Todavía, Schlemihl, estás medio dormido. Caminás despacito, como no queriendo llegar del todo. Y en el fondo, en algún lugar que se nos escapa siempre como si no fuera un punto fijo sino el delirio imaginario de un viajero sediento, el agua crepuscular del estanque que nos inquieta con su estar quieta más que todas las cosas que alrdedor se mueven, la grieta que parte en dos la iglesia de angelitos famélicos que podría ser un pedacito de tu barroco bávaro o tirolés injertado en las sierras, las mariconerías andaluzas de Falla, las fotos de mamá y de papá a sus veinte años, los barrios de casas británicas abandonadas, los campamento de húngaros que gozan de la sombra del paredón jesuítico: Alta Gracia como una larga siesta.
¿Te habrás acordado entonces, Schlemihl, de estos versos de Baldomero?
Tajamar putrefacto de estrellas y de yuyos,
anoche me dio miedo tu singular concierto;
jamás he oído sapos divos como los tuyos,
estanque centenario, frailuno, vivo y muerto.
¿Te habrás acordado entonces, Schlemihl, de estos versos de Baldomero?
Tajamar putrefacto de estrellas y de yuyos,
anoche me dio miedo tu singular concierto;
jamás he oído sapos divos como los tuyos,
estanque centenario, frailuno, vivo y muerto.