jueves, 5 de mayo de 2022

Varia pasoliniana: Anexos de La Divina Mímesis

 

Anexos de La Divina Mimesis


En Pasolini. Romanzi e racconti. Vol. II, Walter Siti y Silvia De Laude (eds), Milán, Mondadori, 1998. Las notas a pie de página son de Pasolini.

 

¿De qué otra cosa hablan entrando en el verdadero reino

de los hijos de Cam,

oliendo en la ciudad el destino

de los jóvenes delincuentes, cultivando su amistad,

los muchachos poetas?

Los de su edad, que todavía velan

bajo fuertes estrellas,

orgullosos de sus músculos serviciales,

levantando estacas para la fiesta

o árboles de Navidad,

hoscos y violentos como los padres,

que no son sino hijos traidores de la juventud:

van en pareja o en grupos

como fascistas, los inocentes: su elección

está hecha, y hablan

en las entradas o por largos pórticos

o en los primeros prados geométricos junto a las fábricas,

donde un rosetón está solo como en el fondo del mar, hablan

de aquello que hace felices a los felices. Pero ellos,

los hijos infelices,

hablan en cambio de literatura.

Han hecho un pacto con los patrones de la oscura noche

que las familias temen, conocen sus palabras obscenas,

como por una ciencia de más[1], del corazón,

pero, casi paternos,

con esos padres del pueblo, y con sus hijos fuertes,

y casi confortados por su procaz amistad,

con paso seguro por el adoquinado de los patíbulos

y de las procesiones, hablan de literatura.

También ahora, nuevos hijos poetas,

con el cabello largo,

hacen demostraciones anti-mundo[2], con un pie

en Pigalle o Trastevere y el otro en las cinematecas

o en los conservatorios, cantando sucios como changarines,

los cinturones que sostienen panzas de bárbaros,

y los flancos de enamorados de madres, los vientres

que imitan los de los obreros, pesados, con desesperado

pudor; cantan:

“Por la muerte de ese padre nuestro >barrigón<,

de esa puta pequeñoburguesa de nuestra madre,

de esos sucios burgueses[3] de nuestros hermanos,

de esos cerdos de nuestros abuelos, patrones de la industria,

que mantienen bajos los salarios manteniendo artificialmente

elevada la desocupación,

por la muerte de quien nos ha dado la vida,

desciende con tus tanques de guerra,

Arcángel, mano secular,

expulsa a los inocentes de sus hábitos,

del cine, de las cenas de Irrealidad,

de los paseos higiénicos,

de los domingos,

pon el desorden en los horarios de sus ciudades,

hazlos permanecer con la nariz en alto

horas y horas, esperando la llegada de los bombarderos,

hazlos estar noche y día en los sótanos,

esperando quedar sepultados en vida, 

en lugar de ir al teatro,

hazlos contemplar los hijos colgados de los ganchos

en lugar de esperar el resultado de la partida, etc., etc.

Lo sabemos, los primeros que serán muertos seremos nosotros,

jóvenes poetas que tal vez no serán jamás poetas,

que no sabrán sino hablar de literatura,

con el mismo amor de las bestias salvajes por el sol;

por lo pronto, ¡los más sorprendidos serán ellos!

¡Hitler, nuestro ejecutor, a menos que

nuestras maldiciones no sean sino verbales!”.

Y mientras hablan,

la luciérnaga cuyos ancestros conocieron tantos amores,

no sabe nada, y vuela como por primera vez en lo creado,

poliniza amores áridos

como su luz, 

en las tétricas noches de primavera.


Trad: Diego Bentivegna

 

 

                                                           [1965]



[1] <…> y simple

[2] contra la vida

[3] bienpensantes