miércoles, 25 de noviembre de 2015

Daniel Gigena - Reseña de La pura luz en Ñ (Clarín) del sábado 21 de noviembre de 2015

Luego de Las reliquias , poemario de 2012 en el que homenajeaba en la figura de sus ancestros a los inmigrantes italianos que habían llegado a la Argentina con sus sueños esbozados en lenguas dialectales, tan alejados de las guerras como de los escenarios que muchos volverían a ver sólo en sueños, Diego Bentivegna profundiza en La pura luz algunos aspectos que allí podían insinuarse.
El antagonismo entre Europa y América, entre el pasado de oro y el presente, entre el mundo rural y el de las ciudades; también las inesperadas semejanzas en las evocaciones que despierta “la llanura fúnebre” entrevista desde trenes en movimiento: “un tallo que persiste en un paisaje/ de Marte, en un desierto”.
En uno de los poemas de “La loca croata” –la segunda de las tres partes en que se divide este volumen– la voz femenina, extrema y fúnebre que crea una identidad vagabunda lo establece así: “ahora ya no veo/ nada de ciudad desde los rieles// solo unas tapias marrones, unos ranchos/ que se fugan por el borde de la vía”.
La extranjera, quizás uno de los sentidos que la palabra “loca” adquiere en el poema, puede rezar por horas, “desgranar el rosario en croata/ en griego, en italiano”. Es esa dicción la que los versos de Bentivegna imitan, la de una plegaria dicha en una lengua rara, “donde se abre/ el hueco en que la voz se angosta,/ se vuelve pasillo,/ se vuelve vacío,/ se vuelve una garganta”.
Antes de la irrupción de la loca como una fuerza que desarticula las referencias de los espacios representados, de las tragedias y de los muertos, en dos largos poemas se exhiben dos circunstancias diferentes de una misma identidad.
En “Poema acéfalo”, donde un niño se halla internado en una sala de hospital de provincia, con la cabeza cubierta de electrodos, tanto como en “Los días de oro”, donde un niño recorre el campo y las sierras con su hermana asmática, un verso idéntico inicia dos textos: “Tengo ocho, tal vez nueve años”. El protagonista es y no es el mismo niño. “Tengo ocho años./ Lloro por las noches”, se lee en uno de los poemas de la primera parte.
En otro texto, ubicado en la tercera parte, puede leerse: “Tengo ocho años;/ camino por el campo”. En la sala blanca del hospital, donde “el día es horrorosamente claro”, la luz resiste la propiedad verbal: “Lo claro es lo que no dicen las palabras:/ es la forma en que cae lo luminoso/ es la manera en que se empolvan los objetos”.
Más adelante, cuando suba la loma con su hermana, el atributo poético por excelencia (el aire) va a reemplazar la luz: “Siento cómo respira,/ el modo en que resuena/ el pasaje del aire por sus bronquios:// el lugar de la voz, sin la palabra,/ es un canto posible”.
El niño quieto en el silencio del hospital, la mujer que confunde las estaciones del Ferrocarril Belgrano con las de Zagreb o Milán y el chico que asiste a la recuperación de su hermana en las sierras comparten un saber que La pura luz irradia: “Alguna cosa queda/ de la lengua del otro”.

martes, 10 de noviembre de 2015

Mario Benedetti (Údine, 1955). Sobre Tersa morte.

Ayer cumplió años el poeta italiano Mario Benedetti (Údine, 1955). Mario no está atravesando un buen momento de salud. No sé a ciencia cierta cuál es su sitación actual, pero según me dicen unos amigos italianos le es imposible comunicarse. Como saludo, copio este texto que escribí en su momento sobre su último libro, Tersa morte. Felicidades, Mario.




