miércoles, 15 de abril de 2020

Extractos de la peste XIII: Lucrecio, La peste en Atenas (versión en prosa)


Nota: 4«Con esta visión de muerte multídudinaría, que es a la vez uno de los tramos más perfectos del poema, se cierra el De rerum natura, fiel a su táctica de afrontar el miedo de la muerte sin recurso a atenuación ni ocultación alguna, llevando más bien a sus últimas consecuencias la creencia de que también la muerte es natural» (A. G a r c í a C a l v o , nota al poema).

(...)

Lo más lamentable en estos trances de duelo era con mucho que, cuando cada uno se veía atrapado por la enfermedad, como si estuviese condenado a muerte, le faltaba ánimo, se postraba con el corazón entristecido y, a la espera del fallecimiento, allí mismo perdía la vida. Como que en ningún momento unos por otros dejaban de sufrir el contagio de aquella enfermedad insaciable, y ello más que nada sobre el montón de muertes otra muerte echaba; y es que a los que rehuían visitar a su gente enferma, por ansiosos de vida más de la cuenta y timoratos ante la muerte, los castigaba poco después con muerte mala y deshonrosa, abandonados y sin recursos, el desdén asesino; quienes, en cambio, se habían mostrado dispuestos, se las veían con los contagios y la fatiga que el pundonor entonces les obligaba a afrontar, y asimismo las tiernas voces de los enfermos y sus quejas juntamente, como de reses lanudas o bueyes en manada: el de mayor bondad en cada caso sufría esta clase de muerte  por tanto.
Entierros sin cuento rivalizaban por hacerse a la carrera sin comitiva y, enfrentados unos a otros por dar sepultura a la   gente de su parentela, regresaban hartos de llorar y lamentarse; de ahí buena parte de ellos con la tristeza entraba en cama. Y no era posible hallar ni uno solo que no se hubiera visto afectado por enfermedad o muerte o duelo en ese tiempo. Además, ya todo pastor y ganadero, e igualmente el robusto conductor del corvo arado, desfallecían y en lo hondo de su cabaña quedaban postrados sus cuerpos maltrechos por la pobreza y entregados por la enfermedad a la muerte; sobre sus hijos exánimes podías ver exánimes los cuerpos de los progenitores y, al revés, sobre sus padres y madres, rendir sus vidas los hijos. Y en no pequeña parte desde los campos confluyó en la ciudad la dolencia, que allí una masa afectada de campesinos, venidos con la enfermedad de todas partes, fue juntando. Llenaban todos los ensanches y edificios; cuanto más se apretaban entre sus vahos, iba así la mortandad creciendo a montones. Muchos cuerpos había por la calle acostados o cubrían el suelo arrodillados junto a los caños de las fuentes, perdido el resuello ante el dulzor excesivo de las aguas; y acá y allá, por los parajes públicos disponibles y por calles, verías que muchos cuerpos languidecientes con las carnes ya medio muertas, costrosos de mugre y cubiertos de andrajos, perecían entre excrementos, con solo la piel sobre los huesos ya casi sepultada bajo llagas asquerosas y podredumbre. Todos los santuarios venerables de los dioses, en fin, los había llenado de cuerpos sin vida la muerte, acá y allá los templos de los celestiales quedaban todos cargados de cadáveres, pues estos sitios los sacristanes los habían ido llenando de huéspedes. Y ya ni la religión ni el poder de las divinidades pesaban mucho: tan recio abotargamiento regía ya todos (los corazones; a las divinidades), pues, les ganaba la angustia presente.
Ni en la ciudad se mantenían aquellos usos funerarios que la gente devota solía siempre seguir en los entierros, pues andaba toda ella alterada y temerosa, y cada uno según sus recursos y (el momento) enterraba dolorido a su pariente. Lo repentino (del golpe) y la indigencia invitó a cometer muchas ignominias; porque es que a los allegados, con gran vocerío, los ponían sobre las piras ajenas ya levantadas y metían por debajo las teas, enzarzándose en peleas a menudo de mucha sangre antes que dejar los cuerpos abandonados.

La Belleza y el Tiempo: De Rerum Natura (I)

Lucrecio, De rerum natura. Versión en prosa: La naturaleza, Madrid, Gredos, 2010; Traducción de Francisco Socas.