lunes, 31 de marzo de 2008

Contini: La poesía dialectal de Pasolini

La poesía dialectal de Pasolini no tiene nada en común con la de, aproximativamente, el verismo regional del siglo XIX (de ahí su polémica con los secuaces de la tradición provincial): su cultura es netamente simbolista, y puede traducir al friulano a Rimbaud o a T. S. Eliot, o hacer traducir a Juan Ramón Jiménez, y experimentar sutiles variaciones en las formas vernáculas de las diferentes localidades, siempre con un dialecto friulano “no oficial” como horizonte.
Sumando el hecho de que el friulano participa más bien del estatuto científico de una lengua menor que de un dialecto, ello indica que el dialecto de Pasolini toma ya como materia la fascinación de lo inédito, configurando ese ideal de lengua virgen que, por ejemplo, en 1889 animaba en el alemán Stefan George (1868-1933) los experimentos poéticos en una “lengua romana” de su invención, y poco después, en nuestro Pascoli, los conceptos de una “lengua que no se sabe más” y de una “Lengua muerta” a recuperar […].
La demora en el Pasolini friulano sirve para dar cuenta del Pasolini romanesco: un habla elemental y reducida como la de sus jóvenes marginales (que en los diálogos de las dos novelas adoptan exclusivamente su dialecto) es una forma inédita que se adecua a un nuevo experimento. Este experimentalismo constituye la motivación principal de Pasolini y halló un incentivo en la noción de “plurilingüismo” elaborada por cierta crítica estilística y citada expresamente por Pasolini en sus ensayos, todos ellos pragmáticos, es decir, reflejo de dos preocupaciones activas: el ejemplo más ilustre de plurilingüismo que Pasolini encontraba en la Italia contemporánea era el de Carlo Emilio Gadda, cuyo libro más célebre es temáticamente, y en la base de su deformación lingüística, romano. Pero así como el lenguaje de Gadda es fantásticamente exuberante, el de Pasolini es seco y “básico”. En el medio, el pasaje de la poesía en italiano de Pasolini, en la que los símbolos del instinto y de la melancolía sensuales y de la perenne complacencia hacia sí mismo se alinean, discursivamente, adquiriendo novedad de anomalía rítmica de esa misma discursividad, que se acentúa, después de El ruiseñor, en los poemarios que van de Las Cenizas de Gramsci a Trasahumanar y organizar.

De Gianfranco Contini, Letteratura dell´Italia unita.

Trad: D. B.

viernes, 28 de marzo de 2008

Pascua

En youtube, video de la procesión pascual en el pueblo de don Luigi Bentivegna (mi papá):

http://www.youtube.com/watch?v=ggg9a2LoAAk

lunes, 24 de marzo de 2008

Feliz Pascua de Resurrección


Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán aladas de savia sin otoño, reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado, que retoño y aún tengo la vida.

