lunes, 21 de noviembre de 2022

H. B.

 Leí una nota de opinión en Página en la que se enmarca el discurso de Hebe en el ámbito de la lengua "popular", con las previsibles remisiones a lo "plebeyo" y a una especie de franqueza rosseauniana. Me parece una reducción. Prefiero leer como en el discurso de Hebe se rearma una tradición potente que remite a los orígenes mismos de lo que entendemos como literatura en Occidente.

Creo que asignar el discurso de Hebe solo a lo popular es una forma de reducirla y de capturarlo desde una mirada propia de la elite letrada.
A mí, en cambio, me resuenan en otro lado algunas de las las acuñaciones más fuertes del discurso de Hebe y de las madres. Por ejemplo, "ser hijas de nuestros hijos".
Me interesa lo que se irradia desde una frase como esa. Lo que retorna ahí es la desconfiguración total del tiempo lineal y del orden biológico y familiar, la aparición de un tiempo mesiánico que está al principio del canto que cierra la Divina Comedia, el Canto 33 del Paraíso que cité en un posteo de ayer, donde María es llamada por en el poema, ya en la cumbre de su viaje ultraterreno, "Virgen madre, hija de tu hijo".
En Hebe eso regresa con una potencialidad política que interroga los fundamentos mismos del orden familiar, biológico, filial, una potencialidad política que de ninguna manera cabe en el ámbito de la política de partidos y que va mucho más allá de las posiciones explícitas que ella sostuvo en diferentes momentos de su militancia: la política de los nombres que se sustraen a la imagen, la socialización de la maternidad, la búsqueda de una verdad que no se sostiene en la evidencia del cuerpo y que cuestiona los modos de operar de saberes como la antropología y la medicina forense porque está pensando una política de lo comunitario y de la vida. Por eso para mí el discurso de Hebe se cruza con ese gran poema del siglo XX que es Réquiem, de Ana Ajmátova, que también cité en otro posteo. Hay está la búsqueda los seres queridos emprendida sobre todo por las mujeres, las madres, las esposas, las hermanas, durante el terror stalinista. Incluso las fotografías de Ajmátova después del terror, con su pañuelo en la cabeza y con la mostración de los surcos del tiempo, parecen evocar, a destiempo, las imágenes en blanco y negro de las madres, esas imágenes que Viñas llevaba también a Rusia, al Tolstoi de "La guerra y la paz". Ahí está también la política no centrada en el nombre propio (el todos somos Espartaco), ni la estructura familiar, ni en el uno, como en la dispersión final de los hijos de Fierro, que tampoco se unifican en un todo homogéneo y que tampoco tienen nombre. Son todos elementos muy potentes que, por supuesto, no son solo de Hebe, sino que remiten a una discursividad colectiva, de la que ella era seguramente la expresión más visible.