“Nuestra bomba es la flor, o sea, la expresión natural de
nuestra sociedad contemporánea, así como los diálogos de Platón lo son de la
ciudad griega; el Coliseo, de los romanos imperiales; las Madonas de Rafael,
del humanismo italiano; las góndolas, de la nobleza veneciana; la tarantela, de
ciertas poblaciones rústicas meridionales; y los campos de exterminio, de la
cultura pequeño-burguesa burocrática infecta ya de una rabia de suicidio
atómico”.
“…el arte es lo contrario de la desintegración. ¿Y
por qué? Pero simplemente porque la razón misma del arte, su justificación, su
único motivo de presencia y supervivencia, o, si se prefiere, su función, es
precisamente esta: la de impedir la desintegración de la consciencia humana,
en su cotidiano, y desgastante, y alienante uso con el mundo; restituirle continuamente,
en la confusión irreal, y fragmentaria, y usada, las relaciones externas, la
integridad de lo real, o en otras palabras, la realidad (…). La realidad
es perennemente viva, encendida, actual, B se puede averiar, ni destruir, y no
decae. En la realidad, la muerte no es más otro movimiento de la vida. Íntegra,
la realidad es la integridad misma: en su movimiento multiforme y cambiante, inagotable
-que no se podrá jamás terminar de explorar- la realidad es una, siempre una”.
“Contra la bomba atómica no hay sino realidad. Y la realidad
no tiene necesidad de prefabricarse un lenguaje: habla por sí misma. Incluso
Cristo ha dicho: no os preocupéis por aquello que diréis, o por cómo lo diréis.
Es la realidad la que da vida a las palabras, y no a la inversa”.
En L'Europa Letteraria, VI, n. 34, marzo-abril de 1965
Trad: D. B.