jueves, 18 de enero de 2007

Otra Campana


Mejor dar la espalda a la vulgaridad programada, al cumbierismo sistemático, a la desprolijidad sobreactuada. No digo ser sordo a eso, Shlemihl. Pero sí procurar al menos que, cuando esas grasientas sirenas chillen, uno esté bien amarrado al palo mayor, como el fecundo en ardides...
Leyendo, tal vez, estos versos, que no evitan caer en la desmesura, del ya mentado Campana. ¿Pero cómo leer si tenemos las manos aferradas al mástil? Buscando las letras en el libro de la memoria, moviendo apenas la lengua, mientras vemos cómo pasan por el cielo los pájaros de fuego.


Viaje a Montevideo

Yo vi desde el puente de la nave
las colinas de España
desvaneciéndose, en lo verde
dentro del crepúsculo de oro ocultando la oscura tierra
como una melodía:
de ignota escena muchacha sola
como una melodía
azul, en la faldas de las colinas, temblando todavía una violeta…
Languidecía la tarde celeste en el mar:
también los dorados silencios de las alas de tanto en tanto
pasaron lentamente en un azulecer:…
lejanos, teñidos de varios colores
de los más lejanos silencios
En la celeste tarde pasaron los pájaros de oro: la nave
ya ciega que pasaba, batiendo la tiniebla
con nuestros náufragos corazones
batiendo la tiniebla las alas celestes sobre el mar.
Pero un día
subieron a la nave las graves matronas de España
con susojos turbios y angelicales.
Con los senos cargados de vértigo. Cuando
en una bahía profunda de una isla ecuatorial
en una bahía tranquila y profunda mucho más que el cielo nocturno
vimos surgir en la luz encantada
una blanca ciudad adormecida
a los pies de los picos altísimos de volcanes apagados.
en el soplo turbio del ecuador: hasta que
después de muchos gritos y muchas sombras de un país ignorado,
después de mucho rumor de cadenas y de mucho encendido fervor
dejamos la ciudad ecuatorial
hacia el inquieto mar nocturno.
Avanzamos, avanzamos durante días y días: las naves
graves de velas blandas de cálidos soplos henchidas pasaban lentas:
Así junto al toldo se nos aparecía broncínea
una muchacha de la raza nueva.
¡Ojos lucientes y los vestidos al viento!
Y fue entonces cuando, salvaje al final de un día, apareció
la rivera salvaje allá, en la ilimitada costa:
Y vi como yeguas
vertiginosas disolverse las dunas
hacia la pradera sin fin,
desierta, sin las casas humanas
Y nos volvimos huyendo de las dunas cuando apareció
sobre un mar amarillo, de la portentosa abundancia del río,
del continente nuevo la capital marina.
Límpido, fresco y eléctrico era el reflejo
del atardecer y las altas casas parecían desiertas
allá abajo, en el mar del pirata
de la ciudad abandonada
entre el mar amarillo y las dunas…………
……………………………………………

De Canti orfici
Trad: D. B.

sábado, 13 de enero de 2007

Esbozo sobre Dino Campana.


Planteo de una traducción a la espera de ser publicada. ¿Dejarás pasar la ocasión, editor argentino?





