De "Cultura italiana y cultura europea en Weimar", del joven Pier Paolo Pasolini, publicado en Architrave, Bolonia, el 10 de agosto de 1942.
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Paseando así con un ansia medio temblorosa, como aquel que siente que respira un aire que ya no es regional sino europeo, y casi sumergido en él y un poco incómodo, a lo largo de las fabulosas calles de Weimar junto con los jóvenes camaradas españoles, yo podía, conversando con ellos, remontarme a Calderón y a Cervantes o a Velázquez, a través de García Lorca y Picasso; detenernos por tanto en aquello que me interesaba más, en la última generación, cuyos nombres eran nuevos para mí; y, temblando, oía como los escandían las voces de aquellos camaradas; y esos nombres eran Dionisio Ridruejo, Gerardo Diego, Agustín de Foxá, Adriano del Valle (que deberían corresponder, en España, a nuestros Betocchi, Gatto, Sinisgalli, Penna, etc.). Y, por último, escuchaba no los nombres, no las obras, no los hechos, sino la presencia, densa y estimulante, de los jonvecísimos, sobre los cuales los camaradas españoles no supieron decirme sino que se notaba en ellos un inteligente regreso a la tradición. Pero eso me bastó: bastó para revelarme toda una condición, para reeencontrar en esos jovencísimos españoles mi imagen, y aquella otra de mis amigos boloñeses o florentinos.
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Trad: D. B.