sábado, 21 de julio de 2007

"El don de la lectura oblicua", por Maximiliano Crespi

Leer y escribir. Ya lo dijo Barthes: querer nos quema, poder nos destruye y saber nos deja en una insufrible calma. Pero, ¿qué significa leer? ¿Qué nos hace, qué nos hacemos, qué nos es hecho en la lectura? ¿Qué es eso que nos mueve, insensatos, a poner en juego la propia serie de sentido frente a la alteridad para no volver ya uno mismo del mismo modo, idéntico a sí mismo? Leer: esa compleja operación de ascesis que nos deja en otra parte, de otro modo, trastocando el mundo en el trastocamiento de la percepción. Leer: esa estimulada actividad que cada tanto –muy cada tanto– nos obliga a levantar atónitos la cabeza y a preguntarnos qué está haciendo de nosotros ese “inocente” texto que leemos. Leer: he ahí una experiencia –más de una ocasión llamada irreductible–: la búsqueda de la búsqueda, la búsqueda “sin objeto”, acaso sólo imaginable en el deseo de diferencia. Escribir la lectura: obsequiar en don el protocolo de esa experiencia singular: un gesto de generosidad comprometida con la alteridad. Tal es el caso de los tres ensayos reunidos por Diego Bentivegna en Paisaje oblicuo (Buenos Aires, Sigamos enamoradas, 2006). Erigido sobre la singular serie desdoblamiento, discontinuidad, desvío, se trata de un libro propuesto menos desde una voluntad de confrontación o polémica que desde un deliberado deseo de diferencia: el deseo de diferir, de producir una diferencia, a partir de la una insistencia por plantear el descentramiento de los formatos hegemónicos u oficiales de lectura.

Fragmento de la reseña de Paisaje oblicuo publicada en el último número de la revista La posición.