"(...) Para esto el profesor debe evitar toda clase de las llamadas "brillantes". Sólo tiene derecho a hacerlo para lograr un "estado" particular del alumno. Pero en general debe acercarse a las obras, al fragmento elegido, y titubear, pesar, dar una experiencia viva de la manifestación de los distintos planos en la lectura, y si es posible, interrogar tras cada etapa de penetración.
La primera condición requerida para comprender un texto es circundarlo de un ámbito de silencio interior. Suprimir luego la prisa y la inquietud: evita luego los juicios prematuros. Tomar como base, eso sí, la riqueza de la impresión personal: sólo puede construirse desde ese núcleo".
Héctor Ciocchini, Góngora y la tradición de los emblemas, Bahía Blanca, 1960, p. 29.