De un reportaje a Homi Bhabha publicado en la edición de Il manifesto del 12 de diciembre:
[E]n la acepción liberal que prevalece el multicuralismo se resuelve en un pluralismo de las identidades, que reproduce y alimenta sin ninguna conciencia filosófica la fijación identitaria y reproduce la lógica uno-muchos de toda la tradición occidental. Sustancialmente, el multiculturalismo trata a las culturas como si fueran estados soberanos diferentes. Lo que sucede es que, en cambio, la globalización fragmenta la lógica de la identidad y la lógica, emparentada con la primera, de la soberanía. Y en la globalización no hay culturas que se mueven compactamente unas contra otras: hay relaciones y alianzas que se conectan transversalmente en cuestiones singulares, económicas, de justicia, o de voice. Lo que se pone a operar en las dinámicas globales no es un dispositivo de identidad, sino de parcialidad y ambivalencia, que despliega una multiplicidad que el multiculturalismo liberal no saber leer.
La practica central que indicás para entrar en esta complejidad es las de la interlocución. La interlocución, ¿se entiende también como Inter-locación?
En febrero voy a presentar Waht does a terrorist want?, un libro que sostiene que es necesario interlocucionar con los terroristas, a diferencia de lo que hicieron los gobiernos Tatcher y Reagan con Mandela, cuando lo estigmatizaban como terrorista. La interlocución no es el diálogo habermasiano que presupone un horizonte común de referencias. En la interlocución no hay fundamentos compartidos, la situación es disyuntiva, desigual, no traducible del todo: la interlocución no se basa en una lengua común, sino en un trauma de la lengua que exige a ambos interlocutores, el carnicero y la víctima, que cambien su propio léxico.
La practica central que indicás para entrar en esta complejidad es las de la interlocución. La interlocución, ¿se entiende también como Inter-locación?
En febrero voy a presentar Waht does a terrorist want?, un libro que sostiene que es necesario interlocucionar con los terroristas, a diferencia de lo que hicieron los gobiernos Tatcher y Reagan con Mandela, cuando lo estigmatizaban como terrorista. La interlocución no es el diálogo habermasiano que presupone un horizonte común de referencias. En la interlocución no hay fundamentos compartidos, la situación es disyuntiva, desigual, no traducible del todo: la interlocución no se basa en una lengua común, sino en un trauma de la lengua que exige a ambos interlocutores, el carnicero y la víctima, que cambien su propio léxico.
Trad: Diego Bentivegna.