Mario Benedetti, Tersa morte. Milán, Mondadori, 2013.
Traducción y texto
introductorio: Diego Bentivegna
Tersa morte, publicado recientemente por
la editorial Mondadori en su colección de poesía (Lo specchio), es el tercer poemario de una de las voces más
intensas de la poesía italiana de los últimos años: Mario Benedetti.
Nacido en 1955 en
Udine, en la región del Friuli, en el extremo nordeste de Italia, en el límite
con Austria y con Eslovenia, Benedetti se trasladó de muy joven a la ciudad de
Padua, en la vecina región del Véneto, donde completó sus estudios
universitarios con una tesis sobre el filósofo Carlo Michelstaedter, el autor
de La persuasión y la retórica,
muerto suicida a los 23 años, poco antes del estallido de la primera guerra
mundial y, en consecuencia, de lo que se ha pensado como el corto y catastrófico
siglo XX. Reside, desde hace años, en Milán, donde trabaja en el ámbito de la
industria editorial. Además de varias plaquetas en verso y en prosa, publicó
los poemarios Umana Gloria (2004) y Pitture nere su carta (2008), ambas en
Mondadori.
Desde los versos
recogidos en Umana gloria, es
factible postular que aquello que prima en la poesía de Benedetti es una Stimmung, una entonación: la elegíaca.
Si en sus formas tradicionales, la elegía se plasmó en textos de largo alcance,
con largas tiradas de versos en versos inscriptos en parámetros métricos (el
hexámetro latino; el endecasílabo italiano que adoptarán también los poetas
castellanos) percibidos como altos y sublimes, la poesía de Mario Benedetti se
mueve más bien en el plano de lo que podemos pensar como lo “elegíaco”. No es,
entonces, una poesía que ya ha encontrado el marco género, el espacio medido y una
determinada atmósfera; es, más bien, la búsqueda de un tono que, de una manera
u otra, participa de lo elegíaco.
La muerte, ya
desde el título, es lo que da unidad a las distintas partes del poemario, que
puede ser leído como una extensa composición en verso, en los que aparecen
algunos pocos fragmentos de una prosa discontinua. En Tersa morte se perciben ciertos modos de aparición de la muerte que
son de alguna manera imprevistas: la muerte joven del hermano, visto como un
“sosías”, como una forma espejada con el que se establecen ciertos procesos de
identificación que, inevitablemente, conducen al fracaso; la muerte de la
madre, en un accidente, a la que está dedicada la sección “Madre”, que aquí
traducimos de manera íntegra. Es la muerte en bicicleta, sobre el camino que,
de manera sintomática, conduce al pueblo natal de la mujer, en Friuli, así como
a la Italia del meollo del siglo XX, su residencia en Roma antes de la guerra,
la música de los años cuarenta, las películas norteamericanas y neorrealistas.
Son formas
pequeñas, casi cotidianas, del desastre, que es tal vez la experiencia que está
detrás de toda la escritura poética de Benedetti. El desastre es, en su poesía,
como una mancha que se expande: es la muerte de los seres queridos, con la
destrucción del núcleo familiar y la pérdida del nido (no es casual, en este
sentido, el epígrafe del poema inicial de Los
heraldos negros, de César Vallejo, que Benedetti coloca como epígrafe de su
poemario), que se configura en algunas zonas del poemario como muerte
colectiva, en sus diferentes facetas.
Lo que puebla, lo
que inquieta en Tersa morte es la
presencia recurrente de la muerte anónima. En parte, esa muerte es la de
algunos amigos de sus años juveniles, que son los años de plomo y de extremismo
político y de experimentación radical en lo artístico y lo poético. En el campo
de la lírica, con poemarios como Somiglianze
de Milo D´Angelis (que será reconocido como un poeta formativo por Benedetti y
por los poetas con los que se relaciona durante sus años de estudiante en
Padua), son los años en que se comienza a releer con atención el corpus de la
herencia hermética, en relación con una zona de la poesía del siglo XX que se
posiciona en un lugar alternativo al del canon vanguardista. Son los años,
también, de la experimentación con la droga (“Agujero en el brazo” es el título
de uno de los poemas del libro), no ya sólo como apertura hacia mundos
desconocidos, como puertas de la percepción de lo otro, sino como forma de
fuga, de destrucción y de autoaniquilamiento (iluminadoras, al respecto, las
palabras de Pasolini en su artículo “La droga: una auténtica tragedia italiana”,
de 1975).
Por un lado, una
de las tersuras de la muerte es, en el poemario, producto de las catástrofes
naturales, que en la poesía de Benedetti se presenta sobre todo como
consecuencia del terremoto que produce la destrucción del hogar (ya no habrá, en
un sentido material, una casa natal a la que regresar) y la persistencia de la
vida, como en La retama de Leopardi,
que se obstina en seguir existiendo en las laderas del exterminador Vesubio:
“Lectura amarga es La retama del
poeta. / Padre muerto, hay otras generaciones” (de la sección “Otras
datas”).
Asimismo, esa muerte colectiva es percibida en
algunas zonas del poemario como un resto de la muerte comunitaria, en los años
de las dos guerras mundiales, de la república social mussoliniana, de la lucha
partisana, de las deportaciones, de las fracasadas campañas militares en África
o en Rusia, en fin, de la guerra total. Es la voz de los réduci.
Esa palabra
italiana evoca a los “sobrevivientes”, así como también a los “reducidos”, a
los que han vuelto de la guerra, tal vez, como planteaba Benjamin en
“Experiencia y pobreza”, con la voz mutilada como forma de testimoniar.
Precisamente es la relación entre palabra, poesía y testimonio donde surge otra
de las configuraciones de la muerte colectiva explorada por Tersa morte.
“Cómo testimoniar
los muertos, / vivir como si lo fuésemos, / morir como lo somos…” (sección “En
la ora del azul sombrío”). La pregunta que se hace Benedetti, es, en este
sentido, una pregunta que asume los ecos de la lírica empobrecida del siglo XX,
a través básicamente de la escritura de Paul Celan, que en el poeta friulano,
como en otros poetas de su generación, cumple un rol formativo sustancial en
cuanto a la definición de una poética, entendida como una ética de la escritura:
quién es, en efecto, el que puede testimoniar por el testigo. Hasta qué punto
la catástrofe, la muerte, el exterminio, pueden ser testimoniados-pueden ser
dichos- en tanto tales.
“La respiración de la casa es el agrietarse
de las paredes / en la garganta donde presiona la sangre que no sale” (de la
sección “Primavera / Invierno”). Como en
Celan, en fin, la experiencia de la muerte, la comunidad con los muertos, tiene
como contracara la experiencia de la partida, de la pérdida del Heimat, de lo urbano. En Celan, ese
desarraigo se relaciona con París como ciudad que, a diferencia de su Bukovina
natal, implica la experiencia de la ciudad, de lo moderno, de lo cosmopolita.
En la poesía de Benedetti, ese lugar lo ocupa, indudablemente, la ciudad de
Milán, con sus industrias, sus subterráneos y tranvías, su desarrollo urbano al
nivel de las grandes metrópolis europeas, su tradición relacionada con algunas
de las experiencias más extremas de la modernidad y del vanguardismo del siglo
XX, su diseño, su moda, sus inmigrantes meridionales, africanos,
latinoamericanos. La condición de sus habitantes como sujetos, en gran parte,
desarraigados.
“Ver desnuda a la vida / mientras se habla una lengua para decir
algo” (sección “Primavera / invierno”). La poesía es, en Benedetti, el momento
de silencio que separa la palabra y el testimonio. Es un hiato. Es una cesura.
Diego Bentivegna