrusia. La frase sigue, sin embargo, sin ninguna referencia a Palestina y a los palestinos, sino a las poblaciones de Europa centro-oriental, concretamente a los polacos, de quienes se dice que en ese momento del relato son los judíos de alemanas y de rusos. Alude a las políticas destructivas contra la nación polaca, implementadas con odio y rigor por ambos totalitarismos.
La fuente del error de Butler es un artículo del diario Il manifesto, un periódico que yo sigo con atención, que en un artículo sobre Levi, también de 1982, repone la frase correcta de Levi, con todas las comillas del caso. El comentario sobre los palestinos es un agregado del autor de la nota. Eso está bien claro. El problema que el enunciado empezó a circular sin las comillas, atribuido directamente a Levi, lo cual es una monstruosidad filológica. Una monstruosidad iniciada con la publicación de la cita defectuosa nada menos que en el New Yorker.
Al parecer, muchos críticos y pensadores leen más el New Yorker y a aquellos que citan el New Yorker, acaso sin saberlo, que las fuentes en las que en teoría trabajan.
Levi pensó en varios momentos de su vida la fundación del Estado de Israel, la relación con el mundo árabe y, en especial, con los palestinos. Comprendió y entendió la necesidad de la fundación de un estado judío, y fue también un crítico certero y furibundo de sus políticas, sobre todo a partir de 1967, hasta que en un momento, un poco cansado de las apropiaciones mediáticas (antes de la idiotización generalizada de Internet y las redes) decidió no hablar más del tema.
Pero nunca pronunció esa frase.
Como decía Karl Kraus, más o menos, poner bien las comas, en este caso las comillas, es una cuestión ética, responsable y profunda.
A quien le interese el tema: en el sitio de la Fundación Primo Levi hay un artículo de Doménico Scarpa que trata específicamente este caso.




D.B.

https://www.primolevi.it/sites/default/files/documenti-correlati/Scarpa-%20Soave%20Sole%2024%20ore%20.pdf?fbclid=IwY2xjawKztQxleHRuA2FlbQIxMQBicmlkETFRbW5INHhXRmlicVZzYVo0AR6g8lJieXPnZwL1svbZ6JvMTDTg3nRxeINfDw8v5Bcx7p7jl7DG90bMQCqNLg_aem_Gwy0WtlPRdkP2D-RwXt-HA

sábado, 31 de mayo de 2025

Giorgio Agamben, Idea de la única

 

De algunas carpetas empolvadas de Schlemihl, esta traducción de un texto de Agamben sobre Celan, Dante e così via.

PD 2025: Versión corregida. 








En 1961, en ocasión de una encuesta del librero Flinker de París sobre el problema del bilingüismo, Paul Celan respondió lo siguiente:


No creo en el bilingüismo en poesía. Una lengua doble, sí, existe, incluso en muchas obras de arte contemporáneo, especialmente en aquellas que saben ponerse de acuerdo convenientemente con el consumo cultural de turno, tanto políglota como polícromo.
La poesía es la unicidad destinal [destinale] del lenguaje. No, por lo tanto, –permítaseme esta verdad banal, hoy que la poesía, como la verdad, se esfuma a menudo en la banalidad-, no, por lo tanto, la duplicidad.

