Publicado en Anuario de Glotopolítica, n. 2 (Buenos Aires - Nueva York: 2019)
Erich
Auerbach (2017).
La cultura como política. Escritos
del exilio sobre la historia y el futuro de Europa (1928-1947).
Ed.
de Christian Rivoletti. Traducción de Griselda Mársico
Buenos
Aires: El cuenco de plata. 216 páginas.
Reseñado
por Diego Bentivegna.
No
toda residencia en el extranjero es, en rigor, un “exilio”. El exilio presupone
algo del orden de la fuerza arbitraria de expulsión que un Estado ejerce sobre
los sujetos, y es una de las experiencias que –basta leer los trabajos sobre el
tema del historiador Enzo Traverso (2016, entre otros)- dan forma a lo largo
del siglo XX a la construcción de saberes que atraviesan los marcos nacionales,
e incluso regionales, y las tradiciones de pensamiento asociadas que se fueron desarrollando
en esos marcos, como la filología románica en los países de lengua alemana. En
definitiva, el exilio es una de las fuerzas formantes de campos de saber sobre
las lenguas y las prácticas discursivas que el siglo XX fue generando a lo
largo de su transcurso, como las literaturas comparadas o la glotopolítica, aun
por supuesto sin asignarles necesariamente esos nombres.
El
exilio del que habla el título que se ha dado a este volumen es un exilio
específico: la residencia forzada de una de las figuras más centrales de la crítica
del siglo XX, Erich Auerbach, formado en la más alta tradición de los estudios
romanísticos germanos, en un medio extraño y corrido en relación con el eje de
sus intereses: un universo lingüístico y cultural ajeno, como el mudo turco de
los años treinta y cuarenta, que vivía un profundo proceso de modernización
–que se manifiesta con fuerza en el campo de la cultura y, en especial, de la
lengua- a través de la gestión de Mustafá Kemal y del proyecto de
occidentalización que su grupo político, los jóvenes turcos, habían empezado a
esbozar a comienzos del siglo, cuando todavía existían, algunas de ellos en un
estado terminal, los grandes imperios, en uno de los cuales, el imperio alemán,
por cierto el más moderno y homogéneo del grupo, nace Erich Auerbach en 1892.
El
libro recoge una serie de artículos que hasta hace poco tiempo era
prácticamente imposible de leer en las lenguas occidentales, pero que el
paciente trabajo, el amor a la lengua y a los textos de estudiosos de la obra
de Auerbach de diferentes nacionalidades (italianos, suizos, alemanes, turcos)
permite que llegan a nosotros. Son una serie de textos que el erudito alemán
publicó durante su residencia en Estambul, que, como se sabe, se extiende entre
1934, cuando gracias a las gestiones de Leo Spitzer, que había abandonado en
1933 su cátedra en Marburgo con la llegada de Hitler al poder y había partido
hacia Turquía, y de Benedetto Croce, que ejercía desde su estudio de Nápoles la
oposición ético-política al autoritarismo fascista de Mussolini- logra un
puesto en la Facultad de Lenguas de la Universidad de Estambul, y 1947, cuando,
ya finalizada la guerra y con el reconocimiento académico que supuso la
publicación de Mimesis, su libro más
famoso -y un monumento absoluto de la cultura filológica del siglo XX-, parte
hacia los Estados Unidos, donde terminará sus días en 1957 como profesor en la
Universidad de Yale.
El
largo exilio turco de Auerbach ha sido un período que, desde posiciones
críticas como las de Emily Apter (2003), ha sido leído como un momento cardinal
del siglo para la configuración del área de estudios de las literaturas
comparadas. Recordemos la tesis de Apter. La investigadora norteamericana,
profesora en la Universidad de Nueva York, plantea que ese constitución se
produce en un doble movimiento: el de filólogos formados en una tradición
romanista -Spitzer y Auerbach-, que, por su condición de judíos, deben
abandonar sus puestos en el sistema universitario alemán para buscar nuevos
horizontes en la joven Turquía republicana de Mustafá Kemal, y el posterior
desplazamiento de ambos a los Estados Unidos, donde terminará de conformarse un
espacio ya no restringido al estudio de las literaturas europeas sino que se
piensa en un horizonte mundial. En estos traslados y en estas reconfiguraciones
del campo de los estudios literarios, el trabajo en el exilio de Auerbach
representa para Apter una dimensión todavía encerrada en los parámetros de la
tradición eurocéntrica en la que se había formado, poco interesado en la
ampliación de la literatura mundial hacia otros horizontes y, como lo revela la
correspondencia con su amigo Walter Benjamin que puede consultarse en
castellano en una edición de hace unos años de la editorial Godot de Buenos
Aires, muy crítico con respecto al clima de opresión dominante en la nueva
Turquía.
