𝗘𝗹 𝗽𝗼𝘇𝗼 𝘆 𝗹𝗮 𝗽𝗶𝗿á𝗺𝗶𝗱𝗲, 𝗱𝗲 𝗗𝗶𝗲𝗴𝗼 𝗕𝗲𝗻𝘁𝗶𝘃𝗲𝗴𝗻𝗮:
𝗨𝗻 𝗽á𝗷𝗮𝗿𝗼 𝗱𝗲 𝗮𝘇ú𝗰𝗮𝗿 𝗲𝗻 𝗹𝗮 𝗯𝗼𝗰𝗮
Estoy leyendo con interés y perplejidad, algo extraviado y con raptos muy entrañables (seguro porque sea un libro en el que hay ojos y oídos --propios y prestados-- del que marcha y se arroba, y si hay algo que aprendimos, juntos y separados, a lo largo de tantos años de amigos, en la escuela y en los campamentos, es a caminar, a salir en busca de señales y sentidos) El pozo y la pirámide, de Diego Bentivegna (Audisea, 2022).
Un diamantito de libro, rarísimo; casi un cofre, o mejor, una vasija, una urnita de pedacitos americanos, que son sobre todo, pedacitos patagónicos, ranquelinos, araucanos, tehuelches; alemanes, italianos, griegos, judíos… en mil registros: el de la crónica, el del diario de viajes, el de la poesía, el de los eruditos europeos del siglo xvii, en castellano, italiano, lengua poya...
Los profesores de literaturas americanas, los profesores de lenguas clásicas que enseñan mitos, los profesores de teoría literaria o etnografía tienen acá un experimento muy potente para amenizar discusiones.
Felicitaciones
y felicidades a Diego.¡Que le disfruten!
Saqué dos poemitas, que son fragmentos de poemas.
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Antes todavía, al llegar el invierno
los pueblos dejaban por un tiempo sus tierras
de montaña. Migraban –leíamos en el jesuita Falkner antes
de venir hasta la Pampa–
hacia las zonas bajas, cercanas a la costa,
al lado del mar. Miraban el océano en silencio,
como se mira caer de pronto el mundo en un barranco.
Leemos en los cronistas
que los antiguos eran grandes caminantes.
Eso, en otro tiempo.
Eso, antes de que llegaran los caballos.
Eso, antes de que empezara
la guerra de las vacas.
Mientras sus propios cuerpos
servían de alimento a los perros y los pájaros.
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Antes comíamos –decía Ana María–
el fruto del arbusto. Hacíamos, en un tiempo
de fábula, en un tiempo anterior
a la catástrofe, hacíamos, dice, el dulce,
moliendo con paciencia la algarroba.
Cuando lo comías
era tener un pájaro de azúcar en la boca.
Fuente: Facebook