¿Progresismo blanco o nacionalismo popular?
Estamos en el hall del Palacio San Martín, preludiando la llegada de los presidentes de Argentina y Brasil, y entre canapés y alguna copa de Felipe Ruttini, me encuentro con Martín Sabatella, cara a cara, y me descerraja una primera frase que me golpea y me llama a la reflexión: "Mirá, negro, yo creo que el progresismo blanco, permitido por el sistema, no sirve para un carajo…".
Me enrosco para adentro, transformándome en una especie de kung-fu de la política, y repitiéndome y repitiendo la frase, que todavía me retumbaba en los oídos, me digo a mí mismo… "pensar que fue el Frepaso y con posterioridad la Alianza la máxima expresión de ese progresismo permitido por el sistema".
Recuerdo que, en general, esos tipos eran honestos, sin grandes convicciones, la mayoría de ellos con educación universitaria.
Su estética, un tanto "escuálida", en general son flacos, blancos, siempre de corbata, y de fuerte pertenencia cultural de corte pequeñoburguesa.
Modestos administradores, enemigos de cualquier uso semántico que altere la sacrosanta moderación, muy lejos de los pobres, con buenos vínculos con los organismos de Derechos Humanos, lectores del Gabo, absolutamente eclécticos en economía.
Más que propensos a "flotar" en política, lo que constituye en realidad su verdadera actitud de fondo, frente a la extendida derrota cultural de las capas medias.
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