Extractos de la peste XL - Deleuze y Guattari: Filiación y contagio
Nosotros oponemos la epidemia a la filiación, el contagio a la herencia, el poblamiento por contagio a la reproducción sexuada, a la producción sexual.
Las bandas, humanas y animales, proliferan con los contagios, las epidemias, los campos de batalla y las catástrofes. Ocurre como con los híbridos, estériles, nacidos de una unión sexual que no se reproducirá, pero que vuelve a comenzar cada vez, ganando siempre la misma cantidad de terreno. Las participaciones, las bodas contra natura, son la verdadera Naturaleza que atraviesa los reinos. La propagación por epidemia, por contagio, no tiene nada que ver con la filiación por herencia, incluso si los dos temas se mezclan y tienen necesidad el uno del otro. El vampiro no filia, contagia. La diferencia es que el contagio, la epidemia, pone en juego términos completamente heterogéneos: por ejemplo, un hombre, un animal y una bacteria, un virus, una molécula, un microorganismo. O, como en el caso de la trufa, un árbol, una mosca y un cerdo. Combinaciones que no son ni genéticas ni estructurales, inter-reinos, participaciones contra natura, así es como procede la Naturaleza, contra sí misma. Estamos lejos de la producción filiativa, de la reproducción hereditaria, que sólo retienen como diferencias una simple dualidad de sexos en el seno de una misma especie, y pequeñas modificaciones a lo largo de las generaciones. Para nosotros, por el contrario, hay tantos sexos como términos en simbiosis, tantas diferencias como elementos intervienen en un proceso de contagio. Nosotros sabemos que entre un hombre y una mujer pasan muchos seres, que vienen de otros mundos, traídos por el viento, que hacen rizoma alrededor de las raíces, y que no se pueden entender en términos de producción, sino únicamente de devenir. El Universo no funciona por filiación. Así pues, nosotros sólo decimos que los animales son manadas, y que las manadas se forman, se desarrollan y se transforman por contagio. Esas multiplicidades de términos heterogéneos, y de cofuncionamiento por contagio, entran en ciertos agenciamientos, y ahí es donde el hombre realiza sus devenires-animales. Ahora bien, no hay que confundir esos sombríos agenciamientos, que remueven lo más profundo de nosotros, con organizaciones como la institución familiar y el aparato de Estado. Como ejemplo, podríamos citar las sociedades de caza, las sociedades de guerra, las sociedades secretas, las sociedades de crimen, etc. Los devenires animales les pertenecen. En ellas no hay que buscar regímenes de filiación de tipo familiar, ni modos de clasificación y de atribución de tipo estatal o preestatal, ni siquiera instituciones seriales de tipo religioso. A pesar de las apariencias y de las posibles confusiones, los mitos no tienen ahí su terreno de origen ni su punto de aplicación. Son cuentos, o relatos y enunciados de devenir. También es absurdo jerarquizar las colectividades, incluso animales, desde el punto de vista de un evolucionismo imaginario en el que las manadas estarían en el punto más bajo, y a continuación vendrían las sociedades familiares y estatales. Al contrario, hay diferencia de naturaleza, el origen de las manadas es completamente distinto que el de las familias y los Estados, y no cesan de minarlos, de perturbarlos desde afuera, con otras formas de contenido, otras formas de expresión. La manada es a la vez realidad animal y realidad del devenir-animal del hombre; el contagio es a la vez poblamiento animal y propagación del poblamiento animal del hombre. La máquina de caza, la máquina de guerra, la máquina de crimen entrañan todo tipo de devenires-animales que no se enuncian en el mito, y menos aún en el totemismo. Dumézil ha mostrado cómo esos devenires pertenecían esencialmente al hombre de guerra, pero en la medida en que era exterior a las familias y a los Estados, en la medida en que trastocaba las filiaciones y las clasificaciones.
La máquina de guerra siempre es exterior al Estado, incluso cuando el Estado la utiliza y se apropia de ella. El hombre de guerra tiene todo un devenir que implica multiplicidad, celeridad, ubicuidad, metamorfosis y traición, potencia de afecto. Los hombres-lobos, los hombres-osos, los hombres- fieras, los hombres de cualquier animalidad, congregaciones secretas, animan los campos de batalla. Pero también las manadas animales, que sirven a los hombres en la batalla, o que la siguen y se benefician de ella. Y todos juntos propagan el contagio. Hay un conjunto complejo, devenir-animal del hombre, manadas de animales, elefantes y ratones, vientos y tempestades, bacterias que siembran el contagio. Un solo y mismo Furor. La guerra, antes de ser bacteriológica, ha implicado secuencias zoológicas. Con la guerra, el hambre y la epidemia, proliferan los hombres-lobos y los vampiros. Cualquier animal puede ser incluido en esas manadas, y en los devenires correspondientes; se han visto gatos en los campos de batalla, e incluso formar parte de los ejércitos. Por eso no hay que distinguir tipos de animales, sino más bien estados diferentes según que se integren en instituciones familiares, en aparatos de Estado, en máquinas de guerra, etc. (y la máquina de escritura, o la máquina musical, ¿qué relación tienen con devenires-animales?) ".
Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos, 2002.
Traducción José Vázquez Pérez.