domingo, 10 de diciembre de 2006

ma che dolce cosa è questa prospettiva


Cecilia Romana, además de flor de amiga, es una poeta enorme. Acaba de llegar de México, dondeha recibido en Chiapas (sí, la de Bartolomé, la de Marcos) el premio de poesía Jaime Sabines. Es la más joven de los poetas que ha recibido ese prestigioso premio. En su homenaje, aquí va una reseña del último libro del mexicano Esquinca escrito por Cecila. Saboréenlo.


Mortificación del lienzo por la poesía
Jorge Esquinca, Uccello, Bonobos, México, 2005


Paolo Uccello, pintor italiano nacido en Pratovechhio en 1397 y muerto en Florencia en 1475, tenía un especial interés por la perspectiva. Se formó en el gótico tardío y logró combinar un audaz empleo del pigmento con la intrépida intersección de puntos de vista múltiples e independientes dentro de una misma obra. Mientras que los innovadores del primer renacimiento, como Donatello o Masaccio, tomaron el elemento de la perspectiva como instrumento racional de exploración de la realidad y componente de coordinación de la visión, gracias a una sensibilidad extraordinaria, Uccello se valió de ella para crear espacios oníricos, con fuertes influencias coloristas medievales.
En la tapa del libro, una reproducción del sello postal con la imagen de la Batalla de San Romano (c. 1456-1460), una de las tres tablas que se conservan hoy en Uffizzi, Louvre y National Gallery de Londres. El nombre del autor de este volumen es Jorge Esquinca: mexicano, cuarenta y nueve años, poeta, editor, traductor, articulista, distinguido en 1990 con el Premio de Poesía Aguascalientes y al año siguiente, con el Nacional de Traducción de Poesía. Becario del Sistema de Creadores de Arte, del Ministerio de Cultura de Francia y editado recientemente por la UNAM con el volumen Región, que reúne su trabajo poético de veinte años. Él, al igual que Paolo di Dono –éste el verdadero nombre del pintor renacentista-, ha transitado un riel hondamente enraizado en fuentes clásicas, para detonarlo luego con fustazos poéticos: trozos cortos, mutilaciones, signos de puntuación como hilos en muñones últimos.
Esquinca se vale de una prosa poética que recuerda la mancha de rouge sobre unos labios demasiado finos. Es parco, triste, pero por momentos de torna salvaje, como esas manchas, que uno no sabe si se originaron en el llanto o por causa de un beso aguerrido. El mismo hombre que escribió en 1988:

Mientras nosotros escribimos
la vida pasa afuera con su lámpara

Mientras nosotros amamos
todo lo escrito carece de importancia

Mientras bebemos y cantamos
el amor nos traspasa sin herirnos

Mientras estamos aquí
algo sucede

Tal vez abril

El mismo hombre, publica en 2005:

un niño un pábulo un mirado en el giro de –un niño un
cegato un carámbano –un trío de tablas que Paolo Uccello
pintaba –o dormía nunca dormía, se deslizaba frío en el
neón, se sabía de memoria la batalla –ah, la memoria del
niño que como pájaro tensó


Su abrevadero, surtido con aguas de Borges, Pound, Eliot, Dickinson, Santa Teresa o San Juan, empieza a salpicar. En el borde quedan unas gotas que, indeciblemente, recuerdan al manantial. Una fracturación de tiempo operada a lo largo de diecisiete años hasta alcanzar la interpolación de diferentes planos del sueño o la épica amorosa en la brevedad de un latigazo.

...como el precipitado que se obtiene luego de macerar con
iniciática minucia el Cálculo algebraico del arco iris –caballos,
batallas, vistos


