Fragmento de un texto leído en el auditorio Borges de la Bibioteca Nacional el sábado pasado en el marco de las Jornadas "Autopistas de la palabra".
En el caso de La explicación, publicada en 1986, la forma “narrativa”, la forma típicamente asociada con el género novelesco, tiende a disiparse hacia un registro lingüístico alusivo que se acerca más a ciertas formas particularmente extremas de la escritura poética de la época, como el neobarroco perlongheriano, que a la transparencia enunciativa asociada con la novela. La historia de amor entre el narrador, si es que tal figura existe verdaderamente en este texto de Peyceré, y la multifacética Marta Ay, es una historia de flujos y de transformaciones.
Quizá, por el extremismo de la propuesta de escritura puesta en marcha por Peyceré en este texto, la experiencia de lectura que más se le acerca no se encuentre en algunos de los recovecos más o menos transitados por la literatura argentina, sino en el texto más enigmático y monstruoso que la tortuosa imaginación moderna haya pergeñado: el Finnegans Wake joyceano. Como en el texto-río de Joyce, una referencia de lectura central en un autor que Peyceré conoce y admira como Jacques Lacan, la prosa de La explicación opera por una lógica del desplazamiento y de la acumulación y convoca una experiencia de lectura que privilegia la reconstrucción de alusiones y de remisiones culturales que corresponden a diferentes niveles y registros de las prácticas sociales de lo letrado y de lo popular, desde la prosa del siglo XVIII francés hasta las diferentes modulaciones de las frases en el jazz. Del mismo modo que el texto de Joyce, el texto de Peyceré es un texto de flujos y de reflujos, de idas y vueltas, de corsi e ricorsi, como le gustaba decir al maestro de Dublín con palabras de Vico.
Sin embargo, y a diferencia de la escritura oralizada ambicionada por Joyce en el Finnegans, pocos textos de la literatura argentina exhiben tan evidentemente su condición de producciones escritas como este texto de Peyceré. Por ello, los flujos significantes, las constelaciones discursivas construidas en torno a las series de nombres propios que sobrepueblan el texto ha sido pacientemente reconstruida por el filólogo alemán Leo Pollmann del modo en que tan sólo alguien dotado de la proverbial rigurosidad germánica puede hacerlo, se ven restringidas en el texto peycereano por el reflujo de los cortes sintácticos, de los espacios en blanco, de la exploración del espacio de la página impresa como un lugar que nunca puede ser llenado del todo, como los espacios vacíos de la memoria en el relato de la “llamada Laura”. Si el dispositivo enunciativo que funciona en los relatos de Cambio de armas es un dispositivo enunciativo complejo, con un trabajo minucioso que despliega varias voces y varios planos de enunciación, la escritura (subrayo con énfasis esta palabra) de Peyceré es una escritura minuciosa, paciente, artesanal, anacrónica, que nos ofrece un complejo tejido de palabras, un tapiz rico en pedrerías curiosas y refinadas.
Escribir es, así, un trabajo de concentración y de ascesis. En este sentido, las páginas que se encuentran hacia el final del texto (las de “La parte de las páginas agregadas”) de Peyceré, páginas que están cerca del fin pero que de ninguna manera implican una clausura ni del texto ni del sentido, son particularmente significativas. Como para la narradora del relato que abre Cambio de armas, para quien “lo que más importa de esta historia es aquello que se está escamoteando, lo que no logra ser narrado”, para el narrador-artesano de La explicación el rostro del otro, el rostro amado, es objeto de una reconstrucción más que de un reflejo. Relacionarse con el otro, amarlo, es, en este sector liminar de La explicación, darle al otro una forma, asignarle una determinada “carnadura” (la expresión está en el texto), dibujar una rostridad que siempre, más allá de nuestros deseos, se presenta como una configuración de sentido relativa, sólo alusivamente cercana a una cara que hemos abandonado, o que nos han arrancado o que hemos perdido para siempre: que ha sido borrada de la tierra por la violencia misma de la historia.
Parejas, ausencia y lenguaje: La explicación de Nicolás Peyceré y Cambio de armas de Luisa Valenzuela
Diego Bentivegna
Entonces, una especie de sonrisa rozó aquello, que antes había sido un rostro…
Ana Ajmátova
Uno de los aspectos que nos permiten leer en cruce La explicación de Nicolás Peyceré y Cambio de armas de Luisa Valenzuela, a partir de la quaestio genérica de las relaciones de pareja, es la insistencia, en ambos casos, en el problema del lenguaje. La cuestión que se plantean estos textos, publicados ambos en torno a la cesura que supone en la historia argentina el año 1983 y la necesidad de explorar un pasado reciente violento y traumático, es, en efecto, el problema de la forma discursiva. El problema acerca de cómo narrar, en el caso en que la narración efectivamente tenga lugar, las relaciones entre cuerpo y violencia, es inseparable en estos dos textos de la búsqueda de una forma lingüística que resulte adecuada para dar cuenta de esas complejas relaciones.
