El anónimo cronista dedica al exterminio de los leprosos la misma atención que a los acontecimientos meteorológicos insólitos. Otras crónicas del mismo período hablan de la vicisitud con más emoción. Los leprosos, dice una, “fueron quemados en casi toda Francia, porque habían preparado venenos para matar a toda la población”. Otra, la crónica del monasterio de Santa Caterina de monte Rotomagi: “En todo el reino de Francia los leprosos fueron encarcelados y condenados por el Papa; muchos fueron enviados a la hoguera; los supervivientes fueron recluidos en sus habitaciones. Algunos confesaron que habían conspirado para matar a todos los sanos, nobles y no nobles, y para tener dominio sobre el mundo entero." […] Todavía más amplio es el relato del inquisidor dominico Bernard Gui. Los leprosos, “enfermos de cuerpo y alma”, habían echado polvos venenosos en las fuentes, pozos y ríos para transmitir la lepra a los sanos y hacerlos enfermar o morir. Parece increíble, dice Gui, pero aspiraban al dominio de las ciudades y de los campos; ya se habían repartido el poder y los títulos de condes y barones. Muchos, tras haber sido encarcelados, confesaron haber estado en reuniones secretas, y que sus jefes habían dedicado dos años a urdir la conspiración. Pero Dios tuvo piedad de su gente: en muchas ciudades y pueblos los culpables fueron descubiertos y quemados. Por otra parte, la población enfurecida, sin esperar un juicio en regla, destruyó las casas de los leprosos y las quemó con sus moradores dentro. Ahora bien, posteriormente se decidió proceder de manera menos precipitada; desde entonces en adelante los leprosos supervivientes que habían resultado inocentes fueron, por decisión previsora, recluidos en lugares en los que tendrían que quedarse hasta consumirse, a perpetuidad y sin salir. Y para que no pudieran hacer daño ni reproducirse, los hombres y las mujeres fueron rígidamente separados.
anto la destrucción como la reclusión de los leprosos habían sido autorizadas por Felipe V el Largo, rey de Francia, en un edicto emitido en Poitiers el 21 de junio de 1321. Puesto que los leprosos —no sólo en el reino de Francia, sino en todos los reinos de la cristiandad— habían intentado matar a los sanos envenenando aguas, fuentes y pozos, Felipe había hecho encarcelar y quemar a los reos confesos. Con todo, algunos permanecieron impunes; y he aquí las medidas adoptadas respecto a ellos. Todos los leprosos supervivientes que habían confesado el crimen habían de ser quemados. Los que no querían confesar debían ser sometidos a tortura; y, cuando hubieran confesado la verdad, habían de ser quemados. Las mujeres leprosas que hubieran confesado el crimen, espontáneamente o por efecto de la tortura, debían ser quemadas, a menos que estuvieran embarazadas; si lo estaban, habían de permanecer separadas hasta el parto y el destete del niño y ser posteriormente quemadas. […] Un año más tarde el sucesor de Felipe V, Carlos el Hermoso, confirmó que debían ser recluidos.
Por primera vez en Europa se decidía un programa de reclusión masivo. En los siglos sucesivos, a los leprosos se añadirían otros personajes: los locos, los pobres, los criminales, los judíos. Pero los leprosos iniciaron el camino.
Ilustración del manuscrito del siglo XII “Moralia in Job”, París, Biblioteca Nacional. |
Carlo Ginzburg, Historia nocturna, Barcelona, Muchnik, 1991. Traducción de Alberto Clavería Ibáñez.