"El hombre me señaló otras jarras esparcidas por la tierra que había desenterrado en esa necrópolis de antiguos indios y vi así una mano con un ojo en la palma para significar que el primer signo poético de la humanidad habrá sido, supongo, la imagen gráfica, que antecede incluso al signo oral: o bien para significar que la mano obedecía con rapidez a un ojo seguro y que el difunto era tal vez un arquero. Otros adornos combinaban en unidad de efigie humana la cabeza de la serpiente y sus alas, la huella de reptiles o el brillo del rayo. lágrimas de mujer o las rayas de las gotas de lluvia y tal vez querían fijar un momento determinado de la estación, y me volvía a la mente la observación de Wagner cuando el cobayo escapaba inquieto; o querían prolongar el estupor de una reminiscencia vaga de la evolución de la especie resurgida en la mente de la noche de los tiempos; o más probablemente hacer una lausión a un rito nupcial, o quién sabe qué cosa..."
Ibidem, p. 734.