La
publicación de un volumen como el que reseñamos ahora permite complejizar la
lectura de Apter. Lo cierto es que, hasta la publicación de estos materiales, era
más bien poco lo que sabíamos sobre los escritos turcos de Auerbach. El punto
de partida de la edición son los cuatro artículos que Christian Rivoletti, el curador
de la versión alemana sobre la que realizó esta traducción el castellano,
encontró en 2006 en los archivos de la Universidad de Tubinga. Posteriormente,
gracias a la colaboración de colegas de Rivoletti estudiosos del turco y del
trabajo in situ en los archivos de
Estambul, se recogieron los doce artículos que forman parte de esta edición,
publicados en parte en italiano en una edición en 2010 en una edición a cargo
del mismo Rivoletti y de Riccardo Castellana y solo en 2014 en la lengua
materna de Auerbach.
Seis
de esos artículos reproducen conferencias que Auerbach mantuvo en la
Universidad de la ciudad del Bósforo entre 1937 y 1945. Son los textos
titulados “Literatura y guerra”, “El surgimiento de las lenguas nacionales en
la Europa del siglo XVI”, “El realismo en la Europa del siglo XIX”, “Dante”,
“Montesquieu y la idea de la libertad” y “Jean-Jacques Rousseau”. El resto de
los textos incluidos son versiones de artículos publicados en su momento en
diferentes revistas turcas, como la revista de la Casa del Pueblo de Estambul.
Se trata, en este caso, de artículos cuyos títulos evidencian la voluntad de
intervención política de Auerbach en sus años turcos, como “La influencia de
las monarquías sobre la democracia en Francia”, “Sobre Maquiavelo”, “Voltaire y
la democracia”, además del texto de presentación del número inicial de la
Revista del Instituto de Filología Románica de la Universidad de Estambul, que
comenzó a publicarse en 1947, cuando Auerbach estaba ya partiendo hacia los
Estados Unidos. Se incluye, finalmente, un artículo muy breve dedicado a
Benedetto Croce, publicado en francés en el periódico La Turquie.
Pese
a su brevedad, el texto dedicado al filósofo italiano es altamente significativo
para pensar las solidaridades intelectuales, las filiaciones teóricas y, en
definitiva -para retomar la categorización de Michel Löwy (1997)-, las
“afinidades electivas” potenciadas por Auerbach durante su exilio turco. El
artículo cierra la compilación. Ocupa ese lugar, es cierto, no por razones
estrictamente cronológicas, ya que se trata de un texto de 1943. Puede leerse
el cierre como un homenaje a una de las grandes figuras intelectuales –por
entonces Croce estaba ya al borde de sus ochenta años- que, con sus hipótesis
acerca de la fundación “sin residuos” de estética y lingüística general como un
única “ciencia de la expresión”; habían estado en el comienzo, sobre todo a
través de la mediación de un crítico un poco mayor que Auerbach como Karl
Vossler, de la renovación de los estudios lingüísticos y literarios emprendidos
por la generación de Auerbach y Spitzer, quienes se reconocerán marcados en
muchos aspectos del idealismo filosófico y del liberalismo político, críticos
de las diferentes derivas totalitarias que atraviesan el mundo en la primera
mitad del siglo. Es en Croce, en el liberalismo lingüístico que propugna en las
página de la Estética como ciencia de la
expresión y como lingüística general y en la concepción de la historia como
historia de la libertad de donde surgen muchos de los planteos de Auerbach en
relación a las articulaciones entre lenguas, prácticas literarias y política.