En un poeta judío de lengua alemana, nacido y criado en una región, la Bucovina, donde se hablaban corrientemente, además del yidish, al menos cuatro lenguas, esta respuesta no podía haber sido dada a la ligera. Cuando, apenas terminada la guerra, en Bucarest, sus amigos, con el objeto de convencerlo en transformarse en un poeta rumano (se conservan, de este período, sus poesías escritas en rumano), le recordaban que no habría debido escribir en la lengua de los asesinos de sus padres, muertos en un campo de concentración nazi, Celan respondía simplemente: “Sólo en la lengua materna se puede decir la verdad. En una lengua extranjera, el poeta miente”.
¿Qué clase de experiencia de la unicidad de la lengua se ponía en cuestión aquí según el poeta? No simplemente, por cierto, la de un monolingüismo que usa a la lengua materna excluyendo a las otras, pero en el mismo plano que éstas. Más bien, es pertinente aquí esa experiencia que Dante tenía en mente cuando escribía, sobre el hablar materno, que éste “uno e solo è prima ne la mente”. Hay, en efecto, una experiencia de la lengua que presupone siempre palabras –es decir, en la que hablamos como si tuviésemos siempre palabras para la palabra, como si tuviésemos siempre una lengua incluso antes de tenerla (la lengua, que entonces hablamos no es nunca única, sino siempre doble, triple, presa de la fuga infinita de los metalenguajes); y existe otra experiencia, en la que el hombre se encuentra, por el contrario, absolutamente sin palabras frente al lenguaje. La lengua para la cual no tenemos palabras, que no finge -como lengua gramática- ser incluso antes de ser, sino que “è sola prima in tutta la mente” es nuestra lengua, es decir la lengua de la poesía.
Por ello Dante no buscaba en De vulgari eloquentia esta o aquella lengua materna elegida entre la selva dialectal de la península, sino sólo aquel vulgar ilustre que, expandiendo su perfume en cada una, no coincidía con ninguna; por ello, los provenzales conocían un género poético –el desacuerdo- que certificaba la realidad de la lengua remota sólo en el babélico decir de los múltiples idiomas. La lengua única no es una lengua. Lo único, en el que los hombres participan como en la única verdad materna posible, es decir, común, está siempre dividido: en el momento en el que alcanzan la última palabra, ellos deben tomar partido, elegir una lengua. Del mismo modo, nosotros podemos, hablando, decir sólo alguna cosa –no podemos decir únicamente la verdad, no podemos decir solamente que decimos.
Pero que el encuentro con esta única lengua, dividida e imperceptible, constituya, en este sentido, un destino, implica admitir que sólo en un momento de debilidad el poeta se ha dejado arrancar. ¿Cómo podría, en efecto, haber un destino, allí donde no hay todavía palabras significantes, allí donde no hay todavía identidad en la lengua? ¿Y en quién tendría lugar el destino si, en ese punto, todavía no somos hablantes? Nunca tan intacto, lejano y sin experiencia es el infante como cuando, en el nombre, está sin palabras frente a la lengua. El destino concierne solamente a la lengua que, frente a la infancia del mundo, jura poder encontrarla, jura tener alguna cosa que decir de ella y sobre ella, desde siempre, además del nombre, algo que decir.
Esta vana promesa de un sentido de la lengua es su destino, es decir, su gramática y su tradición. El infante que, piadosamente, recoge esa promesa y, aun mostrando la vanidad de ésta, decide, con todo, la verdad, decide acordarse de ese vacío y llenarlo, es el poeta. Pero, en ese punto, la lengua está delante de él tan sola y abandonada a sí misma, que no se impone ya de ninguna manera –más bien (son todavía palabras, tardías, del poeta) se expone, absolutamente. La vanidad de las palabras ha alcanzado aquí verdaderamente la altura del corazón.

Extraído de Giorgio Agamben, Idea della prosa, Macerata, Quodlibet, 2002, pp. 29-31. Traducción: Diego Bentivegna.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Primo Levi - El sobreviviente (poema)

 El sobreviviente


Para B. V.


                Since then at an uncertain hour.


Después de entonces, a una hora incierta,

Aquella pena regresa, 

Y si no encuentra a quien la escuche,

Le quema en el pecho el corazón. 

Vuelve a ver el rostro de sus compañeros

Lívidos en la primera luz,

Grices por el polvo del cemento,

Indistinguibles por la niebla, 

Teñidos de muerte en los sueños inquietos,.

De noche aprietan las mandíbulas

Y bajo la piedre leve de los sueños

Mastican un nabo que no está.

“Fuera de aquí, gente sumergida.

Váyanse. No he suplantado a nadie.

Nadie ha muerto en mi lugar. Nadie.

Vuelvan a sus nieblas. 

No es mi culpa si vivo y respiro

Y como y duermo y visto ropa”.


4 de febrero de 1984


Versión: D. B.











Il superstite

                            Since then, at an uncertain hour.



Dopo di allora, ad ora incerta,

Quella pena ritorna,

E se non trova chi lo ascolti

Gli brucia in petto il cuore.

Rivede i visi dei suoi compagni

Lividi nella prima luce,

Grigi di polvere di cemento,

Indistinti per nebbia,

Tinti di morte nei sonni inquieti:

A notte menano le mascelle

Sotto la mora greve dei sogni

Masticando una rapa che non c’è.

“Indietro, via di qui, gente sommersa,

Andate. Non ho soppiantato nessuno,

Non ho usurpato il pane di nessuno,

Nessuno è morto in vece mia. Nessuno.

