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Por Raúl Fedele
“La Divina Mímesis”, de Pier Paolo Pasolini. El Cuenco de Plata. Buenos Aires, 2011.
La quintaesencia de los ensayos de Erich Auerbach radica en estudiar las variaciones de interpretación de lo real a través de la representación literaria o “imitación”, la mímesis, partiendo del planteo del problema en el Libro X de la República platónica y con especial atención puesta en Dante Alighieri, por su pretensión de representar en la Comedia la Verdad, una “auténtica realidad”. Precisamente Dante y Auerbach son los dos referentes explícitos y principales del último libro que Pier Paolo Pasolini había decidido entregar a la imprenta, y que apareció en las librerías pocos días después de su asesinato. Ya en el título figuran esos dos autores: La Divina Mímesis.
Constituido por dos cantos, notas y un “poema fotográfico”, el libro es presentado por un supuesto editor como una “edición no crítica” de los apuntes encontrados después de que su autor fuera asesinado. La profecía personal (otro atributo dantesco) resulta escalofriante: “Un cuaderno de notas fue hallado incluso en el hueco de la guantera del auto; y, en fin, detalle macabro pero también -se nos permita- conmovedor, un papel cuadriculado (arrancado evidentemente de un block de hojas), con una decena de líneas muy inciertas, ha sido encontrado en el bolsillo de su cadáver (él ha muerto, asesinado a palazos, en Palermo, el año pasado)”.
Los originales del supuesto autor proponen distintos títulos para estos apuntes: Fragmentos infernales; Memorias barbáricas; Paraíso; La teoría y La divina teoría; La divina realidad... Como señala Diego Bentivegna en el prólogo a su impecable traducción de La Divina Mímesis, este libro debe situarse “en la época en que Pasolini elabora una cadena de conceptos tales como el genocidio cultural, la mutación antropológica, el nuevo fascismo, el conformismo de masas, el puritanismo industrial, etc., con los que intenta denunciar el acelerado proceso de destrucción de la cultura subalterna, campesina, premoderna de Italia”. El dedo acusador señala la homogeneización, la uniformidad obligatoria, la irrealidad, la revolución degenerada, y reiteradamente regresa a denunciar ese otro matiz arrollador que acompaña al pecado de la normalidad y del conformismo que ve instalarse con fuerza en la sociedad italiana (y por extensión, podríamos decir, occidental): el de la vulgaridad.
Como en el proemio a la Comedia se encuentra a Dante perdido en la selva tenebrosa del 1300, el canto I de La Divina Mímesis encuentra al narrador en un “momento muy oscuro” de su vida, en medio de la Selva de la realidad de 1963. El escenario oscuro resulta paradójicamente luminoso (“oscuridad igual a luz”), ya que estamos en una sala cinematográfica. Y como en Dante aparecen las tres fieras: la lonza, “la bestia ágil y sin escrúpulos”; el león, “vago, vil, prepotente, estúpido, carente de algún otro interés que no fuera vagar, solo, o devorar, solo”, y la loba, que causa terror “no por lo que representaba de degradado, sino por el solo hecho de ser una aparición, casi objetiva: la definición de sí, un ‘ecce homo’, por decirlo así, de cuya realidad el conocimiento no puede escapar de ninguna manera. Su presencia era tan indiscutible que suprimía toda esperanza de poder llegar alguna vez a esa cima misteriosa que entreveía delante de mí, en el silencio”.
Finalmente, emulando la posición que Dante asume al elegir la lengua vulgar para su obra excelsa, Pasolini apuesta por una lengua que juegue todas sus combinaciones históricas (la ósmosis con el latín, los entrecruzamientos dialecto-latín, koiné-latín, lengua literaria-latín, tecnolengua-latín, etc., etc.). De ahí que en la sección fotográfica, junto a imágenes de suburbios, del Tercer Mundo, de partisanos, de “El Evangelio según San Mateo”, aparezcan dos escritores italianos claves en la concepción de una apertura lingüística (y estilística, descentralizada, antihegemónica): el “gran lombardo”, Carlo Emilio Gadda, y el ensayista Gianfranco Contini.