lunes, 30 de octubre de 2023

Mario Luzi, El silencio, la voz.


El cosmos humano tiene también su lengua silenciosa, así como la palabra se carga de todos los pasajes del sufrimiento que están impresos en ella, y la voz siempre un poco jadeante del mar ininterrumpido de la mutación, del devenir, de la historia. El silencio está lleno de palabras calladas o hechas callar o reprimidas u obliteradas... 

Y luego está la voz humilde o perdida de aquellos que la han usado para provocar la tuya, que han interrogado para que respondieses. La voz del poeta se conjuga con esas voces, se inserta o chirría en ese canto compartido. En todas sus formas implícitas o explícitas el lenguaje de la poesía se vuelve diálogo.


De Il silenzio, la voce, 1984.


Traducción de Diego Bentivegna


 










sábado, 28 de octubre de 2023

Giorgio Agamben, ¿Qué es un filólogo?

 

Giorgio Agamben, ¿Qué es un filólogo?, en Fine secolo, domingo 28 de abril de 1985; el texto de A. se incluye un dossier dedicado a Giorgio Pasquali.

    Que la filología sea, o haya sido, una de las características más tenaces de la cultura italiana nadie estaría en condiciones de negarlo. Pero qué es lo que sea esa extraña creatura que llamamos filólogo, sobre eso, no será fácil encontrar consenso, aunque justamente en nuestra tradición el filólogo ha convivido en estrecha simbiosis con el filósofo y, más aún estrechamente, con el poeta (fueron filólogos Petrarca y Poliziano, Vico, Leopardi, Pascoli, e incluso una práctica filológica está implícita en la poesía de Zanzotto y en toda vanguardia seria). En esa suerte de manifiesto de la filología humanística que es la Lamia de Poliziano, junto a la preciosa definición del filósofo-filólogo como phylomithos et fabellae studiosus, es decisivo el gesto con el que Messer Angelo reivindica, y al mismo tiempo niega, la propia dignidad de filósofo: no quiero que se me llame filósofo -escribe precisamente cuando está definiendo la filosofía-; no quiero más nombre que el de “gramático” (es decir, en la lengua de su tiempo, filólogo).

    Es singular que, casi cinco siglos más tarde, Benjamin aduzca una análoga “ascesis filológica” para defender el propio método de pensamiento contra el rappel à la ordre hegeliano de Adorno. Del mismo modo, en la cultura italiana más reciente, poesía y filosofía se encuentran a menudo, más que entre los que hacen de ella su profesión, allí donde no se espera encontrala: entre los filólogos, por ejemplo, y entre aquellos “escritores en función de otra cosa”, a los que correspondería un lugar primario en una historia de la literatura italiana que se hubiese liberado, según la advertencia de Contini, de su fundamento exclusivamente bellaletrado.

    Con respecto a Pasquali, cuya amplísima inteligencia de escritor ignoró siempre las barreras disciplinarias, es cierto que siempre ha mantenido el nombre de filólogo, llegando una vez (en referencia a W. Meyer, descubridor de una ley que regula el ritmo de la prosa griega) a reivindicar, para la obstinada obsesión filológica en lo particular, una especie de genial “locura platónica”.

 

    De qué modo debería ser entendida esta muy filosófica “locura filológica”, en ningún lugar lo llegó a expresar con tanta brevedad que en su bellísimo libro sobre las Cartas de Platón: “De otros trabajos míos… me distancié con un sentido de saciedad y al mismo tiempo de liberación -cerrar el libro, alejarme de Platón, para mí es grave, porque sé que nunca tuve contacto con un espíritu más alto”. En este contacto con el espíritu, en la materialidad de este tocar, se debe reconocer la característica más propia de la filología de Pasquali: en el amor de la palabra por su aspecto más palpable -y tan sólo en ello-, tocar el pensamiento.







Traducción: Diego Bentivegna

lunes, 23 de octubre de 2023

Un poema de Mario Luzi




Mario Luzi

Las ánimas

 

En todos lados, fuego, fuego calmo de maleza, fuego

en los muros donde flota una sombra vaga

sin fuerzas para imprimirse, fuego

más allá, que a agujazos sube y baja

la colina hacia su extensión de cenizas,

fuego desde las copas de las ramas, desde las pérgolas.

 

 

Aquí, ni antes ni después, en el tiempo justo,

ahora que todo en torno la hondonada

festiva y triste pierde vida, pierde

fuego, me doy vuelta, enumero mis muertos,

y la teoría parece más larga, palpita

de rama en rama hasta el primer cepo.

 

Dales la paz eterna, llévalos

a salvo fuera de este remolino

de cenizas y de llamas que se agrupa

ahogado en la garganta, se dispersa

en los senderos, vuela incierto, desaparece;

haz que la muerte sea muerte, y no otra cosa

que la muerte, sin lucha, sin vida.

Dales paz, paz eterna, cálmalos.

 

Allí, donde es más densa la guadaña,

aran, empujan las tinas hasta el fondo,

parlotean en las tranquilas mutaciones

de hora en hora. El cachorro se estira

en el huerto, cerca de la esquina, se adormece.

 

Un fuego casi tibio basta apenas,

si es que basta, para poner en riesgo hasta que dure

esta vida del bajo bosque. Otro,

sólo un otro podría hacer el resto

y más aún; consumar esos despojos

cambiarlos en luz clara, incorruptible.

 

 

Reposo de los muertos por los vivos, reposo

de vivos y muertos en una llama. Atízala:

la noche está aquí, la noche se propaga,

tiende entre los montes su vibrión de araña,

rápido el ojo no sirve más, queda

el conocimiento por ardor o lo oscuro.



De Onore del vero, Venecia, Neri Pozza, 1957.

Trad: Diego Bentivegna