Miguel Hernández

jueves, 20 de marzo de 2008

García Lorca: Semana Santa en Granada

El viajero sin problemas, lleno de sonrisas y gritos de locomotoras, va a las fallas de Valencia. El báquico, a la Semana Santa de Sevilla. El quemado por un ansia de desnudos, a Málaga. El melancólico y el contemplativo, a Granada, a estar solo en el aire de albahaca, musgo en sombra y trino de ruiseñor que manan las viejas colinas junto a la hoguera de azafranes, grises profundos y rosa de papel secante que son los muros de la Alhambra. A estar solo. En la contemplación de un ambiente lleno de voces difíciles, en un aire que a fuerza de belleza es casi pensamiento, en un punto neurálgico de España donde la poesía de meseta de San Juan de la Cruz se llena de cedros, de cinamomos, de fuentes, y se hace posible en la mística española ese aire oriental, ese ciervo vulnerado que asoma, herido de amor, por el otero.
A estar solo, con la soledad que se desea tener en Florencia; a comprender cómo el juego de agua no es allí juego como en Versalles, sino pasión de agua, agonía de agua.
O para estar amorosamente acompañado y ver cómo la primavera vibra por dentro de los árboles, por la piel de las delicadas columnas de mármoles, y cómo suben por las cañadas arrojando a la nieve, que huye asustada, las bolas amarillas de los limones.
El que quiera sentir junto al aliento exterior del toro ese dulce tictac de la sangre en los labios, vaya al tumulto barroco de la universal Sevilla; el que quiera estar en una tertulia de fantasmas y hallar quizá un vieja sortija maravillosa por los paseíllos de su corazón, vaya a la interior, a la oculta Granada. Desde luego, se encontrará el viajero con la agradable sorpresa de que en Granada no hay Semana Santa. La Semana Santa no va con el carácter cristiano y antiespectacular del granadino. Cuando yo era niño, salía algunas veces el Santo Entierro; algunas veces, porque los ricos granadinos no siempre querían dar su dinero para este desfile.
Estos últimos años, con un afán exclusivamente comercial. hicieron procesiones que no iban con la seriedad, la poesía de la vieja Semana de mi niñez. Entonces era una Semana Santa de encaje, de canarios volando entre los cirios de los monumentos, de aire tibio y melancólico como si todo el día hubiera estado durmiendo sobre las gargantas opulenlas de las solteronas granadinas, que pasean el Jueves Santo con el ansia del militar, del juez, del catedrático forastero que las lleve a otros sitios. Entonces toda la ciudad era como un lento tiovivo que entraba y salía de las iglesias sorprendentes de belleza, con una fantasía gemela de las grutas de la muerte y las apoteosis del teatro. Había altares sembrados de trigo, altares con cascadas, otros con pobreza y ternura de tiro al blanco: uno, todo de cañas, como un celestial gallinero de fuegos artificiales, y otro, inmenso, con la cruel púrpura, el armiño y la suntuosidad de la poesía de Calderón.
En una casa de la calle de la Colcha, que es la calle donde venden los ataúdes y las coronas de la gente pobre, se reunían los "soldaos" romanos para ensayar. Los "soldaos" no eran cofradía, como los jacarandosos "armaos" de la maravillosa Macarena. Eran gente alquilada: mozos de cuerda, betuneros, enfermos recién salidos del hospital que van a ganarse un duro. Llevaban unas barbas rojas de Schopenhauer, de gatos inflamados, de catedráticos feroces. El capitán era el técnico de marcialidad y les enseñaba a marcar el ritmo, que era así: "porón..., ¡chas!", y daban un golpe en el suelo con las lanzas, de un efecto cómico delicioso. Como muestra del ingenio popular granadino, les diré que un año no daban los "soldaos" romanos pie con bola en el ensayo, y estuvieron más de quince días golpeando furiosamente con las lanzas sin ponerse de acuerdo. Entonces el capitán, desesperado, gritó: "Basta, basta; no golpeen más, que, si siguen así, vamos a tener que llevar las lanzas en palmatorias», dicho granadinísimo que han comentado ya varias generaciones.
Yo pediría a mis paisanos que restauraran aquella Semana Santa vieja, y escondieran por buen gusto ese horripilante paso de la Santa Cena y no profanaran la Alhambra, que no es ni será jamás cristiana, con tatachín de procesiones, donde lo que creen buen gusto es cursilería, y que sólo sirven para que la muchedumbre quiebre laureles, pise violetas y se orinen a cientos sobre los ilustres muros de la poesía.
Granada debe conservar para ella y para el viajero su Semana Santa interior; tan interior y tan silenciosa, que yo recuerdo que el aire de la vega entraba, asombrado, por la calle de la Gracia y llegaba sin encontrar ruido ni canto hasta la fuente de la plaza Nueva.
Porque así será perfecta su primavera de nieve y podrá el viajero inteligente, con la comunicación que da la fiesta, entablar conversación con sus tipos clásicos. Con el hombre océano de Ganivet, cuyos ojos están en los secretos lirios del Darro; con el espectador de crepúsculos que sube con ansias a la azotea; con el enamorado de la sierra como forma sin que jamás se acerque a ella; con la hermosísima morena ansiosa de amor que se sienta con su madre en los jardinillos; con todo un pueblo admirable de contemplativos, que, rodeados de una belleza natural única, no esperan nada y sólo saben sonreír.
El viajero poco avisado encontrará con la variación increíble de formas, de paisaje, de luz y de olor la sensación de que Granada es capital de un reino con arte y literatura propios, y hallará una curiosa mezcla de la Granada judía y la Granada morisca, aparentemente fundidas por el cristianismo, pero vivas e insobornables en su misma ignorancia.
La prodigiosa mole de la catedral, el gran sello imperial y romano de Carlos V, no evita la tiendecilla del judío que reza ante una imagen hecha con la plata del candelabro de los siete brazos, como los sepulcros de los Reyes Católicos no han evitado que la media luna salga a veces en el pecho de los más finos hijos de Granada. La lucha sigue oscura y sin expresión... ; sin expresión, no, que en la colina roja de la ciudad hay dos palacios, muertos los dos: la Alhambra y el palacio de Carlos V, que sostienen el duelo a muerte que late en la conciencia del granadino actual.
Todo eso debe mirar el viajero que visite Granada, que se viste en este momento el largo traje de la primavera. Para las grandes caravanas de turistas alborotadores y amigos de cabarets y grandes hoteles, esos grupos frívolos que las gentes del Albaicín llaman "los tíos turistas", para ésos no está abierta el alma de la ciudad.

