viernes, 26 de mayo de 2023

Pasolini: muerte, sentido, montaje

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Hasta que yo no esté muerto, nadie tendrá la garantía de conocerme verdaderamente, es decir, de poder dar un sentido a mi acción, que en consecuencia, como momento lingüístico, es mal descifrable.

Es por lo tanto absolutamente necesario morir, porque, mientras estamos vivos, carecemos de sentido, y el lenguaje de nuestra vida (con el que nos expresamos, y al que por lo tanto atribuimos la máxima importancia) es intraducible: un caos de posibilidades, una busca de relaciones y de significados, sin solución de continuidad. La muerte cumple un fulminante montaje de nuestra vida; o sea, elige sus momentos verdaderamente significativos (y ya no modificables por otros posibles momentos contrarios o incoherentes), y los pone en sucesión, haciendo de nuestro presente, infinito, inestable e incierto, y por lo tanto lingüísticamente no describible, un pasado claro, estable, certero y, en consecuencia, lingüísticamente bien describible (en el ámbito de una Semiología General). Sólo gracias a la muerte, nuestra vida nos sirve para expresarnos.

El montaje opera pues con los materiales del filme (que está construido con fragmentos larguísimos o ínfimos, de muchos planos secuencias como posibles subjetivas infinitas) aquello que la muerte opera con la vida.

"Observaciones sobre el plano secuencia" (1967), en Empirismo herético, 1972.

Trad: D. B.