viernes, 2 de septiembre de 2011

Los últimos serán los primeros


Por Ivonne Bordelois | Para LA NACION

Comentá1 Aureolada por una tenaz trayectoria profesional, Diana Bellessi acaba de conquistar el codiciado Primer Premio Nacional de Poesía. La siguen en jerarquía Arturo Carrera y Hugo Gola, con el segundo y tercer premio. A Jorge Leónidas Escudero, un sanjuanino de 91 años que muy de tarde en tarde condesciende a Buenos Aires, le corresponde una muy modesta Mención, apenas mencionada en la prensa.

Antes que de las personas, correspondería hablar aquí de los derechos de la poesía. Cuando decimos poesía hablamos de esa fuente que mana y corre aunque es de noche, y verdaderamente parece estar anocheciendo en el cielo estelar de la crítica literaria argentina. La historia no es nueva: recordemos el premio denegado a Borges y discernido a un oscuro escritor que ya nadie recuerda, pero que tenía la virtud de ser menos extranjerizante que el autor de "El jardín de los senderos que se bifurcan", allá por los años 40.

Paralelamente a la economía actual, nuestro país tiene un capital poético extraordinario, pero en algunos casos negado y en otros muy mal distribuido. Nadie recuerda ya a un poeta excepcional como Juan Rodolfo Wilcock; Manuel Castilla sería una eminencia poética en cualquier territorio literario menos descuidado y más atento y lúcido que el nuestro. El esnobismo, la imitación, las vanas banderas ideológicas o demagógicas, los padrinazgos o madrinazgos supuestamente conseguidos y encumbrantes, los contactos internacionales bien o mal logrados, las hábiles maniobras y acrobacias publicitarias han exaltado y laureado a evidentes mediocridades hoy rutilantes y mañana olvidables.

Nada de esto es nuevo, se me dirá, pero el tema es que la mala repartición del prestigio poético acerca y luego aleja definitivamente a un público que quisiera de buena fe entrar en el reino de la poesía y se ve expuesto sólo a lo retórico, lo fingidamente transgresor, lo trivial, lo desarticulado, lo insípido o lo exangüe. O simplemente a lo convencional descriptivo, como los "Sudorosos en el porche", de Bellessi: "Se ha bañado en la hora caliente/ del mediodía y ahora, posado/ entre las ramas de la hortensia/ se despulga y se peina con su pico/ batiendo grácil las alas. A sólo/ un metro de distancia. Estoy quieta/ mientras leo y no soy de presa, un árbol/ más que no le da miedo. Qué regalo/ esta secreta cercanía nuestra,/ yo en la veranda y él en la rama/ tan despiertos y tan en calma somos/ vecinos el zorzalito y yo".

Es un problema de voz, de impostación central: hay esos textos que se llaman poesía y pueden ser amables y correctos, con cierto oficio, sí, pero lo fundamental es que no nos ocurre nada leyéndolos. Y hay otros de los que emergemos necesariamente transformados, como este poema de Escudero, "Ultima apuesta": "Apártense, déjenme pasar/ vengo de estar existiendo y ya lo sé/ voy a las palideces. Merezco/ descanso pero antes/ quiero mirar atrás del horizonte para/ no verme siempre aquí como árbol seco/ donde no hay más que hablar./ No atajen, no digan que hay medicina buena/ dejen que me siente en el umbral/ a ver pasar la última gente. Los pájaros/ están escondiendo la cabeza bajo el ala// Manden alguien a comprar pan/ no digo de aquí sino de mañana/ porque mi hambre última/ es de lo que aún no he visto".

En los dos poemas alguien se siente como un árbol, en los dos hay pájaros. Pero uno es una pintoresca estampa, tan previsible como olvidable, dibujada por una vecinal y apacible contempladora de la naturaleza que, como el zorzalito, "bate grácil las alas" (¿se puede escribir así en el 2011?), mientras que el otro nos arroja un manotazo de verdad inclemente, una música negra indómita, una humanidad irrenunciable.

Aquí no se trata del Primer Premio Nacional de Poesía, sino del inmerecido agravio que recibe Jorge Leónidas Escudero, un anciano e insigne poeta sanjuanino. Que el Honorable Jurado, acompañado de su impresionante cortejo curricular de cátedras, premios, menciones, ediciones y demás equipajes, se haga cargo.

© La Nacion

La autora, doctorada en lingüística en el MIT, es poeta y ensayista