martes, 18 de marzo de 2008

Salamina (II)

Esta clave bélica y heroica es la clave “oficial” que funciona como matriz de sentido del fallido fusilamiento de Sánchez Mazas. Por un lado, a los pocos días de producida la ocupación de Barcelona por las fuerzas que respondían a Franco, el escritor gallego Eugenio Montes -amigo personal de García Lorca y de Sánchez Mazas y, como éste, miembro fundador de la Falange- escribe un artículo en el que se lee la historia del escritor falangista a través de uno de los mitos fundadores de la identidad occidental: el mito de Ulises: “Tan feliz como Ulises tras el largo viaje, náufrago de tierra firme, salvado de sí mismo, por su fe, su brío y su vitalidad inverosímil”, escribe Montes, exaltado por la reciente llegada a Barcelona de las tropas nacionales comandadas por el general Yagüe.
Al poco tiempo, cuando Sánchez Mazas ocupa un cargo de ministro en el gabinete franquista, su figura es reproducida por la prensa escrita y por los noticieros cinematográficos cercanos al régimen de Franco como un ejemplo de la represión en zona republicana y como un caso particularmente emotivo de la “cruzada de liberación”. Ello puede verse, por ejemplo, en uno de los tramos del documental Caudillo (1977), del realizador Basilio Patiño, en el que se inserta un fragmento de un noticiero de época que muestra a Sánchez Mazas mientras da una conferencia sobre su fallido fusilamiento, vestido con el mismo saco raído -la famosa “pelliza”, una suerte de testimonio tangible del periplo del escritor- con el que comienza la evocación de Montes.
La novela de Cercas plantea, en diferentes niveles, un distanciamiento de esta construcción heroica de la figura de Sánchez Mazas, que puede leerse incluso como un distanciamiento de la dimensión heroica con la que se invistieron una parte considerable de los intelectuales del siglo XX. Si la parte central de Soldados de Salamina presenta un Sánchez Mazas no por cierto valiente ni “fecundo en ardides” como Ulises, sino más bien como un personaje cercano a una de las tradiciones más conspicuas de la literatura hispánica (la picaresca), la tercera parte de la novela de Cercas está construida en torno a la búsqueda y al diálogo con el testigo, el miliciano republicano que forma parte de la partida que debe fusilar al grupo de prisioneros y que, en un momento determinante, pone en estado de suspensión ese encargo. La cuestión es importante porque toda esta tercera parte de la novela gira en torno a uno de los imaginarios más potentes del siglo XX: el del héroe político, entendido como aquel que, impulsado por un conjunto de ideales afirmativos con cierto grado de coherencia, decide llevar adelante una acción. El acto de renuncia del miliciano de Soldados de Salamina se acerca, pues, a una línea minorizante de la literatura moderna, una línea zigzagueante que involucra, por ejemplo, al Bartleby de Meville, a ciertos personajes de Franz Kafka o de Robert Walser o a los ancianos-mendigos de Beckett.
Frente a la alternativa activa y vitalista la novela de Cercas obliga a pensar el lugar político de aquel que decide no actuar, de aquel que, en un momento, decide no hacer.