(...)
Diego Bentivegna
Entonces, una especie de sonrisa rozó aquello, que antes había sido un rostro…
Ana Ajmátova
Uno de los aspectos que nos permiten leer en cruce La explicación de Nicolás Peyceré y Cambio de armas de Luisa Valenzuela, a partir de la quaestio genérica de las relaciones de pareja, es la insistencia, en ambos casos, en el problema del lenguaje. La cuestión que se plantean estos textos, publicados ambos en torno a la cesura que supone en la historia argentina el año 1983 y la necesidad de explorar un pasado reciente violento y traumático, es, en efecto, el problema de la forma discursiva. El problema acerca de cómo narrar, en el caso en que la narración efectivamente tenga lugar, las relaciones entre cuerpo y violencia, es inseparable en estos dos textos de la búsqueda de una forma lingüística que resulte adecuada para dar cuenta de esas complejas relaciones.
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En el caso de La explicación, publicada en 1986, la forma “narrativa”, la forma típicamente asociada con el género novelesco, tiende a disiparse hacia un registro lingüístico alusivo que se acerca más a ciertas formas particularmente extremas de la escritura poética de la época, como el neobarroco perlongheriano, que a la transparencia enunciativa asociada con la novela. La historia de amor entre el narrador, si es que tal figura existe verdaderamente en este texto de Peyceré, y la multifacética Marta Ay, es una historia de flujos y de transformaciones.
Quizá, por el extremismo de la propuesta de escritura puesta en marcha por Peyceré en este texto, la experiencia de lectura que más se le acerca no se encuentre en algunos de los recovecos más o menos transitados por la literatura argentina, sino en el texto más enigmático y monstruoso que la tortuosa imaginación moderna haya pergeñado: el Finnegans Wake joyceano. Como en el texto-río de Joyce, una referencia de lectura central en un autor que Peyceré conoce y admira como Jacques Lacan, la prosa de La explicación opera por una lógica del desplazamiento y de la acumulación y convoca una experiencia de lectura que privilegia la reconstrucción de alusiones y de remisiones culturales que corresponden a diferentes niveles y registros de las prácticas sociales de lo letrado y de lo popular, desde la prosa del siglo XVIII francés hasta las diferentes modulaciones de las frases en el jazz. Del mismo modo que el texto de Joyce, el texto de Peyceré es un texto de flujos y de reflujos, de idas y vueltas, de corsi e ricorsi, como le gustaba decir al maestro de Dublín con palabras de Vico.
Sin embargo, y a diferencia de la escritura oralizada ambicionada por Joyce en el Finnegans, pocos textos de la literatura argentina exhiben tan evidentemente su condición de producciones escritas como este texto de Peyceré. Por ello, los flujos significantes, las constelaciones discursivas construidas en torno a las series de nombres propios que sobrepueblan el texto ha sido pacientemente reconstruida por el filólogo alemán Leo Pollmann del modo en que tan sólo alguien dotado de la proverbial rigurosidad germánica puede hacerlo, se ven restringidas en el texto peycereano por el reflujo de los cortes sintácticos, de los espacios en blanco, de la exploración del espacio de la página impresa como un lugar que nunca puede ser llenado del todo, como los espacios vacíos de la memoria en el relato de la “llamada Laura”. Si el dispositivo enunciativo que funciona en los relatos de Cambio de armas es un dispositivo enunciativo complejo, con un trabajo minucioso que despliega varias voces y varios planos de enunciación, la escritura (subrayo con énfasis esta palabra) de Peyceré es una escritura minuciosa, paciente, artesanal, anacrónica, que nos ofrece un complejo tejido de palabras, un tapiz rico en pedrerías curiosas y refinadas.
Escribir es, así, un trabajo de concentración y de ascesis. En este sentido, las páginas que se encuentran hacia el final del texto (las de “La parte de las páginas agregadas”) de Peyceré, páginas que están cerca del fin pero que de ninguna manera implican una clausura ni del texto ni del sentido, son particularmente significativas. Como para la narradora del relato que abre Cambio de armas, para quien “lo que más importa de esta historia es aquello que se está escamoteando, lo que no logra ser narrado”, para el narrador-artesano de La explicación el rostro del otro, el rostro amado, es objeto de una reconstrucción más que de un reflejo. Relacionarse con el otro, amarlo, es, en este sector liminar de La explicación, darle al otro una forma, asignarle una determinada “carnadura” (la expresión está en el texto), dibujar una rostridad que siempre, más allá de nuestros deseos, se presenta como una configuración de sentido relativa, sólo alusivamente cercana a una cara que hemos abandonado, o que nos han arrancado o que hemos perdido para siempre: que ha sido borrada de la tierra por la violencia misma de la historia.