miércoles, 29 de abril de 2020

Extractos de la peste XXXVII - Martín Fierro: la viruela en las tolderías

 Voy dentrando poco a poco
en lo triste del pasage.
Cuando es amargo el brebage
el corazón no se alegra,
dentró una virgüela negra 815
que los diezmó a los salvages.

   Al sentir tal mortandá
los indios desesperaos
gritaban alborotados:
«cristiano echando gualicho». 820
No quedó en los toldos vicho
que no salió redotao.

   Sus remedios son secretos,
los tienen las adivinas.
No los conocen las chinas 825
sino alguna ya muy vieja,
y es la que los aconseja
con mil embustes la indina.

   Allí soporta el paciente
las terribles curaciones. 830
Pues a golpes y estrujones
son los remedios aquellos,
lo agarran de los cabellos
y le arrancan los mechones.
—16→
   Les hacen mil heregías 835
que el presenciarlas da horror.
Brama el indio de dolor
por los tormentos que pasa;
y untándolo todo en grasa
lo ponen a hervir al sol. 840

   Y puesto allí boca arriba
al rededor le hacen fuego.
Una china viene luego
y al oído le da de gritos.
Hay algunos tan malditos 845
que sanan con este juego.

   A otros les cuecen la boca
aunque de dolores cruja.
Lo agarran allí y lo estrujan,
labios le queman y dientes 850
con un güevo bien caliente
de alguna gallina bruja.

   Conoce el indio el peligro
y pierde toda esperanza.
Si a escapárseles alcanza 855
dispara como una liebre.
Le da delirios la fiebre
y ya le cain con la lanza.

   Esas fiebres son terribles,
y aunque de esto no disputo, 860
ni de saber me reputo,
será, decíamos nosotros,
de tanta carne de potro
como comen estos brutos.

   Había un gringuito cautivo 865
que siempre hablaba del barco
y lo augaron en un charco
por causante de la peste.
Tenía los ojos celestes
como potrillito zarco. 870

   Que le dieran esa muerte
dispuso una china vieja;
y aunque se aflije y se queja,
es inútil que resista.
Ponía el infeliz la vista 875
como la pone la oveja.

   Nosotros nos alejamos
para no ver tanto estrago.
Cruz sentía los amagos
de la peste que reinaba, 880
y la idea nos acosaba
de volver a nuestros pagos.

   Pero contra el plan mejor
el destino se revela.
¡La sangre se me congela! 885
El que nos había salvado,
cayó también atacado
de la fiebre y la virgüela.

   No podíamos dudar
al verlo en tal padecer 890
el fin que había de tener,
y Cruz que era tan humano:
«Vamos, -me dijo-, paisano,
a cumplir con un deber».

   Fuimos a estar a su lado 895
para ayudarlo a curar.
Lo vinieron a buscar
y hacerle como a los otros;
lo defendimos nosotros,
no lo dejamos lanciar. 900

   Iba creciendo la plaga
y la mortandá seguía;
a su lado nos tenía.
Cuidándolo con pacencia.
Pero acabó su esistencia 905
al fin de unos pocos días.

   El recuerdo me atormenta,
se renueva mi pesar.
Me dan ganas de llorar
nada a mis penas igualo; 910
Cruz también cayó muy malo
ya para no levantar.

   Todos pueden figurarse
cuánto tuve que sufrir;
yo no hacía sino gemir 915
y aumentaba mi aflición,
no saber una oración
pa ayudarlo a bien morir.

   Se le pasmó la virgüela,
y el pobre estaba en un grito. 920
Me recomendó un hijito
que en su pago había dejado,
«ha quedado abandonado
-me dijo-, aquel pobrecito.»

   «Si vuelve, busquemeló, 925
-me repetía a media voz-,
en el mundo éramos dos
pues él ya no tiene madre:
que sepa el fin de su Padre
y encomiende mi alma a Dios.» 930

   Lo apretaba contra el pecho
dominao por el dolor.
Era su pena mayor
el morir allá entre infieles,
sufriendo dolores crueles 935
entregó su alma al Criador.


   De rodillas a su lado
¡yo lo encomendé a Jesús!
Faltó a mis ojos la luz.
Tube un terrible desmayo. 940
Cai como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz.

Portada


Extracto del canto 6 de la Vuelta de Martín Fierro, de José Hernández, Buenos Aires, 1879.