Por Daniel Link para Perfil
Habitualmente no presento libros (propios o ajenos). Pero es tanto el amor y la admiración que me unen a la Obra Reunida de Arturo Carrera que no pude reprimir el deseo de interrogarla en público: ¿Por qué se llama Vigilámbulo? ¿Por qué los libros están dispuestos en un orden invertido, desde el más nuevo, Vigilámbulo, hasta el más antiguo, Escrito con un nictógrafo?
El gesto de hacer retroceder el tiempo nos impulsa hacia el ritornello, esa figura de pensamiento que tanto tiene que ver con el ciclo artúrico de la poesía, que es como decir la poesía a secas, puesta bajo el emblema de una casa poética (la casa de Arturo). Vigilámbulo escribe el nombre de Deleuze en la portadilla del libro que no duerme ni dormirá nunca, y con él nos dice que no hay repetición de cualidades o de sensaciones porque la repetición es la diferencia sin concepto, es decir, repetición para si misma. Cada uno de los libros de Arturo, separadamente, decía eso a gritos y ahora, en la espléndida edición en tres tomos de Adriana Hidalgo, llegamos el meollo del asunto.
¿Qué es el vigilambulismo? Ese estado de automatismo ambulatorio con desdoblamiento de la conciencia que se parece y no se parece al sonambulismo. Un nombre traído de la psicología experimental del siglo XIX para designar la experiencia poética de Artaud, la experiencia cinematográfica de Resnais, la experiencia pictórica de Bacon y la experiencia de pensamiento en Beckett, algo del orden de la fisura, de la hendidura, eso que otros han llamado síndrome de Elpénor, ese marinero niño y tonto que se rompe la cabeza al caerse de las altas camas de Circe, el primero que Odiseo encuentra cuando baja a los infiernos y el primero que Ezra Pound hace hablar al comienzo de sus Cantos.
Brutalmente despierto, el vigilámbulo, que nunca duerme, entra con los ojos abiertos en el mundo de los sueños y, como el poeta, somete el sueño a un tratamiento diurno. Eso es lo que caracteriza el tratado de las sensaciones que Arturo fue escribiendo a lo largo de veinte libros cada uno más hermoso que el otro y que ahora Teresa Arijón ha dispuesto para nuestro banquete y nuestro regocijo en función de retroceso.
Leo en Vigilámbulo, este extraordinario regalo que nos hacen Arturo, Teresa y Adriana Hidalgo, una danza como de polillas que se acercan peligrosamente al fuego: In girum imus nocte et consumimur igni (Giramos en la noche y nos consume el fuego).