martes, 13 de octubre de 2009

Un sueño

Estoy con mi papá en una llanura lejana. Vemos un portón, como el de una fábrica; delante de él, dos soldados rusos. Papá y yo estamos con el uniforme italiano de la segunda guerra, con esos pantalones abultados y ese casco incómodo parecido al que usan los bomberos. Somos parte de un ejército vencido. Hace poco que hemos sido definitivamente derrotados. Somos prisioneros de guerra, y los rusos nos conducen, con un número indeterminado de hombres que visten nuestro mismo uniforme, a un campo de prisioneros. No nieva. Es todo verde o esmeralda. No parece Rusia. Puede ser Tandil o Tapalquén. Hay sol. Hay una inmensa fila de prisioneros italianos que quieren, a toda cosa, entrar en el campo. Los rusos son correctos, sin llegar a ser afables, pero piden para entrar un papel -debe ser un certificado de que realmente somos soldados- que papá y yo buscamos en nuestras mochilas, como esas que llevaba Quijote. Encontramos los papeles, pero muchos prisioneros se han interpuesto entre nosotros y el portón. Nos da miedo no poder entrar. Logramos hacerlo, haciendo un esfuerzo sobrehumano, porque corre el rumor de que no hay lugar para todos los prisioneros, y todos quieren entrar al campo. Quieren asegurarse la supervivencia. Papá, que ya es grande, que tiene el pelo blanco y habla con un acento meridional tan fuerte que en ocasiones apenas entiendo sus palabras, me dice que un primo mío (pareciera no estar implicado en el parentesco) ha muerto en la llanura. Que su cuerpo, ahora, está cubierto de nive, que de ese modo el cadáver no es pudre y que no lo destrozan las aves de rapiña. La muerte del primo es romántica, como si hubiera sucedido en un poema de Rilke. Pero ahora acá, en una llanura rusa verde, no hace frío. Se está bien.
Nos gusta este clima. No extrañamos nuestra casa.Adentro, en el campo, un soldado ruso nos lleva a papá y a mí, y a nadie más, a ver las instalaciones. El campo es una fábrica: hacen avioncitos, soldaditos de plomo, bolitas de colores, con los restos de la guerra, con tanques incendiados. "Es para los chicos de Rusia", nos dice el soldado en un perfecto castellano.
Papá y yo nos miramos y estamos, en el fondo, ligeramente emocionados. Rusia es extensa y llana. Nos gusta estar en ese lugar. Se está bien. Apenas recordamos nuestra isla.