Interrogar la muerte
En esa misma tercera parte, a partir del diálogo entre el narrador y Miralles, el ex miliciano, se plantea un tema que permite pensar los modos en que la literatura trabaja cuestiones que van más allá de lo estrictamente literario: el problema de la justicia y el problema de la muerte. Para Miralles, el único sentido que tiene volver a hablar de los hechos de la guerra es el recuerdo de los muertos: “Desde que termino la guerra –afirma Miralles- no ha pasado un solo día sin que piense en ellos. Eran tan jóvenes… Murieron todos. Todos muertos. Muertos. Muertos”.
¿Hasta dónde, en efecto, puede arrastrarnos el fervor político o la convicción ideológica? Se trata, antes que de ninguna otra cosa, de la alternativa entre matar o no matar. Quizá, por ello, sea interesante pensar cuál es el alcance político de la novela de Cercas, que no debe buscarse tanto en la reconstrucción “de parte” de un período traumático de la historia española, y no sólo española, del siglo XX, sino más bien en la pregunta que el texto plantea centralmente, que es la pregunta por la violencia y por la muerte y de los modos en que ambas se entrecruzan. En este sentido, la puesta en relación de Soldados de Salamina con textos que se instalan en el debate acerca del lugar del asesinato y de la violencia en momentos particularmente densos de sentido, como la guerra civil española, resulta particularmente estimulante. Por un lado, pensamos en textos escritos casi como un registro de los asesinatos políticos llevados adelante en la España de los años 30, como el célebre alegato de George Bernanos (partidario en un primer momento de la sublevación) Los grandes cementerios bajos la luna acerca de la represión franquista en las Baleares, o la carta de Simone Weil (que se participó por poco tiempo como voluntaria en el bando republicano) al mismo Bernanos acerca de los asesinatos de opositores políticos y de católicos llevados adelante por anarquistas y comunistas en sus zonas de influencia. Se trata de textos particularmente potentes desde un punto de vista ético-político en la medida en que, lejos de las más o menos perimidas evocaciones exaltatorias de los contendientes esgrimidas por intelectuales involucrados en ambos bandos, plantean, poniendo en el centro contemplación de la muerte violenta del otro, una reconsideración y un distanciamiento de los respectivos puntos de partida políticos. Dando un paso más en esta línea de reflexión ético-político proyectada por la novela, se puede pensar este abrirse hacia una lectura que no privilegia tanto el suceso histórico que se narra en ella, sino la pregunta ética que el texto plantea desde la recuperación de algunos aspectos del debate acerca de la violencia política en los años 70 en nuestro país, a partir de la carta del filósofo Oscar del Barco y de las respuestas críticas de Eduardo Grüner, Beatriz Sarlo y León Rozitchner, entre otros. Y es que, en última instancia, Soldados de Salamina puede ser vista como una puesta en narrativa de la afirmación que resuena, lacerante, a lo largo de toda la carta de Del Barco: “Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios, en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás. Un mandato –continúa el filósofo cordobés- que no puede fundarse o explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia.”

