lunes, 18 de diciembre de 2006

Un poema de Lucio Piccolo


Texto publicado en Radarlibros en 2003.

Lucio Piccolo, nacido en el seno de una noble familia de Palermo (Sicilia) en 1903, fue desconocido para los lectores italianos hasta 1954, cuando, ya maduro, envío una plaqueta a Eugenio Montale, quien quedó fascinado por el preciosismo de los nueve poemas que contenía. Bajo el auspicio (y con prólogo) de Montale, Piccolo publicó su primer libro, Canti barocchi (Mondadori, 1956), definido como una manifestación extemporánea de las peculiares formas que adquirió en Italia la poética postsimbolista: un pariente tardío de Pascoli, de los poetas llamados “crepusculares” y de D’Annunzio, con el que comparte el gusto por la acumulación, el hipérbaton, la expresión lujosa y las atmósferas decadentes de la aristocracia finisecular. Irreductible en gran parte al tono hermético y experimental de la poesía italiana de la primera mitad del XX, la lírica de Piccolo ha sido leída como la puesta en texto del universo perdido de la nobleza palermitana, un mundo cuyo declive, cosas de familia, fue narrado por el primo del poeta, el príncipe de Lampedusa, en El gatopardo (1958).
Lector intempestivo de Proust, de Rilke y de la poesía de Yeats, Piccolo amaba el espléndido barroco que en la Sicilia de los siglos XVII y XVIII erigió ciudades enteras de las ruinas de terremotos y de las iras volcánicas. Cultivaba también la astrología, las lenguas modernas y la contemplación de los conventos en ruinas y de los jardines, caros al manierismo de Góngora y Marino a Lezama y Pasolini. Murió en su villa de Capo d´Orlando (Mesina), a orillas del mar Tirreno, en 1969.
Post-scriptum: Dijo en una oportunidad, refiriéndose a su poética y a la tan remañida cuestión de la "sicilianidad" (no creo que ese porcino grosero de F. F. Coppola lo haya leído nunca): "Esa predilección mía por la oscuridad, por la penumbra, no es, como podría pensare, una actitud meramente externa; responde a una exigencia interna común a nosotros, los sicilianos como en contraste, creo, con la luz que nos rodea exageradamente: refugiarnos en la oscuridad de nosotros mismos y reencontrar lo que hemos perdido; exorcizar el tiempo, la muerte".
Tal vez sea el exceso de luz del que habla Piccolo lo que explique que Sicilia sea pródiga en grandes escritores (de la Scuola Siciliana de la corte de Federico al naturalismo de Verga, al hermetismo de Quasimodo, al sinsentido de Pirandello, al racionalismo iluminado de Sciascia) más que en grandes pintores (más allá del grandioso Antonello de Mesina). Es que cuando la luz es tanta, hay que cerrar los ojos y escuchar la musichella, ese líquido sonido que se derrama del poema de Piccolo.


La meridiana (fragmento)

Mira el agua inexplicable:
contrafuerte, torre, umbral
de granito, pluma, rama, ala, pupila:
todo destroza, diluye, multiplica.
En la ansiosa flexión
lo que era piedra, masa de bastiones,
es una cuenca fatua que pasa, trino de iris, rumor de correntada,
y desaparece en la hoja venturosa;
sueña espacios, y donde llega, brillante y blanda,
no es más que un infinito romperse de gotas efímeras, hinchadas.
Mira el agua inexplicable:
a su tacto el universo es lábil.
y apenas apagas la lámpara y todo
pensamiento se hunde en la sombra sin peso,
la sientes correr ligera y profunda,
y cantae detrás de tus sueños.

En la hora profunda, en las calles meridianas
(donde hay sombra en los mascarones ennegrecidos;
en las canaletas agitadas, hierba y aire marino)
responden las fuentes,
desde el patio vecino (ha dejado la noche en los muros
húmedas incrustaciones de sales, constelaciones
que el rayo desparrama),
desde los jardines colgantes donde se encierra el verde
se liberan cristalinos arcos,
se cruzan en el aire encantado en las plazas
sobre los caballos de espuma helada,
se alzan volutas de sonido radiante
que rompe un instante y rearma
el tierno pulpo; la flor líquida emerge, elude
al silencio y un pasillo entorna entre el canto y el sopor;
se abren zonas de soledad, de transparencias,
y el bordón apoyado en el asiento descansa
y el sueño se eleva...

De Canti barochi

Nota y trad: Diego Bentivegna.