Mis dos abuelos vivieron la primera guerra mundial como soldados, ambos muy jóvenes, apenas adolescentes, enrolados en una matanza que no comprendían, que los excedía. Nunca escuché ningún relato heroico acerca de esa guerra. Al contrario, lo que primaba, siempre, en las narraciones era la búsqueda de algo simple y primitivo, profundamente vital: la supervivencia.
Mi padre, siendo también muy chico, un niño, fue testigo de la guerra en su país, con la destrucción y la muerte que pasaron por la puerta de su casa (y que se llevó a sus tíos y a sus primos bajo las bombas norteamericanas). Vio a los solados alemanes, ya hambrientos y moralmente derrotados, enrocados en lo alto del pueblo, como en otros siglos lo habían hecho los bizantinos, los árabes o los normandos. Vio a los soldados italianos, sus compatriotas, arrastrados a una guerra vergonzosa y vergonzante.
En la escuela, escuchamos el relato de cómo las hermanas y la madre de uno de los curas habían sido asesinadas por los rusos cuando entraron a Alemania. Se habían resistido a ser violadas.
La bisabuela de mi hijo era sobreviviente de Auschwitz.
No creo en los héroes de guerra.
No creo en sus medallas.
Me repugnan los desfiles ante los tanatócratas, sean Trump o Putin.
Mi madre, también muy joven, escuchó el paso de los aviones que iban a ametrallar Plaza de Mayo en el 55. Vivía en Libertad y Sarmiento y escuchaba, abrazada a sus padres y a sus hermanos, cómo los aviones de la marina pasaban en vuelo rasante sobre su casa. Escuchaba la metralla.
Yo, siendo muy chico, sentí el temor a la guerra y a las bombas sobre nosotros, en el 82, cuando nos hacían practicar evacuaciones en la escuela por Malvinas. A veces nos hacían desfilar. Teníamos juguetes bélicos: soldaditos, tanques de plástico, metrallas.
Nos persiguen las sombras, las sombras terribles.
La guerra es un monstruo, como un eco de la canción de Gieco. O mejor: era un monstruo. Pensaba eso. Ahora pienso que ese monstruo asume nuevos rostros: es ante todo una máquina, asesina, truculenta, profundamente sádica, que funciona por sí misma y que, tarde o temprano, nos fagocitará a todos.
24.06.25