"Elea, esta es Elea, ciudad de prófugos, donde incluso el mundo se había transformado finalmente en ausencia: esta es Elea, oh, ciudad ausente. Oh, tú, rapsoda Xenófanes, que aquí desembarcabas desde la Jonia invadida, de tu obra no quedan sino fragmentos, más vastos que estos fragmetnos de terractota del siglo primero y del cuarto (...). Pero no podías creer que el pensamiento, ni siquiera el pensamiento eterno, no tuviera ni carne ni medida; y creías, como todavía puede ver la gran sabiduría de los ingenuos, que el pensamiento verdadero era la conciencia de una forma perfecta de la materia sanada, de un globo que contenía toda la materia incorruptible: la única, la existente en modo no ilusorio; creías que tu cuerpo -en aquello que no era ilusión: tiempo, movimiento y espacio- era partícula de la carne eterna del Dios que dabas por primera vez a luz: del Dios del ser invariable y total, de la absoluta, pura sustancia detenida".
Salerno, 12 de abril de 1932.