Mario Benedetti, Tersa morte. Milán,  Mondadori, 2013.
Traducción y texto introductorio: Diego Bentivegna
Tersa morte, publicado recientemente por la editorial Mondadori en su colección de poesía (Lo specchio), es el tercer poemario de una de las voces más intensas de la poesía italiana de los últimos años: Mario Benedetti.
Nacido en 1955 en Udine, en la región del Friuli, en el extremo nordeste de Italia, en el límite con Austria y con Eslovenia, Benedetti se trasladó de muy joven a la ciudad de Padua, en la vecina región del Véneto, donde completó sus estudios universitarios con una tesis sobre el filósofo Carlo Michelstaedter, el autor de La persuasión y la retórica, muerto suicida a los 23 años, poco antes del estallido de la primera guerra mundial y, en consecuencia, de lo que se ha pensado como el corto y catastrófico siglo XX. Reside, desde hace años, en Milán, donde trabaja en el ámbito de la industria editorial. Además de varias plaquetas en verso y en prosa, publicó los poemarios Umana Gloria (2004) y Pitture nere su carta (2008), ambas en Mondadori.
Desde los versos recogidos en Umana gloria, es factible postular que aquello que prima en la poesía de Benedetti es una Stimmung, una entonación: la elegíaca. Si en sus formas tradicionales, la elegía se plasmó en textos de largo alcance, con largas tiradas de versos en versos inscriptos en parámetros métricos (el hexámetro latino; el endecasílabo italiano que adoptarán también los poetas castellanos) percibidos como altos y sublimes, la poesía de Mario Benedetti se mueve más bien en el plano de lo que podemos pensar como lo “elegíaco”. No es, entonces, una poesía que ya ha encontrado el marco género, el espacio medido y una determinada atmósfera; es, más bien, la búsqueda de un tono que, de una manera u otra, participa de lo elegíaco.
La muerte, ya desde el título, es lo que da unidad a las distintas partes del poemario, que puede ser leído como una extensa composición en verso, en los que aparecen algunos pocos fragmentos de una prosa discontinua. En Tersa morte se perciben ciertos modos de aparición de la muerte que son de alguna manera imprevistas: la muerte joven del hermano, visto como un “sosías”, como una forma espejada con el que se establecen ciertos procesos de identificación que, inevitablemente, conducen al fracaso; la muerte de la madre, en un accidente, a la que está dedicada la sección “Madre”, que aquí traducimos de manera íntegra. Es la muerte en bicicleta, sobre el camino que, de manera sintomática, conduce al pueblo natal de la mujer, en Friuli, así como a la Italia del meollo del siglo XX, su residencia en Roma antes de la guerra, la música de los años cuarenta, las películas norteamericanas y neorrealistas.
Son formas pequeñas, casi cotidianas, del desastre, que es tal vez la experiencia que está detrás de toda la escritura poética de Benedetti. El desastre es, en su poesía, como una mancha que se expande: es la muerte de los seres queridos, con la destrucción del núcleo familiar y la pérdida del nido (no es casual, en este sentido, el epígrafe del poema inicial de Los heraldos negros, de César Vallejo, que Benedetti coloca como epígrafe de su poemario), que se configura en algunas zonas del poemario como muerte colectiva, en sus diferentes facetas.
Lo que puebla, lo que inquieta en Tersa morte es la presencia recurrente de la muerte anónima. En parte, esa muerte es la de algunos amigos de sus años juveniles, que son los años de plomo y de extremismo político y de experimentación radical en lo artístico y lo poético. En el campo de la lírica, con poemarios como Somiglianze de Milo D´Angelis (que será reconocido como un poeta formativo por Benedetti y por los poetas con los que se relaciona durante sus años de estudiante en Padua), son los años en que se comienza a releer con atención el corpus de la herencia hermética, en relación con una zona de la poesía del siglo XX que se posiciona en un lugar alternativo al del canon vanguardista. Son los años, también, de la experimentación con la droga (“Agujero en el brazo” es el título de uno de los poemas del libro), no ya sólo como apertura hacia mundos desconocidos, como puertas de la percepción de lo otro, sino como forma de fuga, de destrucción y de autoaniquilamiento (iluminadoras, al respecto, las palabras de Pasolini en su artículo “La droga: una auténtica tragedia italiana”, de 1975).
Por un lado, una de las tersuras de la muerte es, en el poemario, producto de las catástrofes naturales, que en la poesía de Benedetti se presenta sobre todo como consecuencia del terremoto que produce la destrucción del hogar (ya no habrá, en un sentido material, una casa natal a la que regresar) y la persistencia de la vida, como en La retama de Leopardi, que se obstina en seguir existiendo en las laderas del exterminador Vesubio: “Lectura amarga es La retama del poeta. / Padre muerto, hay otras generaciones” (de la sección “Otras datas”).                                          
 Asimismo, esa muerte colectiva es percibida en algunas zonas del poemario como un resto de la muerte comunitaria, en los años de las dos guerras mundiales, de la república social mussoliniana, de la lucha partisana, de las deportaciones, de las fracasadas campañas militares en África o en Rusia, en fin, de la guerra total. Es la voz de los réduci.
Esa palabra italiana evoca a los “sobrevivientes”, así como también a los “reducidos”, a los que han vuelto de la guerra, tal vez, como planteaba Benjamin en “Experiencia y pobreza”, con la voz mutilada como forma de testimoniar. Precisamente es la relación entre palabra, poesía y testimonio donde surge otra de las configuraciones de la muerte colectiva explorada por Tersa morte.
“Cómo testimoniar los muertos, / vivir como si lo fuésemos, / morir como lo somos…” (sección “En la ora del azul sombrío”). La pregunta que se hace Benedetti, es, en este sentido, una pregunta que asume los ecos de la lírica empobrecida del siglo XX, a través básicamente de la escritura de Paul Celan, que en el poeta friulano, como en otros poetas de su generación, cumple un rol formativo sustancial en cuanto a la definición de una poética, entendida como una ética de la escritura: quién es, en efecto, el que puede testimoniar por el testigo. Hasta qué punto la catástrofe, la muerte, el exterminio, pueden ser testimoniados-pueden ser dichos- en tanto tales.
            “La respiración de la casa es el agrietarse de las paredes / en la garganta donde presiona la sangre que no sale” (de la sección “Primavera / Invierno”).  Como en Celan, en fin, la experiencia de la muerte, la comunidad con los muertos, tiene como contracara la experiencia de la partida, de la pérdida del Heimat, de lo urbano. En Celan, ese desarraigo se relaciona con París como ciudad que, a diferencia de su Bukovina natal, implica la experiencia de la ciudad, de lo moderno, de lo cosmopolita. En la poesía de Benedetti, ese lugar lo ocupa, indudablemente, la ciudad de Milán, con sus industrias, sus subterráneos y tranvías, su desarrollo urbano al nivel de las grandes metrópolis europeas, su tradición relacionada con algunas de las experiencias más extremas de la modernidad y del vanguardismo del siglo XX, su diseño, su moda, sus inmigrantes meridionales, africanos, latinoamericanos. La condición de sus habitantes como sujetos, en gran parte, desarraigados.
“Ver desnuda a la vida / mientras se habla una lengua para decir algo” (sección “Primavera / invierno”). La poesía es, en Benedetti, el momento de silencio que separa la palabra y el testimonio. Es un hiato. Es una cesura.

 Diego Bentivegna