Dino Campana (1885-1932) es poeta de un solo libro: los Cantos órficos, publicados por primera vez en 1914 en una humilde edición de una imprenta de su pueblo natal: Marradi, en las cercanías de Florencia. Se trata de un texto que ha tenido una historia curiosa y trabajosa, como la del propio Campana, presa desde su adolescencia de un furor poeticus atravesado por la lectura simpatética de Nietzsche y de la gran tradición de los poetas modernos franceses, sobre todo de Baudelaire y de Rimbaud. A menudo se ha leído a Campana como una versión virulenta y tardía de los grandes poetas franceses, como un “poeta visionario” cuyo llamado al orfismo parecía absolutamente extemporáneo (Carlo Bo) o como un “poeta visivo” (Gianfranco Contini) más cercano al período que se cierra trágicamente el año en que se publica su único libro que a las experiencias del siglo XX. Con todo, los Cantos órficos constituyen una de las lecturas centrales de aquellos que han buscado alternativas a las diferentes variedades de la modernidad literaria (vanguardias, neoexperimentalismos, neovanguardias). Y resulta razonable que así se lo lea: el extenso, y fragmentario, viaje poético de Campana, que oscila entre el poema en prosa de fin de siglo y el experimento en versos, entre cierto noctambulismo órfico y una vitalidad desbordante de matriz nietzscheana, se instala en el panorama de las letras italianas como un texto difícil de asimilar, equidistante de las estridencias futuristas y de las alusiones herméticas.
Eugenio Montale hablo de la poesía de los Cantos Órficos como de “una poesía en fuga… que se deshace en el momento de concluir”. La escritura de Campana es, en efecto, escritura de la fuga, tanto en el sentido de “huida” (por los bosques toscanos, por las calles de Florencia, por la dantesca ciudad de la noche, pero también hacia una Montevideo martítima y una pampa poblada de hordas y de calaveras estelares) y de “composición musical”: textos que se construyen en la reiteración y en la variación meticulosa de versos y períodos, como los retorcimientos barrocos de las grandes ciudades mediterráneas.
Escritura de la errancia, los fragmentos de Campana son la escritura de un viaje virulento en el que el ingreso a la noche misteriosa es, también, escandido viaje místico, viaje alucinado en el que el fin no es sino el desamparo de los paisajes portuarios, informes y lúbricas: una escritura del viaje en el que no hay voz propia, y mucho menos estilo, sino, como en las más inquietantes experiencias literarias contemporáneas a Campana (Hofmannsthal, Trakl, Kafka), una chirriante enunciación colectiva.
El libro presentará la edición completa y bilingüe de los Cantos Órficos de Dino Campana. Asimismo, la edición recogerá poemas en prosa y en verso no incluidos en los Cantos órficos, así como algunos fragmentos de su correspondencia con la escritora Sibilla Aleramo. Los textos serán recopilados, traducidos y anotados por D. B.

