A ROBERT KLOPSTOCK
Matliary, junio de 1921
Querido Klopstock,
Pabellón
de reposo, con el antiguo insomnio, la antigua fiebre en los ojos, la presión en las sienes:
… a ese respecto nunca fui escéptico,
aunque sí asombrado, angustiado, con tantos interrogantes
en la cabeza como mosquitos hay en este prado. En la situación más o menos de esta
planta que se halla a mi do, no del todo sana, levanta sin duda la copa hacia
el sol —¿quién no haría lo mismo?—, pero llena
de secreta prudencia a causa de lo que ocurre en sus raíces y en su savia; algo ha sucedido allí,
todavía sucede, pero ella tiene datos imprecisos,
temerosos, acerca de eso y, no obstante, no puede inclinarse, arañar el suelo y comprobar sino que debe imitar a sus
hermanas y mantenerse enhiesta, eso es lo que hace, pero fatigosamente.
Yo podría
imaginarme otro Abraham, quien, ciertamente, no me remontaría hasta el patriarca, ni siquiera hasta el ropavejero,
otro Abraham que estuviera preparado como un camarero para cumplir prestamente
con la exigencia del sacrificio, pero que no pudiera ejecutarlo porque no puede
abandonar su casa, pues él es imprescindible,
los negocios lo reclaman, siempre queda algo por ordenar, la casa todavía no está lista, y sin que la
casa esté lista, sin ese sustento él
no puede marcharse, así lo entiende también
la biblia: “él dispuso su casa” y por cierto que Abraham tenía previamente muchas cosas y en cantidad; si no hubiera
tenido la casa, ¿dónde hubiera criado a su hijo, en qué viga hubiera colocado el cuchillo del sacrificio?
Al otro día:
he meditado más aún sobre ese Abraham,
pero son viejas historias, no valen la pena, sobre todo el verdadero Abraham,
tenía todo desde antes, fue dirigido hacia su acción desde la niñez, no alcanzo a ver
el salto. Si él ya tenía todo y sin embargo
debía ser conducido toda vía
más arriba, se le tenía
que despojar de algo, al menos aparentemente, esto es a causa de lo otro y no
constituye un salto. Muy distinto
de los otros Abrahames, los más encumbrados, que están
en su solar y de repente tienen que acudir al Monte Morija; si cabe, todavía no tienen un hijo y ya deben sacrificarlo. Estas son
imposibilidades y Sara tiene razón cuando se ríe. Sólo persiste la
sospecha de que intencionadamente esos hombres no han terminado de poner a
punto su casa y —para mencionar un gran ejemplo—
ocultan su rostro en trilogías mágicas y así no tener que levantarlo
y mirar la montaña que está a lo lejos.
Pero imaginemos otro Abraham. Uno que quiera realizar el sacrificio con
absoluta justicia y que posea la templanza adecuada para
tal propósito, pero que no pueda creer que él sea el elegido, él, el repugnante, viejo y su hijo, el sucio
muchacho. A él
no le falta la verdadera fe, él tiene esa fe, él haría el sacrificio según el justo mandato si pudiera creer que es el elegido. Su
temor es que deba partir con su hijo al igual que Abraham, pero que en el
camino se convierta en Don Quijote. Al verlos el mundo se hubiera horrorizado
después con Abraham, aunque él
hubiese temido que el mundo se hubiera muerto de risa con el espectáculo. No es lo ridículo como tal lo que
él temería —aunque en parte sí, sobre todo el reírse al unísono— sino en particular el que esa risa lo convirtiera en más viejo y repulsivo, convirtiera a su hijo en más sucio y menos digno de ser elegido. ¡Un Abraham que llega sin ser llamado! Es como si el mejor
alumno hubiera de recibir solemnemente un premio a fin de año y, en el silencio que preanuncia la espera, el peor
alumno, debido a un error de audición, se levantara de su sucio último banco, pasara
al frente y provocara la risa de toda
la clase. Y quizás no fuera un
error de audición, quizás
su nombre fuera realmente pronunciado, tal vez el premio al mejor fuese, de
acuerdo con el criterio del maestro, al mismo tiempo un castigo al peor.
Terribles cosas. Suficiente.
Usted se queja de la dicha solitaria
y ¿qué me dice de la desdicha solitaria? Sin duda forman un par. De Hellerau no hay noticias, me preocupa. Si Hegner
reflexiona hubiera
enviado una carta
de inmediato avisando
que reflexiona.
¿Nuestro
interés en Hellerau?
Es algo indisoluble.
Su K.
(Traducción: Hugo de Gottardi)
Revista Escrita, Córdoba. Nro. 5, Noviembre
1983. pp. 43-52.