Reseña de la (aún) última novela de Nicolás Peyceré publicada en algún momento del remoto 2005 en Radarlibros.
Nicolas Peyceré
Los días sentimentales
Bs. As., Adriana Hidalgo, 2005, 210 páginas.
Los días sentimentales, la última novela de Nicolás Peyceré, es, antes que ninguna otra cosa, una escritura fragmentaria, regular, discontinúa. Se presenta, en efecto, como la escritura de sí de María Iluminada, una mujer “de sensiblería tierna, ridícula o exagerada” de la oligarquía porteña preperonista que se desgrana en “una escritura de partes cortas, angosturas sin mucho orden, un coleccionismo, de lugares no consecutivos, cuadros de algún género, otros de figura híbrida”. Planteado como reescritura de cuadernos personales, cincelado con una precisión artesanal que recuerda los versos de cummings que se incrustan en él, el texto exhibe en ese trabajo de reelaboración su propia temporalidad enunciativa, mucho más demorada y elusiva que el vertiginoso paso de la historia política con la que se entreteje la biografía de María Iluminada.
En efecto, los episodios que María Iluminada registra en sus cuadernos giran en torno al golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, episodio que secciona una vida escandida por viajes, matrimonio, pasiones sentimentales. Con todo, lo histórico-político del texto de Peyceré no radica en las referencias explícitas a los personajes y las circunstancias involucrados en el golpe. Lo político es, por el contrario, una operación, un corrimiento, un modo de subjetivización, no una superación ni una síntesis. Nada más lejos de Peyceré (cuya pasión filológica lo condujo a una reescritura documentadísima de la historia de Cristo: El evangelio apócrifo de Hadattah) que la llamada novela histórica.
Lo que prima en el texto no es el despliegue temporal ni la lógica del recuerdo y la documentación, sino las hibridaciones y la composición. El texto se presenta, de esta manera, como la exploración obstinada de una voz. Se trata de escribir una voz, de encontrar y hacer escribible –como quiere el imperativo borgiano- el tono y la respiración de una mujer bien de la Buenos Aires de entreguerras. Se trata, también, de evidenciar la escena de la escritura, las operaciones enunciativas sobre el estofado de lenguas (el inglés paterno, el castellano aporteñado y el castellano litoraleño de las mucamas, el latín eclesiástico, el lunfardo, el alemán de la mejor amiga), el magma de sentido en el que el texto está inmerso. Llevada al extremo, suspendida entre sistemas lingüísticos y variedades dialectales con respecto a los cuales se mantiene siempre relativamente ajena (María Iluminada podría decir, con Kafka, que es la extranjera de su propia lengua), la escritura no es la mostración de un estilo y tampoco un trabajo de introspección y de búsqueda de sí, sino composición, elipsis y, finalmente, desestabilización y fuga.
En la fuga final, el cuerpo de María Iluminada es el cuerpo desgarrado, manierista, de la María Virgen Madre, y es, también, el cuerpo desligado, desarraigado, trivialmente moderno, de las revistas ilustradas. Al mismo tiempo, entonces, imaginería, fábrica barroca de un cuerpo que excede el sentido, e imagen moderna, detritus de arte, objeto de consumo. En esa última entrada del texto el tiempo ya no es el pretérito del recuerdo, sino el futuro de la potencia. Despegado del pretérito, más que una excavación de la memoria Los días sentimentales es un deslizamiento de la escritura, un discurrir de la pluma por bloques de sentido, un trabajo de corte y confección que materializa, textualizándolo, la dialectización de todo sistema lingüístico, la minorización de todo arte y de toda literatura. Es por eso que el texto de Peyceré puede entenderse como uno de los momentos proustianos (como esos raros momentos que deparan la literatura de Bianco, de Silvina Ocampo o de Mujica Láinez, lectores de la Recherche y exploradores descarnados del decadente mundo de la oligarquía porteña) más felices de las letras argentinas: una muestra de que la escritura puede ser, puede seguir siendo, intensidad, trabajo de precisión, iluminación delicada.
