martes, 4 de julio de 2017

Jimena Néspolo sobre Geometria o angustia (Valencia, Pre-Textos, 2016)


Geometría o angustia (2016), el tercer poemario de Diego Bentivegna, encuentra su título en una expresión de García Lorca, colocada como epígrafe de la segunda parte del volumen. El trastocamiento es leve, pero capital: la “y” copulativa de Federico se expande en una “o” adversativa que también puede funcionar –sabemos– como adición o titubeo sobre el primer término, pero poniendo un reparo, porque no se trata de amontonar palabras como cuerpos sino de encontrar un diseño en el espacio: una geometría. Es Civilización o barbarie. Y es Geometría o angustia… lejos, pero no tanto, de Geometría del amor, ese volumen de relatos de John Cheever, el escritor norteamericano que encontró en sus ficciones de pareja de mitad del siglo XX el vórtice desde donde interrogar el gran teatro de las emociones humanas. 
La expresión de García Lorca, “geometría y angustia”, se encuentra en una conferencia pronunciada a su vuelta de Nueva York, cuando afirma que “los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia –dice Federico, en Barcelona, en 1932–. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos, se comprende aquella trágica angustia vacía que hace perdonable por evasión hasta el crimen y el bandidaje”. Son los años en que Federico gesta Poeta en Nueva York (1940), un poemario de quiebre en su obra –donde los motivos de color se abandonan en pos de una búsqueda verdadera de sí.
Pero el trastocamiento de la expresión, por parte de Diego, opera no sólo sobre la producción lorquiana sino también sobre las apropiaciones posteriores. Puesto que –como se recordará– en 2012 aparece la antología de Julio Neira Geometría y angustia. Poetas españoles en Nueva York, que recoge el trazo de otros poetas que han posado su mirada sobre la gran ciudad moderna.
Es que Nueva York es la urbe donde el siglo XX, “el siglo de la Bestia” –según dijo alguna vez Alain Badiou–, el siglo de la máquina y de la guerra, asume su rostro más despiadado. Porque es también el siglo de los desplazamientos masivos, en que los Estados intervienen de un modo policial y “productivo” para generar mecanismos de extranjerización, desnaturalización y, también, asimilación.
De ese sujeto colectivo, que ha sufrido la pérdida de una ciudadanía y la adquisición de otra, habla la poesía de Diego para ponerle nombres y rostros, como si navegara a contracorriente de la historia, o elaborara pequeños camafeos y se los colgara al cuello. Rastros de una memoria colectiva que es a la vez íntima. Allí está Vittorio, “El niño expósito”, un poema bellísimo de la serie de Las reliquias (2013), y están Doménico, Rosaria y Santina –los abuelos a quienes está dedicado el libro– cuyas figuras emergen para mezclarse con las de Pound, Montale, Dante o incluso de Rodolfo Walsh.
Quizá el gran núcleo temático de la poesía de Diego sea la “guerra”. La vivencia de la Primera Guerra Mundial, por parte de los abuelos, en Las reliquias, se proyecta como espectro y condena en la segunda parte de Geometría, donde encontramos un conjunto de poemas que circunscriben el territorio de la infancia a la experiencia del conflicto de Malvinas, vivido como fascinación y juego, como proliferación ficcional de la apuesta heroica y viril.

En algún lugar encuentro un libro con imágenes
sobre kamikazes en la guerra del Pacífico.
Son los hijos del viento. Por algún motivo
me atraen esos diminutos aviones japoneses. Sobre todo
me detengo en las fotos de los más ligeros.
Son los Mitsubishi Zero. Los aprecio
más que los Stuka que caen en picada sobre
las llanuras de Polonia, más que a los Fiat
de la guerra de Etiopía y la de España,
más que a los pesados bombarderos americanos
que atraviesan los cielos de Europa
en las películas de los sábados.
(Geometría…, p. 63)  

Es que vivimos en estado de guerra permanente, en “estados de excepción” donde la infracción es norma y el delito, Ley. Los poemas de Diego se hacen cargo de las ideas que Giorgio Agamben desarrolla a partir de Hannah Arendt para pensar a los refugiados en términos de vanguardia, al sugerir que la misma existencia diaspórica de estos sujetos en los Estados industrializados colocan a todos los residentes en situación de éxodo o de refugio, poniendo así en crisis la idea misma de Estado-nación.
El yo poético de Diego se trata de un yo que elige posicionarse en las zonas liminares, transita los lindes interculturales para desde allí criticar la trinidad de Estado-nación-territorio. La experiencia del exilio y la desconexión de la comunidad de origen, el protagonismo de sujetos migrantes, atravesados por la vivencia de la guerra y convertidos en despojos de la historia: estos poemas hablan de “todos mis muertitos”, hablan del momento en que el estatus de ciudadano se quiebra y se desmorona en una sucesión de alteridades que sólo pueden pensarse en y desde la locura y la “frontera” –que es la palabra con la que culmina el poemario Geometría o angustia.
Hay en la vocación ensayística de Bentivegna una crítica a la razón domesticadora –pienso en su ensayo El poder de la letra. Literatura y domesticación, donde prima la crítica a una concepción depotenciada de lo literario (a partir de la lectura de autores canónicos de la historia literaria argentina del Centenario), esa que se deja “domesticar” por la maquinaria estatal–; en lo poético tal gesto pareciera camuflarse en determinados tópicos (la escritura como reino de la infancia, por ejemplo) y en la apuesta por una lengua excéntrica capaz de permearse de diversas tradiciones: la argentina, la hispanoamericana, pero principalmente la italiana, que Diego ha indagado como traductor de Pasolini, de Gramsci, y también de la poesía italiana actual. 
Si es cierto que todas las identidades son múltiples y las cristalizaciones son atajos de la muerte, la figura del niño hospitalizado con electrodos en la frente que abre el último poemario de Diego Bentivegna se vuelve evidencia tangible de que la lengua es un territorio frágil e intenso de disputa entre el sonido o el silencio, entre la infancia o la adultez, entre cuerpo o razón, fe o blasfemia: geometría o angustia 
 Jimena Néspolo