sábado, 31 de mayo de 2025

Giorgio Agamben, Idea de la única

 

De algunas carpetas empolvadas de Schlemihl, esta traducción de un texto de Agamben sobre Celan, Dante e così via.

PD 2025: Versión corregida. 








En 1961, en ocasión de una encuesta del librero Flinker de París sobre el problema del bilingüismo, Paul Celan respondió lo siguiente:


No creo en el bilingüismo en poesía. Una lengua doble, sí, existe, incluso en muchas obras de arte contemporáneo, especialmente en aquellas que saben ponerse de acuerdo convenientemente con el consumo cultural de turno, tanto políglota como polícromo.
La poesía es la unicidad destinal [destinale] del lenguaje. No, por lo tanto, –permítaseme esta verdad banal, hoy que la poesía, como la verdad, se esfuma a menudo en la banalidad-, no, por lo tanto, la duplicidad.

En un poeta judío de lengua alemana, nacido y criado en una región, la Bucovina, donde se hablaban corrientemente, además del yidish, al menos cuatro lenguas, esta respuesta no podía haber sido dada a la ligera. Cuando, apenas terminada la guerra, en Bucarest, sus amigos, con el objeto de convencerlo en transformarse en un poeta rumano (se conservan, de este período, sus poesías escritas en rumano), le recordaban que no habría debido escribir en la lengua de los asesinos de sus padres, muertos en un campo de concentración nazi, Celan respondía simplemente: “Sólo en la lengua materna se puede decir la verdad. En una lengua extranjera, el poeta miente”.
¿Qué clase de experiencia de la unicidad de la lengua se ponía en cuestión aquí según el poeta? No simplemente, por cierto, la de un monolingüismo que usa a la lengua materna excluyendo a las otras, pero en el mismo plano que éstas. Más bien, es pertinente aquí esa experiencia que Dante tenía en mente cuando escribía, sobre el hablar materno, que éste “uno e solo è prima ne la mente”. Hay, en efecto, una experiencia de la lengua que presupone siempre palabras –es decir, en la que hablamos como si tuviésemos siempre palabras para la palabra, como si tuviésemos siempre una lengua incluso antes de tenerla (la lengua, que entonces hablamos no es nunca única, sino siempre doble, triple, presa de la fuga infinita de los metalenguajes); y existe otra experiencia, en la que el hombre se encuentra, por el contrario, absolutamente sin palabras frente al lenguaje. La lengua para la cual no tenemos palabras, que no finge -como lengua gramática- ser incluso antes de ser, sino que “è sola prima in tutta la mente” es nuestra lengua, es decir la lengua de la poesía.
Por ello Dante no buscaba en De vulgari eloquentia esta o aquella lengua materna elegida entre la selva dialectal de la península, sino sólo aquel vulgar ilustre que, expandiendo su perfume en cada una, no coincidía con ninguna; por ello, los provenzales conocían un género poético –el desacuerdo- que certificaba la realidad de la lengua remota sólo en el babélico decir de los múltiples idiomas. La lengua única no es una lengua. Lo único, en el que los hombres participan como en la única verdad materna posible, es decir, común, está siempre dividido: en el momento en el que alcanzan la última palabra, ellos deben tomar partido, elegir una lengua. Del mismo modo, nosotros podemos, hablando, decir sólo alguna cosa –no podemos decir únicamente la verdad, no podemos decir solamente que decimos.
Pero que el encuentro con esta única lengua, dividida e imperceptible, constituya, en este sentido, un destino, implica admitir que sólo en un momento de debilidad el poeta se ha dejado arrancar. ¿Cómo podría, en efecto, haber un destino, allí donde no hay todavía palabras significantes, allí donde no hay todavía identidad en la lengua? ¿Y en quién tendría lugar el destino si, en ese punto, todavía no somos hablantes? Nunca tan intacto, lejano y sin experiencia es el infante como cuando, en el nombre, está sin palabras frente a la lengua. El destino concierne solamente a la lengua que, frente a la infancia del mundo, jura poder encontrarla, jura tener alguna cosa que decir de ella y sobre ella, desde siempre, además del nombre, algo que decir.
Esta vana promesa de un sentido de la lengua es su destino, es decir, su gramática y su tradición. El infante que, piadosamente, recoge esa promesa y, aun mostrando la vanidad de ésta, decide, con todo, la verdad, decide acordarse de ese vacío y llenarlo, es el poeta. Pero, en ese punto, la lengua está delante de él tan sola y abandonada a sí misma, que no se impone ya de ninguna manera –más bien (son todavía palabras, tardías, del poeta) se expone, absolutamente. La vanidad de las palabras ha alcanzado aquí verdaderamente la altura del corazón.