martes, 9 de enero de 2007

Diálogo sobre la Biblioteca

Anónimo dijo...
Me llena de alegría saber que no publicaste el texto de adhesión a la renuncia de Tarcus. Estos boludos que lo único que hicieron en su vida fue estudiar cuando se meten en algo así hacen cada cagada... Así es el setentismo kirchnerista, tanto como el moralismo barato de tanto estúpido.
7 de enero de 2007 18:22:00 PST
Diego B. dijo:
No me parece que esté mal dedicarse a estudiar. No creo en la dicotomía entre estudio y praxis como univesos contrapuestos, más bien todo lo contrario. No entiendo el pasaje entre Tarcus y el moralismo.Si querés una opinión: creo que la Biblioteca es, fundamentalmente, un espacio de almacenamiento y de consulta de textos impresos. Concuerdo con la idea de que no es, exactamente, un centro cultural. Para qué un nuevo centro cultural en Buenos Aires? Y sobre todo, ¿para qué un centro cultural en ese barrio, a dos pasos de Recoleta, enfrente de Bellas Artes? Aquí entra Sanguineti de nuevo: una Biblioteca como centro cultural, ubicada donde está, es funcional a la vieja gorda de Recoleta que quiere armarse de una cultura propia en dos días. Me parece mejor que el dinero se invierta en catalogar, ordenar los materiales yc facilitar su consulta para gente que, como yo, investiga y está oblibado a someterse a los maltratos de algunos empleados, incluso invisibles, de la biblioteca. Además, creo que deberían obligar a punta de pistola a las editoriales a entregar varios ejemplares de sus libros recién editados a la biblioteca. Es el único medio que gente sin recursos, como yo, pueda acceder a ciertos libros. Y digo esto con un poco de odio de clase.Saludos
8 de enero de 2007 6:54:00 PST
Anónimo dijo...
Concuerdo con el comentario de D. B. sobre la biblioteca nacional. También con la carta de renuncia que firma Tarcus. El presente de la biblioteca es brutal -literalmente- y su futuro, teniendo en cuenta la línea trazada últimamente como superadora, es desesperante. ¿Un centro cultural? ¿Otro más? Han pasado cosas entre la moda de ese epíteto y hoy. Debe haber un lugar en nuestro país que se dedique metódicamente a conservar y sistematizar la cultura letrada impresa y ponerla en relación con la digital. Una biblioteca nacional puede funcionar como pasaje. Luego, los mil millones de centros culturales que existen en cada manzana de la Ciudad de Buenos Aires -y muchos más en el norte- que se dediquen a divulgar una y otra según dicte la nueva ola. Cambiando de tema: hoy es un día plácido en Buenos Aires, a pesar de ser enero. Está lindo para caminar y reflexionar sobre estas u otras cosas.Saludos,Rómulo
8 de enero de 2007 11:12:00 PST
Anónimo dijo...
Buenas noches a Diego y a Rómulo. Mi mensaje no tenía que ver, en principio, con los alcances de la renuncia ni con la validez de los planteos de Tarcus, sino con el hastío que me produce encontrar esa solicitada en infinidad de lugares. Me alegró el hecho de que Diego hiciera caso omiso del texto y que no lo reprodujera en su blog. Me molesta enormemente cumplir con la agenda con la que cumplen la Punto de vista, Telerman y Clarín, sencillamente porque ese tipo de intervenciones se pueden encontrar en esas otras publicaciones. Aunque es un lugar común obligado cuando se habla de libros, en las ocasiones en que oigo la palabra biblioteca, pienso en Arlt, en el episodio del robo de Astier (hacía mucho que no pensaba en esa novela que leí con mucho entusiasmo, más o menos a los diecisiete). No niego la validez de la conservación de una biblioteca como política de Estado, pero prefiero sustraerla de esa captura correccional. En particular, en un contexto en el que Filmus habla de libros y envía millones a las escuelas para que reposen el sueño eterno. No estoy haciendo una falacia ad hominen. Celebro que el Estado distribuya libros, pero no del modo en que lo hizo y lo seguirá haciendo.Finalmente, entiendo la necesidad de una biblioteca como la Nacional para muchas tareas impostergables, pero ocurre que la Biblioteca Nacional también tuvo y tiene buenas intenciones de parte de lo más inmundo de la Argentina. En ese sentido, el señor Tarcus podría haberse sentado en algún programa de cable a persignarse por semejante desatino junto a Nelson Castro. A mí, quiere que le diga, me aburren notablmente las bibliotecas. Para mis búsquedas, me basta con entrar al Google; entiendo, no obstante, los reclamos corporativos o sectoriales. Hay algo que las bibliotecas hoy pueden seguir permitiendo, claro, pero en destiempo frente al Google: el tráfico, la amalgama de formas y fragmentos. Sería un despropósito temporal fotocopiar y reunir fragmentos de libros. Finalmente, prefiero leer otras cosas en este blog, como de hecho viene ocurriendo. Saludos y buenas noches.Hablando de cocina, acabo de cocinar y de cenar. Rucola con un poco de peras y un cacho de parmigiano que me sobró, levemente aderezado con aceto. Seguí con un hinojo crudo con sal, y una carnaza en hilos (carnaza hervida, bah) que tenía en el freezer. Es exquisita la carnaza, y muy barata.
8 de enero de 2007 18:28:00 PST
Diego B. dijo...
Es increíble cómo lo que se echa por la puerta de los post vuelve a entrar por la ventana de los comments. Digo, anónimo, y perdonáme por la crítica: si estás harto de que aparezca por todos lados la referencia a Tarcus y a su renuncia, por qué lo planteas en tu comment como para abrir el debate?No todo está en google, anónimo, me extraña. Los libros de Trotta no lo podés bjara, que yo sepa, de ningún lado. Como tampoco los textos que necesitás para una investigación medianamente seria sobre cualquier tema. No se trata tampoco de lo que te pasa a vos con la biblioteca. Si te aburre o no, a quién le importa? O te creés que la biblioteca es un parque de diversiones?Lo de Arlt creo que es una provocación tonta. Ese episodio es inocente y ha sido leído de manera mecánica por la crítica, que siempre vuelve a los mismos nombres, como si la literatura argentina fuera siempre Arlt, siempre Puig, siempre Lamborghini, con sus transgresiones (quizà menos en Puig, es cierto) programáticas. Leamos otras cosas, please. Aunque para ello tengamos que acercarnos a alguna biblioteca.
9 de enero de 2007 6:57:00 PST

sábado, 6 de enero de 2007

Viva el odio de clase


De Edoardo Sanguineti, experto en Dante, virulento polemista, ríspido poeta de tortuoso rostro (el de un expresionista monje medieval entrevió en sus rasgos Pasolini), el más extremista de los miembros del llamado "Gruppo 63" (del que representa la variante poundiana frente al duchampismo domesticado de su ala socialdemócrata), diputado por la izquierda radicalizada y candidato a "síndaco" de Génova:



"El odio de clase es como el secreto de Polichinela: existe, pero de eso no se habla. Entonces yo propongo reinstalarlo. Lo potentes odian a los pobres y el proletariado debe responder al odio de la burguesía con el mismo sentimiento (...). El enemigo de clase es una realidad. Los pobres son considerados el enemigo del poder dominante. Ser pobre es considerado un crimen. La lógica brutal del capital es: debes agradecerme porque te hago trabajar. Y el que tendría que tener conciencia está abombado por la cultura de la T.V".