Vienen a la memoria las lanzas pintadas por Uccello. Esa manera taimada de guiarnos por las rectas hacia la profundidad del cuadro ¿Qué hace Esquinca con sus lanzas? En principio, nos lacera, como debe ser. Nos incrusta el pico de sus aves –claro, Uccello quiere decir también pájaro-, desmiente que la poesía sea una superstición (fábula no, pájaro antes), y se eleva él mismo hacia un plano aéreo para ofrecernos el avistaje de la vida en un corte témporo-espacial cuya perspectiva tiene como principal objeto, al parecer, dar cuenta de que en la ferocidad del tajo pincela la tradición una mota. Lo mismo que ocurre, quizás, respecto de la experiencia mística.
Así como en Paolo Uccello la estilización de la forma manipula la costumbre del espectador hasta destemporizarlo, en Esquinca el filo del verso ubica la capacidad reflexiva del lector en una suerte de anacronicidad que, de ninguna manera, puede conseguirse con la suma de recuerdos infantiles, memorias emotivas y temor o expectativa acerca del futuro, pero sí, en última instancia, constituirse como ejercicio de un fuera de tiempo y espacio donde conviven ciertas sensaciones amorosas relacionadas con la guerra, la animalidad, el ímpetu racional de encuadrar geométricamente al mundo o la manía de volcarse hacia el interior de uno mismo y salir más tarde, renovado. La lubricidad de un vuelo que entra y sale. Entra y sale.

hiende lo noche, lo cerrado, lo que se oculta en el riñón del
no, una alta minería, pájaro, cava en el ahí : un tratado de aire
entre el pulmón y la mina. (lejos de todo hechizo –se trata
de cavar.) los huecos, pájaro, para tu vuelo en picada : uccello,
uccellino, dolce cosa é la prospettiva


En la encrucijada de conceptos como noche, aleteo, hueco, mazos, címbalos, pincel, tópicos de índole tan diversa que se encuentran, a pesar de su disparidad, aglutinados en apenas tres o cuatro líneas, ahí, en ese cruce desmesurado por lo diminuto del espacio, radica la mayor fuerza de Esquinca. Un dominio de la palabra parecido al del crupier con los naipes o las fichas. Vasari le objetó a Uccello lo arbitrario de la perspectiva y la utilización de colores que no se correspondían con la realidad, sin embargo, justamente estas características son las que lo convirtieron en un artista inclasificable y moderno, por decirlo de alguna manera. Asimismo, el libro de Esquinca, a trazos muy seguros, a disparos certeros, podría parecer en un principio un desatino, pero ¿acaso no nos parece un desatino el sueño violento que nos despierta a la madrugada? A pesar de eso, al otro día tratamos de recordarlo, de rememorar qué nos pasaba, por qué sufríamos o experimentábamos una vivencia tan extraordinaria que no se corresponde con la vigilia... Lo que inicialmente incomoda, más tarde nos pone a reflexionar.
en la tabula de Leibniz –dicen que vio, dicen que ordenó sus mónadas. luego respiraba, en los colores del prisma, respiraba muy cerca : calculaba cómo. ah, la vastedad del arco ...

Ahora, valiéndose de elucubraciones leibnizianas, la breve ristra de salvas del mexicano, tiende a evidenciar la naturaleza doble de todo acto humano. Por una parte, la ordenación geométrica; por el otro, la fuerza explosiva del color. Por un lado el ritmo innato de la respiración; por el otro, el cálculo de sus intervalos. Finalmente, la vastedad del arco... o la curva envolvente de un sistema infinito de curvas. Lo complejo de un corte que aporta a otra causa: ya colosal o inmedible. La simplicidad de un principio: «A los enunciados –escribía Leibniz en 1678- hay que pedirles que se presten a la investigación; esto se da principalmente cuando aquellos expresan de modo conciso y casi retratan la íntima naturaleza de las cosas, porque entonces ahorran admirablemente el esfuerzo del pensamiento».
En medio de esta serie de implosiones y explosiones del lenguaje, ¿está Jorge Esquinca a destiempo de su hora? Casi a seiscientos años de que Uccello pintara la Batalla de San Romano, su lánguido San Jorge con dragón, el poeta mexicano se rebautiza en el espíritu de la ráfaga concisa, de la intermitencia de puntos cicatrizados, de feroces amputaciones ¿Cuál es la hora de este libro, entonces? La hora en que se despierta sólo el ala de una experiencia que, de erguirse completamente, nos aterraría.
Lo dice mejor él cuando dice:

comenzara, en el revoloteo, en la gracia móvil de tu verbo
–decir : y volando en la artillería, en el tráfago, donde,
perdido pájaro anunciara la aurora de un cómo



Cecilia Romana
octubre de 2006