Bibliografía

Agamben, Giorgio. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Valencia, Pre-textos, 2000.
Del Barco, Oscar. Carta al director de la revista La intemperie, Córdoba, diciembre de 2005.
Esposito, Roberto. El origen de la política. ¿Hanna Arendt o Simone Weil? Barcelona, Paidós, 1999.
Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Bs. As., FCE, 2000.

martes, 11 de marzo de 2008

Memoria, reconstrucción, testimonio: aperturas desde Soldados de Salamina (I parte)

Memoria, reconstrucción, testimonio: aperturas desde Soldados de Salamina
por Diego Bentivegna

Publicado en el último número de la revista Limen, Bs. As., Kapelusz-Norma, 2007.



Invierno de 1939. Barcelona. La guerra civil española está llegando a su fin. Unos milicianos republicanos conducen a un grupo de presos políticos a un campo donde, como los mismos prisioneros intuyen, serán fusilados, en las cercanías de un antiguo monasterio convertido en barraca. Entre los prisioneros, se encuentra el escritor Rafael Sánchez-Mazas, uno de los fundadores, junto con José Antonio Primo de Rivera, de Falange Española, y uno de los intelectuales que contribuyo de manera más potente en la construcción de su retórica latina e imperial de cruces, águilas y flechas, tan explotada luego por el régimen de Franco. En el momento de los disparos, y en medio de la confusión, Sánchez Mazas logra escapar de la muerte arrojándose por una barranca. Los milicianos rastrillan el terreno en su busca. Uno de ellos, de pronto, lo ve y, en un instante, toma la decisión de no dar aviso a los otros milicianos. “-Por aquí no hay nadie-, dio media vuelta y se fue”, dice Rafael Sánchez Ferlosio, hijo de Sánchez Mazas, que dijo el miliciano. Son esas palabras de Ferlosio, al menos, las que se registran en la novela Soldados de Salamina, del español Javier Cercas (Cáceres, 1962), que narra el fusilamiento fallido y la posterior huida de Sánchez Mazas a través del bosque cercano, ayudado por un grupo de campesinos catalanes que viven allí.
Tomando como punto de partida esta novela, publicada en 2001 y convertida en uno de los sucesos editoriales de lengua española más importantes, y de la versión cinematográfica de David Trueba, estrenada en marzo de 2003, proponemos un abordaje de los problemas relacionados con la textualidad novelesca en conexión con algunos aspectos centrales en las reflexiones actuales sobre la construcción del saber histórico, como la cuestión de la reconstrucción, la cuestión de la memoria o la cuestión del testimonio. Desglosamos esta propuesta de abordaje en tres núcleos que plantean lo que consideramos son elementos insoslayables en la constitución de los textos narrativos inscriptos en una zona en que lo ficcional y la pulsión de registro de lo real se superponen: esa zona ambigua que en la novela de Cercas el narrador llama la zona del “relato real”, relato que es como una novela “sólo que, en vez de ser todo mentira, todo es verdad”. Ubicada Soldados de Salamina en esta zona ambigua, un abordaje de la novela a partir de las algunos núcleos problemáticos propuestos por el análisis y la hermenéutica del discurso histórico permitiría no sólo plantear las relaciones complejas entre cultura y política en los años 30 (con el compromiso de intelectuales de toda laya en ambos bandos del conficto) sino también acerca del lugar narrativo del sobreviviente y del testigo. A partir de estos núcleos problemáticos, proponemos algunas líneas de contacto entre el texto de Cercas y algunos textos producidos en nuestro país en los que se enfatizan las articulaciones entre violencia, historia y política, como Operación masacre, de Rodolfo Walsh o las más recientes intervenciones en torno a la validez de la violencia política que tomaron como punto de partida la carta de Oscar del Barco en la que el filósofo cordobés critica algunos aspectos de los grupos armados de los años 70.