Ritornate alla vostra nebbia.

Non è mia colpa se vivo e respiro

E mangio e bevo e dormo e vesto panni".


4 febbraio 1984


Ungaretti: "Venga del número o venga del sueño, ¿puede la belleza no ser horrenda?"

 


Rodeándolos de fiebre, sembrando el miedo a muchas millas a la redonda, el tiempo ha defendido para nosotros de la muerte el milagro de su fuerza. Esa que vemos crecer, dominar, hacerse árida, terrible, inhumana, y volverse pura a medida que nos acercamos.


Ahora que estamos cerca, sucede que una bandada de cuervos emprende el vuelo desde el templo de Poseidón; y en cuanto está en el aire, un primer cuervo lanza su graznido; los demás responden repitiendo ese grito una y otra vez. De nuevo el corifeo rasga el aire: esta vez las grajas son dos, de un tono notablemente más alto; y el coro repite los versos, acelerando el ritmo. Después, en una confusión de chillidos, desaparecen.... Puede que sea porque han anidado allí durante tantas generaciones, puede que sea casualidad, puede que sea la naturaleza de estos pájaros sombríos, pero la métrica de su canto es la del templo.



No se lo describiré. Sólo diré que, en el frente, el tímpano y las columnas dóricas nos muestran un travertino como vidrio inflamado: en el corazón de la piedra arde la luz que no consume, y brilla su sagrada indiferencia. A los lados, en cambio, está la trágica sensación de la decadencia: columnas vaciadas por largos años con los laberintos de la putrefacción; y parecen setas oxidadas, e incluso momias despojadas de sus envoltorios. Y así, dando vueltas a su alrededor, el hombre alcanza el último límite de la idea de su nada, en presencia de un arte que con su justa medida lo aplasta. Los otros dos templos, de color más apagado, de un trabajo más grácil y menos religioso, parecen, al no tener más que las columnas del perímetro en pie, viejas jaulas arrojadas allí.


(...)


Este campo pronto verá volver sus célebres rosas; Pero el cielo tiene ahora algunas rosas, y esta noche su brevedad es fulmínea.


Mirabar celerem fugitiva aetate rapinam;

Et, dum nascuntur, consenuisse rosas.


¡Oh, las cosas seductoras pasan, y la medida, que, sin piedad, las hace parecer mudables, es, en ese templo, de una impasibilidad escalofriante!



Venga del número o venga del sueño, ¿
la belleza puede no ser horrenda?



Todo lo otro que nos conmueve, no vendrá sino de la melancolía.




Giuseppe Ungaretti, "La rosa di Pesto", fechado en Salerno el 14 de mayo de 1932.


Versión: D. B.


miércoles, 30 de abril de 2025

martes, 22 de abril de 2025

Bergoglio, Francisco y la literatura

 Buenos días!