Fuente: Corriere della sera del 6 de enero de 2006, día de Reyes.

jueves, 4 de enero de 2007

Sobre Los días sentimentales de N. Peyceré


Reseña de la (aún) última novela de Nicolás Peyceré publicada en algún momento del remoto 2005 en Radarlibros.



Nicolas Peyceré
Los días sentimentales
Bs. As., Adriana Hidalgo, 2005, 210 páginas.
Los días sentimentales, la última novela de Nicolás Peyceré, es, antes que ninguna otra cosa, una escritura fragmentaria, regular, discontinúa. Se presenta, en efecto, como la escritura de sí de María Iluminada, una mujer “de sensiblería tierna, ridícula o exagerada” de la oligarquía porteña preperonista que se desgrana en “una escritura de partes cortas, angosturas sin mucho orden, un coleccionismo, de lugares no consecutivos, cuadros de algún género, otros de figura híbrida”. Planteado como reescritura de cuadernos personales, cincelado con una precisión artesanal que recuerda los versos de cummings que se incrustan en él, el texto exhibe en ese trabajo de reelaboración su propia temporalidad enunciativa, mucho más demorada y elusiva que el vertiginoso paso de la historia política con la que se entreteje la biografía de María Iluminada.
En efecto, los episodios que María Iluminada registra en sus cuadernos giran en torno al golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, episodio que secciona una vida escandida por viajes, matrimonio, pasiones sentimentales. Con todo, lo histórico-político del texto de Peyceré no radica en las referencias explícitas a los personajes y las circunstancias involucrados en el golpe. Lo político es, por el contrario, una operación, un corrimiento, un modo de subjetivización, no una superación ni una síntesis. Nada más lejos de Peyceré (cuya pasión filológica lo condujo a una reescritura documentadísima de la historia de Cristo: El evangelio apócrifo de Hadattah) que la llamada novela histórica.
Lo que prima en el texto no es el despliegue temporal ni la lógica del recuerdo y la documentación, sino las hibridaciones y la composición. El texto se presenta, de esta manera, como la exploración obstinada de una voz. Se trata de escribir una voz, de encontrar y hacer escribible –como quiere el imperativo borgiano- el tono y la respiración de una mujer bien de la Buenos Aires de entreguerras. Se trata, también, de evidenciar la escena de la escritura, las operaciones enunciativas sobre el estofado de lenguas (el inglés paterno, el castellano aporteñado y el castellano litoraleño de las mucamas, el latín eclesiástico, el lunfardo, el alemán de la mejor amiga), el magma de sentido en el que el texto está inmerso. Llevada al extremo, suspendida entre sistemas lingüísticos y variedades dialectales con respecto a los cuales se mantiene siempre relativamente ajena (María Iluminada podría decir, con Kafka, que es la extranjera de su propia lengua), la escritura no es la mostración de un estilo y tampoco un trabajo de introspección y de búsqueda de sí, sino composición, elipsis y, finalmente, desestabilización y fuga.
En la fuga final, el cuerpo de María Iluminada es el cuerpo desgarrado, manierista, de la María Virgen Madre, y es, también, el cuerpo desligado, desarraigado, trivialmente moderno, de las revistas ilustradas. Al mismo tiempo, entonces, imaginería, fábrica barroca de un cuerpo que excede el sentido, e imagen moderna, detritus de arte, objeto de consumo. En esa última entrada del texto el tiempo ya no es el pretérito del recuerdo, sino el futuro de la potencia. Despegado del pretérito, más que una excavación de la memoria Los días sentimentales es un deslizamiento de la escritura, un discurrir de la pluma por bloques de sentido, un trabajo de corte y confección que materializa, textualizándolo, la dialectización de todo sistema lingüístico, la minorización de todo arte y de toda literatura. Es por eso que el texto de Peyceré puede entenderse como uno de los momentos proustianos (como esos raros momentos que deparan la literatura de Bianco, de Silvina Ocampo o de Mujica Láinez, lectores de la Recherche y exploradores descarnados del decadente mundo de la oligarquía porteña) más felices de las letras argentinas: una muestra de que la escritura puede ser, puede seguir siendo, intensidad, trabajo de precisión, iluminación delicada.