sábado, 30 de octubre de 2010

Lo trágico y lo celebratorio


Lo primero fueron unos gritos que llegaban como una masa sólida, como un rumor o como el ruido de una máquina; después, recién, el auto negro y las motos con las bandreras argenitnas.
Ayer vimos a pasar él cajón de Néstor por Libertador. Lo corrimos entre gritos una cuadra pero el auto iba muy rápido y se perdió en seguido como un punto negro en el asfalto.
Las exequias de Néstor fueron épicas, maquínicas, en la serie de las grandes despedidas del siglo XX. Las de Alfonsín, en cambio, me parecieron del siglo XIX, exequias epidícticas (recordemos, uno de los géneros de la retórica griega, el género, justamente, de los discursos fúnebres), con sus palabras hinchadas y su ir en andas, Cobos a la cabeza, hasta la Recoleta. Se estaba despidiendo definitivamente a un anciano que había muerto, a una momia política. En las exequias de Néstor no hubo discursos, sino un diálogo con Ella, como si estuviéramos, me comenta un amigo, ante una representación trágica de Estado, a un resurgimiento de los coros, con su violencia dionisíaca apenas contenida, a una resurrección de las enunciaciones colectivas, del escenario agónico.