Fragmentos de Empirirismo eretico, Milán, Garzanti, 1972. De “Dal Laboratorio (Appunti en poète per una linguistica marxista)” [1965]
Trad: Diego Bentivegna
¿De qué cosa se hablaba antes de la guerra, es decir, antes que todo sucediese, y la vida se presentara como eso que es? No lo sé. Se hablaba de esto o de aquello, es cierto, se hablaba de pura e inocente fabulización (affabulazione. La gente, antes de ser eso que realmente es, era igualmente, a pesar de todo, como en los sueños. De todos modos, lo cierto es que yo, en aquel balcón, o estaba dibujando (con tinta verde o con el tubito del ocre de los colores al óleo, sobre el celofán), o estaba escribiendo versos. Cuando resonó la palabra “rosada”. Era Livio, el muchacho de los vecinos de la otra parte de la calle, los Socolari, quien hablaba. Un muchacho alto y de grandes huesos… Un campesino, por cierto, de esas tierras… Pero gentil y tímido, como lo son ciertos hijos de familias ricas, lleno de delicadeza. Porque los campesinos, se sabe, lo dice Lenin, son unos pequeños-burgueses. Sin embargo, Livio hablaba de cosas simples e inocentes. La palabra “rosada” pronunciada aquella mañana de sol no era más que una punta expresiva de su vivacidad oral. En verdad, aquella palabra, en todos los siglos de su uso en el Friuli que se extiende de este lado del Tagliamento, no había sido escrita nunca. Había sido siempre y solamente un sonido. Sea lo que fuere que estuviese haciendo aquella mañana, pintando o escribiendo, lo interrumpí por cierto de manera abrupta: esto forma parte del recuerdo alucinatorio. Y escribí de pronto unos versos, en aquel dialecto friulano de la rivera derecha del Tagliamneto, que hasta ese momento había sido solo un conjunto de sonidos: empecé, en principio, haciendo gráfica la palabra “rosada”. Esa primera poesía experimental ha desaparecido: sobrevivió la segunda, que escribí al día siguiente:
Sera imabarlumida, tal fossàl
a cres l´aga…. ……………..
(…)
En aquel período de Belluno, precisamente a los tres años y medio, experimenté los primeros accesos del amor sexual: idéntica a las que experimentaría luego y hasta ahora (atrozmente agudas desde los dieciséis a los treinta años): esa dulzura terrible y ansiosa que toma las vísceras y las consume, las quema, las contorsiona, como un vientito cálido, atormentadas, ante al objeto del amor. De ese objeto de amor recuerdo, creo, tan sólo las piernas –y, más precisamente, el hueco detrás de la rodilla con los tendones tiesos- y la síntesis de sus facciones de criatura distraída, fuerte, feliz y protectora (pero traidora, siempre convocada por otro). Así, un día fui a buscar a ese objeto de mi tormento, tierno-terrible, a su casa, subiendo por las escaleras de una casita de Belluno –que puedo ver todavía delante de mí- y golpee a la puerta, y pregunté por él: escucho todavía las palabras negativas, que me decían que no se encontraba en casa. Yo naturalmente no sabía de qué se trataba: sentía tan sólo al fisicidad de la presencia de ese sentimiento, tan densa y ardiente que me retorcía las vísceras. Me encontré entonces con la necesidad física de “nombrar” ese sentimiento, y en mi estado de hablante solamente oral, y no de escribiente, inventé un término. Ese término era, lo recuerdo perfectamente, “teta veleta”.
Narré en una oportunidad toda esta anécdota a Gianfranco Contini, que descubrió que se trataba, antes que nada, de un “reminder”, de un fenómeno lingüístico típico de la prehistoria: y luego que se trataba del “reminder” de una palabra del griego antiguo, “Tetis” (sexo, sea masculino o femenino, como todos saben). “Teta veleta” formaba parte absolutamente de mi “langue”, de la institución lingüística oral que usaba. Creo que en ese momento no confesé ese término a nadie (porque sentía que el sentimiento que definía era maravilloso, pero vergonzante): quizá sólo intenté preguntárselo a mi madre durante algún paso por el Piave, pero no estoy seguro de ello…. Siempre en la línea de la liberación en laboratorio del elemento puramente vocal en cuanto realidad histórica pasada, pero todavía presente en la lengua.