Escritura, ficción, búsqueda
Un primer ámbito de reflexión abierto por la novela de Cercas es el de la escritura como espacio de investigación y de búsqueda. En este sentido, resulta sintomático que la colocación enunciativa del narrador de la novela de Cercas sea la posición típicamente asociada en las sociedades mediáticas con la investigación a través de la escritura: la posición del periodista, posición que en la versión cinematográfica de Trueba se transforma en la posición de una joven docente de historia. En ambos casos, a pesar del desplazamiento de género y de profesión, se trata de posiciones enunciativas que privilegian el lugar de la palabra (escrita, en un caso; oral, en el otro) como instancia de puesta en juego de una cierta búsqueda de la verdad. Asimismo, el narrador de Soldados de Salamina vive el cortocircuito o el desfasaje entre la escritura no ficticia de investigación y la escritura ficticia de lo literario. Se plantea, entonces, la reflexión acerca de dónde, y desde dónde, narrar. Se trama, desde allí, una situación enunciativa que tiene algo de paradójica: la escritura de la novela, esto es, la escritura de la ficción que se titula Soldados de Salamina, coincide, imaginariamente, con la interrupción de la escritura ficticia, de la escritura de cuentos o de novelas por parte del narrador.
Esta desplazamiento no resuelto entre escritura ficcional y escritura no ficcional, entre ficción, si se quiere, y registro de lo real, que podemos encontrar también en el comienzo de Operación masacre, se enfatiza a partir de un juego de encastramiento, que, a partir por ejemplo de la literatura borgeana, constituye uno de los tópicos más fuertes de la llamada escritura “postmoderna”. Nos referimos, por un lado, al desplazamiento del nombre de la novela, del nombre que funciona como marco, como umbral paratextual, hacia el interior de la novela misma. En efecto, Soldados de Salamina es, en el mundo proyectado por la novela de Cercas, “Soldados de Salamina”, el artículo escrito por el narrador que retoma, a su vez, el título del libro nunca escrito por Sánchez Mazas acerca de su fallido fusilamiento y de sus peripecias hasta encontrarse con las tropas nacionales. El desplazamiento de la cursiva del título de la novela a las comillas del título del artículo que constituye el centro de la novela de Cercas implica un desplazamiento de sentido en el que se pone en juego un determinado saber sobre la literatura, tensionada entre el deseo de registrar el suceso histórico que se narra, por un lado, y el juego de deformaciones especulares y de desplazamientos que funcionan en todo texto. No estamos ya, como en la utopía realista de Stendhal, ante el espejo que se pone al costado del camino, sino ante el juego de espejos deformantes, de imágenes desplazadas, del universo abrumador y tórrido de las películas de Welles.
Es a partir de un comentario de Sánchez Ferlosio que se dispara la trama investigativa. Del mismo modo, es otro personaje-escritor (el chileno Roberto Bolaño) el que posibilitará en la tercera parte de la novela el encuentro entre el narrador y el supuesto testigo central del fusilamiento de Sánchez Mazas. Se produce así en la novela de Cercas un juego especular de nombres, que podemos reinscribir en un punto de oscilación entre las poéticas del registro y el juego deformante, ficcional, que encontramos, por ejemplo, en la literatura de Borges, donde “Borges” es también, como “Bioy” o como “Emir Rodríguez Monegal”, un nombre autoral y un nombre ficcional, así como la “marcación”, o el “link”, de ese pasaje.
Los nombres de autor no funcionan pues como meros indicadores de coherencia, meros índices de lo real, sino como verdaderos potenciadotes (y dadores) del relato tramado en la novela de Cercas. Es en más de un sentido, entonces, que Soldados de Salamina es literatura que habla de, y desde, la literatura: no sólo porque en ella se aborde un escritor y su época, sino también porque, a través de Sánchez Ferlosio o de Bolaño, es la literatura misma (o al menos, los nombres autorales) la que opera como generadora del relato.


