"si no hay perturbación, no corresponde que haya deseo de conservarse ni temor de perderse".
viernes, 13 de mayo de 2011
Raúl Zurita
"(...)Comencé a escribir bastante joven, pero fue mientras estudiaba ingeniería que me di cuenta que la poesía iba a ser mi pasión, el único sentido de una hipotética plenitud, y de las bastantes más posibles derrotas. Sin embargo, aún no sabía mucho. Escribí en el año 1969 algunos de los poemas cortos que están en el comienzo del libro Purgatorio y el en 1972 otro poema que se llama “Áreas verdes”, y que creo que es lo más perfecto y angustioso que he hecho. Regresé de Ingeniería para caer de bruces en las bodegas del barco Maipo en la madrugada del 11 de septiembre de 1973. Cuando salí de ahí tenía el mundo completamente roto. No me asilé y pensé en lo peor. Paradojalmente ese golpe me salvo la vida, ya tenía absolutamente decidido suicidarme, pero al comprobar cómo mataban gentes en las calles, como a mí mismo me había golpeado y como en ese mismo instante estaban, repito, asesinando a tantos, el suicidio me parecía algo absolutamente ridículo, espantosamente ridículo, frívolo. Mis condiciones sicológicas y físicas eran insostenibles: una vez me bajaron de un bus solo por mi aspecto. Fue la humillación y el poema. Recordé esa frase de la mejilla de Cristo y me quemé la mía, respondiendo a la bofetada, lo hice solo, en un baño con un fierro que quemé al rojo en el fuego del calentador de agua. (...) más tarde comprendí que con ese acto absolutamente solitario, autodestructivo, había comenzado algo. Así se inició en verdad mi poesía, quemándome la cara y me propuse una obra que concluiría, si acaso, con el vislumbre colectivo de la felicidad. Fue en mayo de 1975, imagine todo el trayecto, las escrituras en el cielo y en el desierto, incluso los títulos: Purgatorio, Anteparaíso, y La Vida Nueva. Es eso, mi poesía va desde una mejilla quemada hasta el verso escrito para siempre en el desierto de Atacama “ni pena ni miedo” (mide cuatro kilómetros y puede ser visto desde las alturas, con él cerré La Vida Nueva en 1993. No he sido en ese sentido, un poeta espontáneo. He vivido más de veinte años obsesionado con una idea: el vislumbre de la felicidad. Todo lo que he hecho tiene que ver con eso, con la fuerza y la vida (y la derrota). (...) Me impacta todo lo bueno que leo, pero sólo puedo llorar de belleza con algunos muertos célebres: Miguel Angel, Dante, Whitman, Neruda, Homero y algunos más: Nietzsche ( a quien odio desde el fondo de mi corazón, pero que me hace llorar), Dostoievski. Esos grandes nombres me dan fuerza, me hacen explotar de felicidad y de plenitud. Algunas celebridades de los nuevos tiempos sin embargo me dejan absolutamente indiferente, partiendo por Borges. Amo al Vallejo de España aparta de mi este cáliz, cómo quisiera alguna vez lograr esa sencillez total y certidumbre. Pero el único camino para acceder a algo así es el trabajo moral".