lunes, 23 de octubre de 2023

Un poema de Mario Luzi




Mario Luzi

Las ánimas

 

En todos lados, fuego, fuego calmo de maleza, fuego

en los muros donde flota una sombra vaga

sin fuerzas para imprimirse, fuego

más allá, que a agujazos sube y baja

la colina hacia su extensión de cenizas,

fuego desde las copas de las ramas, desde las pérgolas.

 

 

Aquí, ni antes ni después, en el tiempo justo,

ahora que todo en torno la hondonada

festiva y triste pierde vida, pierde

fuego, me doy vuelta, enumero mis muertos,

y la teoría parece más larga, palpita

de rama en rama hasta el primer cepo.

 

Dales la paz eterna, llévalos

a salvo fuera de este remolino

de cenizas y de llamas que se agrupa

ahogado en la garganta, se dispersa

en los senderos, vuela incierto, desaparece;

haz que la muerte sea muerte, y no otra cosa

que la muerte, sin lucha, sin vida.

Dales paz, paz eterna, cálmalos.

 

Allí, donde es más densa la guadaña,

aran, empujan las tinas hasta el fondo,

parlotean en las tranquilas mutaciones

de hora en hora. El cachorro se estira

en el huerto, cerca de la esquina, se adormece.

 

Un fuego casi tibio basta apenas,

si es que basta, para poner en riesgo hasta que dure

esta vida del bajo bosque. Otro,

sólo un otro podría hacer el resto

y más aún; consumar esos despojos

cambiarlos en luz clara, incorruptible.

 

 

Reposo de los muertos por los vivos, reposo

de vivos y muertos en una llama. Atízala:

la noche está aquí, la noche se propaga,

tiende entre los montes su vibrión de araña,

rápido el ojo no sirve más, queda

el conocimiento por ardor o lo oscuro.



De Onore del vero, Venecia, Neri Pozza, 1957.

Trad: Diego Bentivegna