"si no hay perturbación, no corresponde que haya deseo de conservarse ni temor de perderse".
sábado, 13 de julio de 2013
"Decir el corazón de las palabras", Cecilia Romana sobre Las reliquias, en el diario El litoral
Por Cecilia Romana
“Las reliquias”, de Diego Bentivegna. Alción Editora. Córdoba, 2013.
Éste es el primer libro de poemas de un pensador.
Un ensayista, un traductor, quien está más acostumbrado a razonar que a dejarse guiado por la intuición, escribe poesía con la sangre, porque hay allí un compromiso más específico que el del poeta puro.
Diego Bentivegna ha experimentado la tensión y el miedo del clavadista antes de saltar, pese a que su libro tiene un tono más bien calmo. Cuánto le habrá costado llegar a esa calma.
Las reliquias es un volumen de puro trabajo. Primero, sobre la memoria personal, sobre el recuerdo de la propia vida. Después, en relación con el lenguaje que, en este caso, no es otra cosa que la traducción en palabras de un sentimiento muy profundo, de uno que habría que rastrear hasta las raíces primigenias del autor, un doctor en Letras, investigador del Conicet, traductor de Pasolini, y cuántas cosas más.
Las influencias son notorias, más en una tonalidad que en el ambiente: Ungaretti, Montale, algo de la italianidad expectante de Europa y la puramente extasiada de América. La de sus padres y abuelos, la que anda pivoteando entre el sueño y la realidad, entre lo que podría ser y lo que es. Trazos de la ensoñación de Viel Témperley, quien podría haber sentido en los corderos de Bentivegna su propia patria. Y siempre, la limpieza formal, porque a través de la claridad es donde se lee la total sorpresa del autor.
La experiencia poética de Diego es el paso firme de un adolescente a la juventud, ya que no hay pasmo infantil en el libro ni, mucho menos, reconcentración de viejo ante los hechos. Para quien escribe de barcos que llegan transportando su sangre al continente, para el que cuenta cómo era esa Argentina que los recibió, los barrios del suburbio, los gajes de sus ancestros, siempre vistos desde el interés filial y, por qué no, antropológico, escribir un libro de poemas no es algo de todos los días. A Bentivegna se le fue la sangre en cada verso, se le fue la piel. Todo tamizado por su observación intensa de conocedor de una lengua y quien dice conocedor, dice amante-.
Esperamos el vuelo de pájaros que migran
sobre nuestras cabezas,
de las lentas bandadas que se arrojan
de pronto en los sembrados de una isla.
Como en una ruleta arreglada, en el único destino que cree Bentivegna es en el que marca el trabajo, la fe extrema en una vida mejor, la esperanza. Siempre la esperanza, como un faro, no sólo de su familia que llegó de Italia, sino de él mismo, de su literatura que, al convertirse en poesía, apuesta.
Porque la poesía, a pesar de ser la más vieja de todas las literaturas, es la más viva, la que no depende del valor de cambio, la que renace cada día bajo voces nuevas que, por intuitivas, al menos, se alzan a nivel de las antiguas.
Hay una pequeña nostalgia en Las reliquias. Una pregunta más bien, pero de esas que se hacen para responderse a sí mismo y afirmarse en lo único que hace al poeta algo diverso del resto: ¿dónde estoy y por qué? ¿Este es mi primer paso o el último?
En esa tensión camina el libro de Bentivegna, pero siempre bajo el auspicio de la providencia, que alimenta todo, hasta las noches más oscuras de un escritor.