Estoy viendo una película que me gusta entre poco y nada. Se llama La Quimera. No sé si en algún momento aparecen referencias a Dino Campana y al poema de ese título, tal vez el más conocido de los suyos, que abre la serie de los Nocturnos de sus Cantos Órficos, publicados en 1914, el año terrible del comienzo de la guerra mundial. Campana había nacido en un pueblo del Apenino toscano, casi en el límite con la Emilia, en la zona de la cultura etrusca que la película explora.
Casualmente, en estos días estoy con un libro de Lawrence, un libro póstumo, sobre sus recorridos por los vestigios arqueológicos etruscos en los años veinte, en una Italia pobre y un poco triste. Son más o menos las mismas zonas que Campana, ya un poco loco, había recorrido a pie una década antes, cuando escribía los poemas de su único libro, los Cantos órficos, que llevan como agregado enigmático, en alemán, "Die Tragödie des letzten Germanen in Italien".
En todo caso, pese a que la película no me diga mucho y me empalague bastante, me trajo el poema de Campana a la memoria y me dieron ganas de volver a traducirlo.
La iconografía que sobrevuela el poema es la de Leonardo, y, en especial, la de la Virgen de las rocas.
No sé si entre rocas tu pálido
rostro se me apareció, o sonrisa
de lejanía ignotas
fuiste, la reclinada ebúrnea
frente brillante, o joven
hermana de la Gioconda:
o de las primeras
apagadas por tus míticas palideces
o reina o reina adolescente;
pero por tu poema
de voluptuosidad y de dolor
música muchacha exangüe,
marcada con líneas de sangre,
en el círculo de los labios sinuosos,
reina de la melodía:
pero en la cabeza virgen
reclinada, yo poeta nocturno
velé las estrellas vívidas en los piélagos del cielo,
yo por tu dulce misterio,
yo por tu devenir taciturno.
No sé si la llama pálida
fue de tus cabellos
el viviente signo de su palidez,
no sé si fue un dulce vapor,
dulce sobre mi dolor,
sonrisa de un rostro nocturno.
Miro las blancas rocas las mudas fuentes de los vientos
y la inmovilidad de los firmamentos
y los hinchados arroyos que fluyen llorando
y las sombras del trabajo humano encorvadas allá sobre las colinas frías
y todavía por claros cielos lejanos claras sombras corrientes
todavía te llamo te llamo Quimera.