martes, 18 de marzo de 2008

Salamina (II)

Esta clave bélica y heroica es la clave “oficial” que funciona como matriz de sentido del fallido fusilamiento de Sánchez Mazas. Por un lado, a los pocos días de producida la ocupación de Barcelona por las fuerzas que respondían a Franco, el escritor gallego Eugenio Montes -amigo personal de García Lorca y de Sánchez Mazas y, como éste, miembro fundador de la Falange- escribe un artículo en el que se lee la historia del escritor falangista a través de uno de los mitos fundadores de la identidad occidental: el mito de Ulises: “Tan feliz como Ulises tras el largo viaje, náufrago de tierra firme, salvado de sí mismo, por su fe, su brío y su vitalidad inverosímil”, escribe Montes, exaltado por la reciente llegada a Barcelona de las tropas nacionales comandadas por el general Yagüe.
Al poco tiempo, cuando Sánchez Mazas ocupa un cargo de ministro en el gabinete franquista, su figura es reproducida por la prensa escrita y por los noticieros cinematográficos cercanos al régimen de Franco como un ejemplo de la represión en zona republicana y como un caso particularmente emotivo de la “cruzada de liberación”. Ello puede verse, por ejemplo, en uno de los tramos del documental Caudillo (1977), del realizador Basilio Patiño, en el que se inserta un fragmento de un noticiero de época que muestra a Sánchez Mazas mientras da una conferencia sobre su fallido fusilamiento, vestido con el mismo saco raído -la famosa “pelliza”, una suerte de testimonio tangible del periplo del escritor- con el que comienza la evocación de Montes.
La novela de Cercas plantea, en diferentes niveles, un distanciamiento de esta construcción heroica de la figura de Sánchez Mazas, que puede leerse incluso como un distanciamiento de la dimensión heroica con la que se invistieron una parte considerable de los intelectuales del siglo XX. Si la parte central de Soldados de Salamina presenta un Sánchez Mazas no por cierto valiente ni “fecundo en ardides” como Ulises, sino más bien como un personaje cercano a una de las tradiciones más conspicuas de la literatura hispánica (la picaresca), la tercera parte de la novela de Cercas está construida en torno a la búsqueda y al diálogo con el testigo, el miliciano republicano que forma parte de la partida que debe fusilar al grupo de prisioneros y que, en un momento determinante, pone en estado de suspensión ese encargo. La cuestión es importante porque toda esta tercera parte de la novela gira en torno a uno de los imaginarios más potentes del siglo XX: el del héroe político, entendido como aquel que, impulsado por un conjunto de ideales afirmativos con cierto grado de coherencia, decide llevar adelante una acción. El acto de renuncia del miliciano de Soldados de Salamina se acerca, pues, a una línea minorizante de la literatura moderna, una línea zigzagueante que involucra, por ejemplo, al Bartleby de Meville, a ciertos personajes de Franz Kafka o de Robert Walser o a los ancianos-mendigos de Beckett.
Frente a la alternativa activa y vitalista la novela de Cercas obliga a pensar el lugar político de aquel que decide no actuar, de aquel que, en un momento, decide no hacer.

Interrogar la muerte
En esa misma tercera parte, a partir del diálogo entre el narrador y Miralles, el ex miliciano, se plantea un tema que permite pensar los modos en que la literatura trabaja cuestiones que van más allá de lo estrictamente literario: el problema de la justicia y el problema de la muerte. Para Miralles, el único sentido que tiene volver a hablar de los hechos de la guerra es el recuerdo de los muertos: “Desde que termino la guerra –afirma Miralles- no ha pasado un solo día sin que piense en ellos. Eran tan jóvenes… Murieron todos. Todos muertos. Muertos. Muertos”.
¿Hasta dónde, en efecto, puede arrastrarnos el fervor político o la convicción ideológica? Se trata, antes que de ninguna otra cosa, de la alternativa entre matar o no matar. Quizá, por ello, sea interesante pensar cuál es el alcance político de la novela de Cercas, que no debe buscarse tanto en la reconstrucción “de parte” de un período traumático de la historia española, y no sólo española, del siglo XX, sino más bien en la pregunta que el texto plantea centralmente, que es la pregunta por la violencia y por la muerte y de los modos en que ambas se entrecruzan. En este sentido, la puesta en relación de Soldados de Salamina con textos que se instalan en el debate acerca del lugar del asesinato y de la violencia en momentos particularmente densos de sentido, como la guerra civil española, resulta particularmente estimulante. Por un lado, pensamos en textos escritos casi como un registro de los asesinatos políticos llevados adelante en la España de los años 30, como el célebre alegato de George Bernanos (partidario en un primer momento de la sublevación) Los grandes cementerios bajos la luna acerca de la represión franquista en las Baleares, o la carta de Simone Weil (que se participó por poco tiempo como voluntaria en el bando republicano) al mismo Bernanos acerca de los asesinatos de opositores políticos y de católicos llevados adelante por anarquistas y comunistas en sus zonas de influencia. Se trata de textos particularmente potentes desde un punto de vista ético-político en la medida en que, lejos de las más o menos perimidas evocaciones exaltatorias de los contendientes esgrimidas por intelectuales involucrados en ambos bandos, plantean, poniendo en el centro contemplación de la muerte violenta del otro, una reconsideración y un distanciamiento de los respectivos puntos de partida políticos. Dando un paso más en esta línea de reflexión ético-político proyectada por la novela, se puede pensar este abrirse hacia una lectura que no privilegia tanto el suceso histórico que se narra en ella, sino la pregunta ética que el texto plantea desde la recuperación de algunos aspectos del debate acerca de la violencia política en los años 70 en nuestro país, a partir de la carta del filósofo Oscar del Barco y de las respuestas críticas de Eduardo Grüner, Beatriz Sarlo y León Rozitchner, entre otros. Y es que, en última instancia, Soldados de Salamina puede ser vista como una puesta en narrativa de la afirmación que resuena, lacerante, a lo largo de toda la carta de Del Barco: “Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios, en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás. Un mandato –continúa el filósofo cordobés- que no puede fundarse o explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia.”

Bibliografía

Agamben, Giorgio. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Valencia, Pre-textos, 2000.
Del Barco, Oscar. Carta al director de la revista La intemperie, Córdoba, diciembre de 2005.
Esposito, Roberto. El origen de la política. ¿Hanna Arendt o Simone Weil? Barcelona, Paidós, 1999.
Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Bs. As., FCE, 2000.