Reconstrucción, memoria
La novela de Cercas propone una reflexión no sólo acerca de los modos en que la literatura se relaciona con la historia, sino acerca de algunos de los elementos constitutivos mismos del relato histórico. En principio, el texto plantea la historia -vista desde el lugar del narrador- no sólo como un proceso de investigación sino también como un proceso de reconstrucción -vista desde el punto de vista del investigador periodístico- y como memoria -vista desde el punto de vista de los testigos, ya sea desde el de los miembros de la familia de campesinos que hospeda a Sánchez Mazas durante su huida y que, ya ancianos, son entrevistados por el narrador, ya sea en la memoria del ex miliciano republicano refugiado en Francia, ya sea en la memoria escrita de otro “fusilado” que, paradójicamente, también sobrevive y escribe, él sí, un libro sobre el asunto (Yo fui fusilado por los rojos).
Si, en el caso de Operación masacre, que parte, recordemos, de la misma paradoja (“Hay un fusilado que vive”), el testigo, el muerto que vive, es indudablemente la víctima, en el caso de Soldados de Salamina el estatuto del testigo es un estatuto ambiguo. Por un lado, es el propio Sánchez Mazas y los personajes ligados por amistad o por lazos familiares con él quienes funcionan como testigos, en especial su hijo, Rafael Sánchez Ferlosio. Pero, sobre todo, el testigo, en un sentido lato, es “aquel que ha estado ahí”, aquel que ha visto con sus propios ojos, que ha puesto su cuerpo en un lugar y en un tiempo puntuales y que, no sólo a través de su palabra sino incluso mediante su propia corporalidad, es capaz de dar cuenta de ese haber estado.
En los años de la más inmediata posguerra, el relato de las vicisitudes de Sánchez Mazas en los últimos momentos del conflicto civil fue leído, desde la maquinaria cultural del nuevo Estado, en términos de heroísmo y de intervención providencial. El propio Sánchez Mazas, en la novela de Cercas, enfatiza en cierto sentido esta lectura de los acontecimientos bélicos en clave épica en la medida en que piensa un título para el hipotético texto que narre sus vicisitudes, “Soldados de Salamina”, cuyas referencias cultas a la batalla naval en la que la flota griega logró derrotar a las superiores fuerzas navales persas durante la segunda guerra médica ignoran los campesinos catalanes que alojan al escritor. A partir de ello, el discurso de Sánchez Mazas no sólo se articula con el discurso cultista, particularmente presente entre los escritores adictos a Falange, que reivindica el carácter constitutivo para la tradición occidental de la herencia grecolatina, sino que también lo hace con el discurso de grandes intelectuales europeos tentados en su momento por la deriva nazi-fascista, como Martín Heidegger, quien -a partir de la lectura del poema “El archipiélago” de Friedrich Hölderlin (dedicado precisamente a la batalla de Salamina)- ve por esos años a Alemania como una “nueva Grecia” frente a la potencia destructora de los imperios oriental (URSS) y occidental (EE.UU.).
(sigue)

sábado, 8 de marzo de 2008

Nuestro lado moldavo

Yo me considero como una síntesis: mi padre era moldavo y mi madre olteniana. En la cultura rumana, Moldavia representa el lado sentimental, la melancolía, el interés por la filosofía, por la poesía y una cierta pasividad ante la vida. Interesa menos la política que los programas políticos y las revoluciones en el papel. De mi padre y de mi abuelo, un campesino, heredé esta tradición moldava. Estoy orgulloso de poder decir que soy la tercera generación que ha llevado zapatos, porque mi bisabuelo andaba descalzo o con opinci, una especie de sandalias. Para el invierno había unas enormes botas. Una expresión rumana decía: «Segunda, tercera o cuarta generación... de zapatos». Yo soy la tercera generación... De esta herencia moldava me viene mi tendencia a la melancolía, la poesía, la metafísica, digamos que a «la noche».

Mircea Eliade, entrevista.