"Una vez me tocó encontrarme en la llanura argentina, por la zona de Santiago del Estero, entre el Río Dulce y el Río Salado, empeñados incesamente en cambiar de lecho a medida que el limo que arrastraban, que se volvía demasiado alto, hacía que se volcara por uno de sus lados, obligándolos a encontrar un nuevo cauce. En ese momento cruzó la carretera un cobayo aterrorizado. "Espere -me dijo el etnólogo Wagner, que me acompañaba-, ahora llega la serpiente de la que el animalito está huyendo". Y agregó: "Salen las serpientes, se anuncia lluvia". Nos detuvimos un poco más adelante y en esa desolación se me ofreció un espectáculo digno de recuerdo: Un hombre, un pobrecito que no tenía más que unos pantalones de tela agujereada, salió de su madriguera, hecha de troncos y de algunas latas y trapos con los que se arreglaba; salió sosteniendo entre sus brazos un ánfora funeraria. Contenía un esqueleto: y quién sabe cómo en un recipiente tan pequeño habrá sido posible introducir el cadáver que, descarnado como era, se había reducido a una espina de pez. Examinando el ánfora, encontré un adorno del cual era fácil deducir que la greca es la estilización de dos manos que se estrechan. Extraño, muy extraño, que la greca luego haya terminado en las gorras de los generales".
G. Ungaretti, "Riflessioni sullo sitle" (1946), en Saggi e interventi, a cura de M. Diacono y L. Rebray, Milán, Mondadori, 1982, pp. 733-734.