Extraído de Giorgio Agamben, Idea della prosa, Macerata, Quodlibet, 2002, pp. 29-31. Traducción: Diego Bentivegna.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Primo Levi - El sobreviviente (poema)

 El sobreviviente


Para B. V.


                Since then at an uncertain hour.


Después de entonces, a una hora incierta,

Aquella pena regresa, 

Y si no encuentra a quien la escuche,

Le quema en el pecho el corazón. 

Vuelve a ver el rostro de sus compañeros

Lívidos en la primera luz,

Grices por el polvo del cemento,

Indistinguibles por la niebla, 

Teñidos de muerte en los sueños inquietos,.

De noche aprietan las mandíbulas

Y bajo la piedre leve de los sueños

Mastican un nabo que no está.

“Fuera de aquí, gente sumergida.

Váyanse. No he suplantado a nadie.

Nadie ha muerto en mi lugar. Nadie.

Vuelvan a sus nieblas. 

No es mi culpa si vivo y respiro

Y como y duermo y visto ropa”.


4 de febrero de 1984


Versión: D. B.











Il superstite

                            Since then, at an uncertain hour.



Dopo di allora, ad ora incerta,

Quella pena ritorna,

E se non trova chi lo ascolti

Gli brucia in petto il cuore.

Rivede i visi dei suoi compagni

Lividi nella prima luce,

Grigi di polvere di cemento,

Indistinti per nebbia,

Tinti di morte nei sonni inquieti:

A notte menano le mascelle

Sotto la mora greve dei sogni

Masticando una rapa che non c’è.

“Indietro, via di qui, gente sommersa,

Andate. Non ho soppiantato nessuno,

Non ho usurpato il pane di nessuno,

Nessuno è morto in vece mia. Nessuno.

Ritornate alla vostra nebbia.

Non è mia colpa se vivo e respiro

E mangio e bevo e dormo e vesto panni".


4 febbraio 1984


Ungaretti: "Venga del número o venga del sueño, ¿puede la belleza no ser horrenda?"

 


Rodeándolos de fiebre, sembrando el miedo a muchas millas a la redonda, el tiempo ha defendido para nosotros de la muerte el milagro de su fuerza. Esa que vemos crecer, dominar, hacerse árida, terrible, inhumana, y volverse pura a medida que nos acercamos.


Ahora que estamos cerca, sucede que una bandada de cuervos emprende el vuelo desde el templo de Poseidón; y en cuanto está en el aire, un primer cuervo lanza su graznido; los demás responden repitiendo ese grito una y otra vez. De nuevo el corifeo rasga el aire: esta vez las grajas son dos, de un tono notablemente más alto; y el coro repite los versos, acelerando el ritmo. Después, en una confusión de chillidos, desaparecen.... Puede que sea porque han anidado allí durante tantas generaciones, puede que sea casualidad, puede que sea la naturaleza de estos pájaros sombríos, pero la métrica de su canto es la del templo.



No se lo describiré. Sólo diré que, en el frente, el tímpano y las columnas dóricas nos muestran un travertino como vidrio inflamado: en el corazón de la piedra arde la luz que no consume, y brilla su sagrada indiferencia. A los lados, en cambio, está la trágica sensación de la decadencia: columnas vaciadas por largos años con los laberintos de la putrefacción; y parecen setas oxidadas, e incluso momias despojadas de sus envoltorios. Y así, dando vueltas a su alrededor, el hombre alcanza el último límite de la idea de su nada, en presencia de un arte que con su justa medida lo aplasta. Los otros dos templos, de color más apagado, de un trabajo más grácil y menos religioso, parecen, al no tener más que las columnas del perímetro en pie, viejas jaulas arrojadas allí.


(...)


Este campo pronto verá volver sus célebres rosas; Pero el cielo tiene ahora algunas rosas, y esta noche su brevedad es fulmínea.


Mirabar celerem fugitiva aetate rapinam;

Et, dum nascuntur, consenuisse rosas.


¡Oh, las cosas seductoras pasan, y la medida, que, sin piedad, las hace parecer mudables, es, en ese templo, de una impasibilidad escalofriante!



Venga del número o venga del sueño, ¿
la belleza puede no ser horrenda?



Todo lo otro que nos conmueve, no vendrá sino de la melancolía.




Giuseppe Ungaretti, "La rosa di Pesto", fechado en Salerno el 14 de mayo de 1932.


Versión: D. B.