Hay
dos grandes grupos de problemas que Auerbach esboza en estos escritos turcos y
que confluirán en Mimesis, su obra
mayor. Por un lado, Auerbach enfatiza en estos escritos el problema del
realismo, al que le dedica una conferencia entera centrada en el siglo XIX y en
la que insiste en el corrimiento de perspectiva de una visión históricamente
atenta a los “grandes hombres” y a los sectores “altos” de la escala social
hacia una mirada que percibe sobre todo a los “comunes”, con sus diferentes
características culturales y, como lo afirmará con mayor detalle en Mimesis, sus diferentes inflexiones
lingüísticas. En la “constelación” que arma Auerbach para pensar el realismo,
las operaciones sobre las lenguas literarias que desconfiguran el sistema de
estilos codificado por la antigüedad y heredado por occidente, asumen una
dimensión evidentemente política.
El
segundo núcleo de cuestiones –esta vez directamente insertas con lo que puede
pensarse como un programa de trabajo glotopolítico- se relaciona con las
reflexiones acerca de la construcción histórica de las diferentes lenguas
nacionales. En este aspecto, en “El surgimiento de las lenguas nacionales en la
Europa del siglo XVI” Auerbach resume gran parte de los aportes de la escuela
histórica “idealista” y de la mirada con la que esta observa los fenómenos
relacionados con las lenguas. En principio, Auerbach sostiene en su artículo
una visión epistémica extrema en lo que se refiere a las relaciones entre
lenguaje y conocimiento: “Todo lo que aprendemos –afirma- se vierte en el molde
de la lengua materna. Hasta tal punto es así, que podemos preguntarnos si las
palabras nacieron del mundo exterior o si el mundo exterior nación de las
palabras” (55).
La
claridad que exige un texto divulgativo como este hace que se expliciten lo que
en textos complejos como Mímesis
aparece de una manera más oscura. Es lo que sucede, por ejemplo, con las
relaciones entre lengua y política, que raramente Auerbach hace explícitas pero
que el lector puede desentrañar, sin demasiada dificultad, en sus textos. Al
ser el medio de expresión no solo de un individuo, sino también de un pueblo,
el lazo más fuerte que garantiza la unidad de una sociedad es la lengua materna
compartida. Hay materiales textuales que operan como instancia de puesta en un
plano consciente de la pertenencia a una lengua común y, en consecuencia, a una
cultura compartida, relativamente homogénea: son los grandes monumentos
literarios en los que un determinado pueblo se reconoce, “fijado por escrito,
conocido por todos” (57). En definitiva, la función histórica de esos grandes
monumentos literarios es, al mismo tiempo, lingüística –en la medida en que
legitima una variedad, que puede ser una variedad puramente literaria- como
lengua compartida, y una función política, que en principio consolida la
delimitación de un pueblo determinado y, eventualmente, según los avatares
históricos, de una determinada nación.
Existen
dos aspectos más que me parece importante rescatar en la dimensión política de
las lenguas que registra Auerbach en su conferencia y que pueden ser vistos
como posicionamientos políticos. En primer lugar, Auerbach habla de algo tal
–ignoro cuál es la expresión turca que las traducciones occidentales vierten de
esta manera- como una “hegemonía cultural”. Es un término que, por supuesto,
convoca la memoria de la acuñación idéntica que presenta Gramsci en sus
escritos de la cárcel. Algo que alimenta la relación entre el pensamiento
político gramsciano y el pensamiento filológico de Auerbach es justamente la
elaboración de una teoría explícitamente política del lenguaje que, en gran
parte, se nutre de fuentes análogas a las que alimentan las operaciones de
Auerbach, del idealismo lingüístico croceano, al que aludimos, a las críticas a
la tradición positivista que llevan adelante en Italia Matteo Bartoli –el
maestro en lingüística de Gramsci- y, en ámbito alemán, Hugo Schuchardt y Karl
Vossler. En todo caso, lo se desprende del textos de Auerbach es que la
historia política de una lengua debe pensarse en relación con procesos políticos
amplios, que van más allá de una mera historia lingüística interna.
Son
procesos culturales y sociales que permite dar cuenta de situaciones complejas,
en las que articulación entre pueblo, lengua y nación aparece en algún punto puesta
en cuestión. Es lo que sucede, por ejemplo, con la persistencia de la lengua
latina que continúa funcionando como lengua de prestigio aun cuando la realidad
política en la que había operado, el imperio romano, había desaparecido como
tal. Auerbach enfatiza así, en relación con un caso histórico concreto, la
cuestión del “prestigio” lingüístico, problema que ocupa un lugar importante en
la reflexión sobre el lenguaje en teóricos contemporáneos de Auerbach
preocupados por las implicancias históricas –y más específicamente, culturales-
de los fenómenos lingüísticos. Pensemos en Hugo Schuchardt. O pensemos en una
figura como la del filólogo italiano Benvenuto Terracini, refugiado -cuando
Auerbach escribe estos textos- en Tucumán, donde resume y al mismo tiempo
repotencia sus reflexiones sobre las relaciones entre lengua, cultura,
traducción e historia.
