"si no hay perturbación, no corresponde que haya deseo de conservarse ni temor de perderse".
viernes, 5 de junio de 2015
Carta a Raúl Zurita sobre El día más blanco (Santiago, Random House, 2015, segunda edición)
Palabras a Raúl Zurita, por su libro El día más blanco, reeditado en Santiago de Chile por Random House:
Querido Raúl:
En estos días terminé de leer El día más blanco, el libro que me dejaste durante tu última estadía en Buenos Aires. Lo fui haciendo lentamente, yendo y viniendo por sus páginas, llevado creo por el ritmo concéntrico, por los cursos y recursos de tu prosa. Como te comenté, aunque trato de ir siguiendo de manera atenta lo que vas publicando, este libro se me había, por algún motivo, pasado. Leer este libro, esta escritura de la memoria, fue, por eso, una revelación. Lo viví como una llegada, como una "revisitación", como esas dos mujeres del Evangelio que viven lejos pero que de pronto, luego de un llamado que no se sabe bien de donde surge, se buscan, se celebran y apenas se rozan en la dicha. Lo viví, también, como un volver a escuchar, en la oscilaciones del libro, en sus vueltas temporales, en su fraseo que tiende a lo largo, a sostener el aliento, las obsesiones de tus libros, pero con otros ritmos, con otra velocidad, con otra intensidad, que terminan dando forma a una de las más extremas meditatio mortis en castellano.
Es una meditatio mortis que gira en torno a la abuela, a la abuela italiana, algo que para mí es especialmente tocante. Es una imagen anciana y vital que, en sus giros y en su dicción, no puede sino hacerme recordar otras abuelas, mis abuelas italianas, el coro de las abuelas, sus voces dialectales y su castellano atravesado por las fugas mediterráneas, que es el lugar donde se cuece la voz poética, que es el lugar desde el que llega esa voz. En un momento en el libro nombrás a Sorrento, la palabra que escuchás en una canción, en una vieja música napolitana. Precisamente de Sorrento llegaron mis abuelos maternos, desde la costa del mar donde, parece, en la antigüedad, existía el culto a las sirenas, es decir, a la música, a la voz, al naufragio, al desastre.
Me quedó, en fin, con la imagen con la que se cierra el libro: con el movimiento resurreccional. Tu poesía en este libro para mí es centralmente eso: la resurrección la reposición del cuerpo, la presencia reconstructiva de la vida, la palabra encarnada y al mismo tiempo superviviente como formas de la memoria, y es también al llegada de algo imprevisible, tierno y a la vez desolador, como el viento del Infierno que aparece de manera recurrente en El días más blanco.
Gracias, Raúl, por tu libro. Lo tengo acá, al lado, como una de mis grandes alegrías.
Diego Bentivegna