Este es el último párrafo de la presentación de La ciudad de los tísicos, de Abraham Valdelomar (Bs. As., Sigamos enamoradas, 2007):
Con todo, la enfermedad y el arte, en este caso la poesía, son para Alphonsin formas del don. Dar la sangre en holocausto, dice Alphonsin. La enfermedad es lo que posibilita, en el caso de Rosell, dar las cartas que son el cuerpo central de este relato de Valdelomar. La lógica de la enfermedad es, en este caso, la lógica no del beneficio y de la mercancía, la lógica del perfume que transforma el cuerpo del otro femenino en otro deseable, sino la lógica del don y de la gratuidad. La lógica que está en la base de una comunidad de amigos, de una comunidad de ausentes o, en el extremo, de una comunidad de muerte. Como el maná en los versos del Tasso, vertidos por el cuerpo que “d´immortal grazia abbonda”, la enfermedad se da en un acto gratuito. Como el amor y como la poesía, como los versos que Alphonsin escribe en un tono que recuerda a las alegorías medievales, en un caso, y a la música triste de Verlaine y de Pascoli en el otro.
Lo que parece desprenderse de La ciudad de los tísicos es que la enfermedad no es carencia de obra, sino forma de afección corporal que pone al sujeto en estado de escritura: la poesía, en el trabajo de construcción esteticista de sí que lleva adelante Alphonsin; las cartas que van registrando el acercarse de la muerte, en el caso de Rosell. Son esas cartas donadas las que registran las muertes de los otros, quizá como una forma de anticipar la propia, la inescribible. Son esos trazos del enfermo lo única que queda, en definitiva, del mundo alucinado y melancólico de Rosell. Ese resto, esas cartas, es lo que llega hasta nosotros de (desde) La ciudad de los tísicos.
Lo que parece desprenderse de La ciudad de los tísicos es que la enfermedad no es carencia de obra, sino forma de afección corporal que pone al sujeto en estado de escritura: la poesía, en el trabajo de construcción esteticista de sí que lleva adelante Alphonsin; las cartas que van registrando el acercarse de la muerte, en el caso de Rosell. Son esas cartas donadas las que registran las muertes de los otros, quizá como una forma de anticipar la propia, la inescribible. Son esos trazos del enfermo lo única que queda, en definitiva, del mundo alucinado y melancólico de Rosell. Ese resto, esas cartas, es lo que llega hasta nosotros de (desde) La ciudad de los tísicos.
D. B.