Por
otro lado, y en conexión siempre con la cuestión general de la hegemonía cultural, Auerbach subraya, a
partir de una serie de observaciones sobre el caso francés y los diferentes
proyectos de reforma “desde arriba” que se registran desde el Renacimiento
hasta la Ilustración, las dificultades con las que se enfrentará un proyecto de
reforma de una lengua nacional pensada de manera unilateral como política de
Estado, como la que estaba implementado el estado turco. “La fuente de una
lengua literaria en verdad es la lengua que habla el pueblo, y es la lengua del
pueblo la que define la necesidad, el momento y la duración de las reformas”,
afirma Auerbach en el cierre de su texto (70). La huella, otra vez, es la del
liberalismo lingüístico que Croce sostiene en el último capítulo de la Estética
y del que Gramsci se apropiara de manera crítica para mostrar sus limitaciones,
pero también para criticar las políticas lingüísticas –y, en general, culturales-
que se piensan tan solo como políticas unilaterales de Estado. La hegemonía que convocan desde sus
respectivos exilios, en Estambul y en la cárcel fascista, Auerbach y Gramsci,
en definitiva, nombra la heterogeneidad constitutiva de los objetos culturales
y, en un mismo gesto, las limitaciones de una política dirigista que pretende
instalar la homogeneidad sin fisuras de lo real.
En
la construcción de su propia actividad crítica que Auerbach lleva adelante en
el epílogo de Mimesis, el exilio
turco es visto como condición que posibilita un proyecto panorámico y
totalizador como el que presenta esa obra. Son líneas que, indudablemente, contribuyen
a la construcción del ideologema auerbachiano del exilio, que será recogido y
potenciado por uno de sus herederos, Edward Said, en un escrito que hoy forma
parte de la más reciente edición en castellano de la obra.
Sin
embargo, desde hace tiempo se ha venido complejizando la visión de un exilio
turco como una residencia en una terra
aliena, en una especie de páramo cultural. Lejos de estar aislado de todo
contacto con colegas europeos con los que dialogar y confrontar posiciones,
Auerbach podía encontrar en Turquía colegas tan interesantes como el filósofo
Hans Reichenbach o el filólogo clásico Georg Rhode, el músico Paul Hindemith
(fundador del Conservatorio de Estado de Ankara) o el arquitecto Bruno Taut,
que luego de participar del expresionismo había sido uno de los propulsores de
la renovación de la arquitectura alemana en los años diez del siglo y que en
los veinte impulsó la construcción de los innovadores barrios obreros de
Berlín, la ciudad natal de Auerbach. En todo caso, en el laboratorio teórico de
su exilio, en diálogo implícito o explícito con otras experiencias de destierro
y con otras construcciones contemporáneas de pensamiento, los textos reunidos
en este volumen muestran cómo Auerbach participa de un clima de época en el que
se encuentran las semillas de una reflexión no solo histórica, no solo
cultural, sino también política sobre las lenguas y sus monumentos literarios.
Fuentes citadas:
Apter, Emily (2003). “Global Translatio: The “Invention” of Comparative Literature,
Istanbul”, 1933. En:
Critical Inquiry, vol 29, n. II. Pp.
253-281.
Auerbach,
Erich y Walter Benjamin (2015). Correspondencia
1935-1937, trad.de Raúl Rodrigez Freire. Buenos Aires: Godot.
Löwy,
Michael (1997). Redención y utopía. El judaísmo
libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva, trad.
Horacio Tarcus. Buenos Aires: El cielo por asalto.
Said,
Edward (2005). Reflexiones sobre el
exilio, trad. de Rosa Gallego Blanco. Barcelona, Debate.
Traverso,
Enzo (2016). La historia como campo de
batalla. Interpretar las violencias del siglo XX, trad. de Laura Fólica.
México-Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.