sábado, 13 de julio de 2019



Hace ya un tiempo, Lisandro Relva escribió unas palabras generosas sobre "Geometría y angustia" (Valencia, Pre-Textos) que se publicaron en la Revista "Scientia Interfluvius" de la Universidad de Entre Ríos. Le agradezco profundamente a Lisandro por su acercamiento al texto. Acá va la reseña:
Una zona de pasaje: la poesía
Por Lisandro Relva
Una versión de este artículo fue publicada en la revista Scientia Interfluvius, Universidad Autónoma de Entre Ríos, n. 9., 2018.
Geometría o angustia (Valencia, Pre-Textos, 2016, 96 págs.) es el tercer poemario publicado de Diego Bentivegna. Título por demás sugestivo, su posición liminar señala la elección que alienta las páginas que siguen: Bentivegna decide reformular una frase pronunciada por Federico García Lorca en ocasión de una conferencia otorgada en Barcelona a su regreso de Nueva York, en 1932. Dicha reformulación -la sustitución de la conjunción copulativa “y” por la disyuntiva “o”- es quizás el nudo gordiano que permite colegir la diagramación de la obra: un diagrama, voz griega que remite a la actual idea de diseño, es el objeto entrevisto pero siempre postergado que imanta la búsqueda de Bentivegna en su poesía. Es una zona de pasaje, zona en la que la catástrofe deviene germen. Al respecto, cabe recordar lo que Deleuze explica en sus clases, pensando en la pintura: “Si el diagrama se extiende a todo el cuadro, si gana todo, es la ruina. Si no existe el diagrama, si no hay esta zona de limpieza, si no hay esta especie de zona loca lanzada en el cuadro de tal manera que las dimensiones tanto como los colores salgan de ahí […] entonces ya no hay nada” (Deleuze: 2007, 45). Germen, entonces, que se abre en el cuadro, que opera una hendidura de la que algo sale. Germen del que proliferan trazos y manchas asistémicos que tensionan la relación luz/color/línea hasta deshacer la representación, dando lugar a una –incalculable, plegada, nunca segura- presencia. La poesía de Bentivegna abre –y es abierta por- la pregunta, que en su caso es la pregunta por el cómo: cómo escribir la propia vida de tal modo que la resultante no sea la pálida cristalización textual de un universo referencial inincidido por la experiencia; cómo diagramar esa –proteica- experiencia en la escritura. Transitando la pregunta, se enfrenta al propio abismo, ese abismo que la poesía abre sin la vana promesa de una sutura perentoria, abismo que centellea en esos primeros versos que siguen al título, derramándose unos sobre otros, indefinidamente: 
un edificio negro:
una escuela: una iglesia:
un hospital: la luz blanca:
un hotel: unos vidrios rotos:
una cancha: un pueblo: las sierras:
el sol: el aire: el polvo:
un almacén: un plano:
una pared de adobe:
un terreno quemado:
pasto en los rieles: una hoja canson:
una estación vacía:
un carro arrastrado por caballos:
una fábrica al costado de la ruta:
un depósito abrasado por las bombas:
el tinglado de un taller entre las hojas:
una hostería con un molino roto:
un cartel oxidado:
un río en cámara lenta:
(Geometría...p.7-8)
Primacía ontológica de lo indefinido: una catarata de escenas, de objetos recortados y yuxtapuestos, diagrama el poema inicial y señala prospectivamente esa experiencia límite, la guerra. No hay conclusiones, no hay cierre que no se postergue ni significatizaciones exitosas. Retomando a Didi-Huberman, la modalidad de lo visible en Bentivegna se vuelve ineluctable en la medida en que “ver es sentir que algo se nos escapa ineluctablemente: dicho de otra manera, cuando ver es perder” (Didi-Huberman: 2006, 17). La recuperación del ser para sí es una y otra vez aplazada, puesto que la propia identidad está sometida al libre juego de las cristalizaciones y las desagregaciones de elementos heterogéneos que, aunque caóticos, vuelven como una pulsión esencial para provocar nuevas cristalizaciones.
Jalonado por dos partes principales –la primera de las cuales se escinde en dos apartados numerados-, el libro pone frente al lector un yo poético descentrado, habitante de unos márgenes ontológicos que lo vuelven ese niño con electrodos –que es, casi, “un estado de llanto” (p.13), esa mujer exilada que busca guarecerse, hasta ser, por momentos, indescifrable. Sucesivamente, van perfilándose sujetos que migran, que se esconden, en huida. Es un yo que anda por ahí llevando a cuestas la sombra de “sus muertitos”:
“Mis muertos en la guerra,
mis abiertos, hermanos,
Son mis muertos eslavos,
tirados en montones al borde del camino.
Son mis muertos,
mis muertos apilados en una masa informe,
sin nombre y sin sentido”
(Geometría...p.49)
Con alcances oníricos, por momentos, los poemas confunden sus cargas referenciales: el conflicto de la Primera Guerra, que origina la primera migración, deviene terror por el estallido de las bombas durante la guerra de Malvinas (“En la escuela hacemos simulacros/ para protegernos de las bombas. Las maestras nos piden/ que dejemos de pronto las aulas.”). Siempre el pasaje: del yo niño, ahogado en llanto o temeroso de la caída final, a la mujer que huye y habita la frontera (“A ese punto impreciso del territorio –monte, selva, páramo, montaña o desierto,- que escapa a toda representación concreta, que huye a toda imagen fija, la mujer lo llamará, en su media lengua eslava, la frontera.”). 
En Idea de la prosa, Agamben señala dos experiencias de la lengua: una que “presupone siempre palabras en las que siempre hablamos, es decir, como si siempre tuviésemos palabras para la palabra”, y otra más arcana y frecuentemente inasumible en la que estamos despojados de palabras para el lenguaje, experiencia que es a un tiempo nuestra lengua y “la lengua de la poesía” (Agamben: 1989, 30). Basculando entre esos dos regímenes, o más precisamente, mediante el trazado contingente de vasos comunicantes Geometría o angustia siluetea, a cada paso, ese punto de tránsito.
Lisandro Relva