domingo, 24 de mayo de 2009

Sirenas, sirenas, sirenas


"Las sirenas"
por Daniel Link






Fragmentos del comienzo de Fantasmas. Imaginación y sociedad (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2009). Lindo.


(...)
Nunca sabremos con certeza si Odiseo realmente quería volver a su palacio, o si por el
contrario temía enfrentarse con la terrible tejedora, a la que debería informar de su
entrega fatal a la seducción del mundo.
Apenas “se nos mostró la tierra patria, donde vimos a los que encendían fuego
cerca del mar” (X: 28-31), el héroe fecundo en ardides se rindió al sueño (a las
ensoñaciones), circunstancia que sus “amigos” y “camaradas” aprovecharon para abrir el
odre repleto que Eolo había regalado a Odiseo, para mejor distribuir entre ellos el oro y la
plata que creían merecer tanto como su capitán. Horrenda codicia: al desatar el cuero,
los “amigos” liberaron los vientos, que arrastraron la nave, una vez más, lejos de la patria.
La circunstancia no parece haber afligido demasiado a Odiseo (“me quedé en el barco y,
cubriéndome, me acosté de nuevo”, X: 51). Los fatigados navegantes volvieron chez
Eolo, que los sacó carpiendo (X: 72-74), pasaron por Telépilo de Lamos (X: 80-133),
llegaron a Eea, la morada de “Circe, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz”
(X, 135-140), donde los marineros se entregaron a la seducción de las “drogas
perniciosas” (X: 233-236) cuyos secretos dominaba la solitaria cantante “de voz sonora”
(X: 252-253).
Escudado en otro pharmacon, Odiseo decidió ir a rescatar a sus camaradas y,
aconsejado por Hermes (X: 281-301), subió al “magnífico lecho de Circe” (X: 346-347), la
dealer de los mares griegos que, ahora transformada en magnífica anfitriona, les exigió
que la cortaran ya con el “copioso llanto” y la manía de traer “de continuo a la memoria la
peregrinación molesta” (X: 456-465). Odiseo y sus amigos se dejaron seducir por Circe y
se quedaron más de un año en su palacio (X: 466-468).
Pasado ese tiempo, vinieron los “fieles compañeros” (X: 471-474) a ver si se
volvían de una vez por todas a la patria. Odiseo, una vez más, “se dejó persuadir” (X: 475)
y después de un último “banquete”, subió “a la magnífica cama de Circe” (X: 480) y, entre
una cosa y la otra, le dijo: “—¡Oh, Circe! Cumplíme la promesa que me hiciste de
mandarme a casa. Ya mi ánimo me incita a partir, y también el de los compañeros, que
apuran mi corazón, rodeándome llorosos, cuando estás lejos (X: 483-486). Ella,
naturalmente, le contestó que no se quedara ni un segundo más de mala gana en su
palacio, y lo mandó al infierno (X: 489-575).
Vuelta la turba de marineros, para sorpresa de Circe, del Hades (XII), “nuestro
ánimo generoso se dejó persuadir” (XII: 28), celebraron un nuevo banquete y Odiseo
recibió instrucciones de la diosa para sobrevivir al encantamiento de esos monstruos, las
sirenas (XII: 37-54), y a otros tantos peligros marítimos en los que, por el momento, no
hace falta detenerse.
Circe es tajante: para volver a casa hay que cuidarse del encantamiento del
mundo, del poder irresistible de la seducción. Las sirenas, cuyo canto no promete
sensualidad alguna, ofrecen puro (des) conocimiento (de si)7:
¿Acaso las sirenas, como la costumbre nos ha intentado persuadir, eran únicamente las
voces falsas que no había que oír, el engaño de la seducción a la que sólo resistían los
seres desleales y astutos?
Siempre ha existido en los hombres un esfuerzo poco noble por desacreditar a las
Sirenas acusándolas simple y llanamente de mentira: mentirosas cuando cantaban,
engañosas cuando suspiraban, ficticias cuando se las tocaba: inexistentes en todo, con
una inexistencia pueril que el sentido común de Odiseo bastó para exterminar.



Singular ofrecimiento, el canto no es más que la atracción del canto, y no
promete al héroe más que la repetición de aquello que ya ha vivido, conocido,
sufrido, pura y simplemente aquello que es él mismo. Promesa a la vez falaz y
verídica. Miente, puesto que todos aquellos que se dejarán seducir y
dirigirán sus navíos hacia las playas, no encontrarán más que la muerte. Pero
dice la verdad, puesto que es a través de la muerte como el canto podrá elevarse y contar al infinito la aventura de los héroes. Y, sin embargo, este canto puro -tan puro que no dice otra cosa que su recelo insaciable- hay que renunciar a escucharlo, taponarse los oídos, atravesarlo como si se estuviera sordo, para continuar viviendo y poder así comenzar a cantar; o mejor aún, para que nazca el relato que no morirá nunca, hay que estar a la escucha, pero permanecer al pie del mástil, atado de pies y manos, vencer todo deseo mediante una astucia que se violenta a sí misma, sufrir todo sufrimiento permaneciendo en el umbral del atrayente abismo, y volverse
a encontrar finalmente más allá del canto, como si se hubiera atravesado vivo
la muerte.

*
Me limito a la tradición griega. Ni Homero, ni Circe ni Odiseo dicen nada sobre la
morfología corporal de las sirenas (en griego antiguo Σειρήν Seirến, ‘encadenado’,
seguramente inspirado en el sánscrito Kimera, ‘quimera’), porque lo único que de ellas
importa es el canto11 y porque, naturalmente, la época sabía que las sirenas eran mujerespájaro,
aladas y con garras, sacerdotisas del mediodía, la hora de los fantasmas
paganos, cuando el sol cenital borra las sombras y comienza a caer hacia la nada13. Las
sirenas cantadas por Homero no tenían jerarquías, cantaban como ofrenda y su canto era
un pliegue (como en Rilke, himno y elegía al mismo tiempo). A diferencia de las Musas (y
de los serafines de los cielos católicos), el canto sirenaico14 no constituye modelo alguno y
está vacío de toda presencia (no representa, por lo tanto, nada o presenta, precisamente,
la nada).


(...)