Escribí para Perfil un artículo sobre Francisco y la literatura, a partir un poco del posteo que subí ayer. Acá, el texto:
Jorge Mario Bergoglio, se sabe, fue profesor de Literatura durante un cierto período de su vida (“entre 1964 y 1965, con 28 años), cuando ejerció la docencia en el colegio jesuita de Santa Fe, uno de los más antiguos y prestigiosos del país. De hecho, hay una foto que retrata al futuro pontífice en los años 70, en el Seminario de San Miguel. Bergoglio había invitado al autor de El Aleph a charlar directamente con sus alumnos, futuros sacerdotes.
Hace menos de un año, ya en su rol de jefe máximo del catolicismo, Francisco dio a conocer una carta apostólica sobre “el papel de la literatura en la formación” que, tal vez, es uno de los últimos grandes acontecimientos en los debates por la enseñanza no solo de la literatura sino, en general, de las humanidades, como se sabe, hoy fuertemente cuestionadas por los poderes de turno.
Karol Wojtyla escribía poemas. Joseph Ratzinger fue un tratadista temible. Bergoglio, en cambio, parece sentirse más en casa en el campo de la enseñanza y de la crítica.
La carta pasa por Borges y por el teólogo Karl Rahner; pasa por los ensayos de T.S. Eliot y por las reflexiones en torno a la literatura como telescopio de Marcel Proust; pasa, sin sentirse en la necesidad de nombrarlos, por Bajtín y por Levinas; pasa por Jean Cocteau y por San Pablo y se cierra con ese otro Pablo: se cierra con Celan, el poeta judío sobreviviente de la guerra y del extermino cuya obra llevó a Adorno a revisar su famosa frase sobre la condición de la poesía después de Auschwitz.
Por supuesto, no hay que ser tan ingenuos de leer en esa carta apostólica estrictamente la posición de una persona en particular, de Bergoglio como singular, acerca de la literatura. Tampoco habría que leerla como un mensaje que apuntara de manera excluyente a la formación del sacerdocio. Por el contrario, la carta es una síntesis lograda de un apostolado acerca del lugar de la literatura y de su enseñanza que involucra a diferentes sujetos comprometidos con la formación literaria y que piensa, fundamentalmente, en el lugar de los docentes.
Lo más interesante del mensaje del Papa sobre la enseñanza de la literatura es que esta no puede entenderse ya como una práctica ligada con la difusión de una doctrina. La literatura no interesa por su adhesión a un dogma, ni por la transmisión de mensajes edificantes (tal vez la gran tara de la concepción de literatura en sectores religiosos), ni por el carácter programático asociado con la puesta en texto, con la puesta en relato o con la puesta en poema, de un saber teológico, filosófico o político. Lo que interesa de la literatura, y en este punto Bergoglio parece haber asimilado de manera potente la enseñanza de autores argentinos como el ya mencionado Jorge Luis Borges o como Leopoldo Marechal (a quien, acaso no por casualidad, nombra Cristina Fernández en la despedida del Papa que publicó hoy mismo en su cuenta personal de X), es que ella es el lugar donde se explora una voz: una forma que se persigue, que se busca, más allá de que en algún momento pueda ser efectivamente apresada, como en la caza de la lengua que postulaban, cada uno a su modo, dos fundadores de tradiciones literarias a los que Bergoglio seguramente no podía permanecer ajeno en tanto miembro de una condición “itálica” dispersa por el mundo y en tanto latinoamericano: Dante y Darío.
Papa Francisco
Pero la literatura, sostiene la carta apostólica del año pasado, no se limita a una busca de una voz propia. Es, al mismo tiempo, escucha de una alteridad: escuchar la voz de alguien es también “escuchar la voz de otro que nos interpela”. La contracara de eso que hace la literatura con sus lectores es una práctica de la voz única, de la voz monológica, donde todo remite a un plano de sentido unificado y monocorde, donde el otro es objeto de representación estereotipada, de burla, de rechazo, de conmiseración o de pena. En literatura, sostiene Bergoglio, no se trata de objetivar al otro en una identidad cómoda y fácilmente digerible, sino de desplazar la mirada hacia algo imprevisto y a menudo indeseado: ver con los ojos de los demás.
Asimismo, la literatura, al menos la literatura que parece interesarle a Bergoglio, es el lugar donde se realiza experiencia de vida. Tal vez en sintonía con algunos regresos contemporáneos a la gran tradición filológica del siglo XX, la literatura, para el papa recientemente fallecido, no opera ni en el plano de la verdad ni en el plano de la mentira, ni en el plano del reflejo ni en el plano de la pureza expresiva. No opera, sobre todo, en el plano de un juicio, ético o moral, sobre aquello con lo que la literatura trabaja, temas, situaciones o personajes. La literatura actúa, más bien, en el campo de la proyección de un saber sobre la vida, que es al mismo tiempo un saber sobre la convivencia (¿cómo vivir juntos?) y sobre las formas heterógeneas de sobrevivir. Y que es, siempre, un saber que se interroga sobre sus propias condiciones, vacilantes o precarias, que son al mismo tiempo su potencia.
En un momento, la carta de 2024 habla de la “polifonía de la revelación”: una revelación que se apoya en los cruces, las mezclas y las luchas de voces que definen una práctica, la literatura, que Bergoglio, como evidencian las citas de escritores y poetas en sus encíclicas papales, nunca había olvidado.
Enlace a la nota: https://www.perfil.com/noticias/opinion/de-borges-ts-eliot-proust-y-celan.phtml?fbclid=IwY2xjawJ0W85leHRuA2FlbQIxMQBicmlkETFjTWVaWHh4QW1Qbm5kaDdPAR7ZWAZiXO0mLzm0MD9nzlJ1pghWBPykjzXP1WX2OZvirw16WOadkkz0jYOUvg_aem_TEDW-4BcOvowSDKFDvRzbQ