Los días sentimentales
Bs. As., Adriana Hidalgo, 2005, 210 páginas.
Los días sentimentales, la última novela de Nicolás Peyceré, es, antes que ninguna otra cosa, una escritura fragmentaria, regular, discontinúa. Se presenta, en efecto, como la escritura de sí de María Iluminada, una mujer “de sensiblería tierna, ridícula o exagerada” de la oligarquía porteña preperonista que se desgrana en “una escritura de partes cortas, angosturas sin mucho orden, un coleccionismo, de lugares no consecutivos, cuadros de algún género, otros de figura híbrida”. Planteado como reescritura de cuadernos personales, cincelado con una precisión artesanal que recuerda los versos de cummings que se incrustan en él, el texto exhibe en ese trabajo de reelaboración su propia temporalidad enunciativa, mucho más demorada y elusiva que el vertiginoso paso de la historia política con la que se entreteje la biografía de María Iluminada.
En efecto, los episodios que María Iluminada registra en sus cuadernos giran en torno al golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, episodio que secciona una vida escandida por viajes, matrimonio, pasiones sentimentales. Con todo, lo histórico-político del texto de Peyceré no radica en las referencias explícitas a los personajes y las circunstancias involucrados en el golpe. Lo político es, por el contrario, una operación, un corrimiento, un modo de subjetivización, no una superación ni una síntesis. Nada más lejos de Peyceré (cuya pasión filológica lo condujo a una reescritura documentadísima de la historia de Cristo: El evangelio apócrifo de Hadattah) que la llamada novela histórica.
Lo que prima en el texto no es el despliegue temporal ni la lógica del recuerdo y la documentación, sino las hibridaciones y la composición. El texto se presenta, de esta manera, como la exploración obstinada de una voz. Se trata de escribir una voz, de encontrar y hacer escribible –como quiere el imperativo borgiano- el tono y la respiración de una mujer bien de la Buenos Aires de entreguerras. Se trata, también, de evidenciar la escena de la escritura, las operaciones enunciativas sobre el estofado de lenguas (el inglés paterno, el castellano aporteñado y el castellano litoraleño de las mucamas, el latín eclesiástico, el lunfardo, el alemán de la mejor amiga), el magma de sentido en el que el texto está inmerso. Llevada al extremo, suspendida entre sistemas lingüísticos y variedades dialectales con respecto a los cuales se mantiene siempre relativamente ajena (María Iluminada podría decir, con Kafka, que es la extranjera de su propia lengua), la escritura no es la mostración de un estilo y tampoco un trabajo de introspección y de búsqueda de sí, sino composición, elipsis y, finalmente, desestabilización y fuga.
En la fuga final, el cuerpo de María Iluminada es el cuerpo desgarrado, manierista, de la María Virgen Madre, y es, también, el cuerpo desligado, desarraigado, trivialmente moderno, de las revistas ilustradas. Al mismo tiempo, entonces, imaginería, fábrica barroca de un cuerpo que excede el sentido, e imagen moderna, detritus de arte, objeto de consumo. En esa última entrada del texto el tiempo ya no es el pretérito del recuerdo, sino el futuro de la potencia. Despegado del pretérito, más que una excavación de la memoria Los días sentimentales es un deslizamiento de la escritura, un discurrir de la pluma por bloques de sentido, un trabajo de corte y confección que materializa, textualizándolo, la dialectización de todo sistema lingüístico, la minorización de todo arte y de toda literatura. Es por eso que el texto de Peyceré puede entenderse como uno de los momentos proustianos (como esos raros momentos que deparan la literatura de Bianco, de Silvina Ocampo o de Mujica Láinez, lectores de la Recherche y exploradores descarnados del decadente mundo de la oligarquía porteña) más felices de las letras argentinas: una muestra de que la escritura puede ser, puede seguir siendo, intensidad, trabajo de precisión, iluminación delicada.