domingo, 19 de abril de 2020

Extractos de la peste XXIII - Luigi Pirandello: la muerte soy yo

"En mis ojos tenía que haber una expresión de miedo y de piedad por aquellos seis caídos y por todos los que me rodeaban; tal vez sonreía, diciéndole a este o a aquel, mientras me abría paso: «Basta un soplo… así… así…», mientras el joven médico, testarudo hasta el final, gritaba: «¡La epidemia! ¡La epidemia!». La gente empezó a huir, y yo me vi aún, por poco tiempo, en medio de toda aquella muchedumbre que corría asustada, me vi avanzar, yo solo, a paso lento, pero como un borracho que habla consigo mismo, dulce y apenado. Hasta que llegué, no sé cómo, ante el escaparate de una tienda, siempre con aquellos dos dedos ante la boca y en acto de soplar —así… así…—, tal vez para dar prueba de la inocencia de aquel gesto, mostrando que lo hacía también sobre mí mismo. Me entreví por un instante en aquella superficie reflectante, con ojos que yo mismo no sabía cómo mirar, hundidos en mi rostro de muerto; luego, como si el vacío me hubiera tragado, o un vértigo me hubiera secuestrado, dejé de verme. Toqué el cristal, estaba allí, delante de mí, lo veía y yo no estaba, me toqué la cabeza, el torso, los brazos, sentía mi cuerpo bajo mis manos, pero no lo veía y tampoco veía las manos con que me lo tocaba. Sin embargo, no estaba ciego, lo veía todo, la calle, la gente, las casas, el escaparate, sí, lo tocaba de nuevo y me acercaba para buscarme en él, pero no estaba allí, tampoco estaba la mano que sentía bajo los dedos el frío del cristal. Tuve el impulso frenético de meterme en él para buscar mi imagen viva, desvanecida y, mientras permanecía así, contra el espejo, alguien, saliendo de la tienda, me embistió y lo vi retroceder horrorizado y con la boca abierta en un grito de loco que no salía de su garganta. Había tropezado con alguien que tenía que estar allí, y no lo estaba, no había nadie. Surgió, prepotente, en mí, la necesidad de afirmar que allí estaba, hablé como en el aire, soplé sobre su rostro: «¡La epidemia!», y con una mano en su pecho, lo derribé. Mientras tanto la calle —tumultuosa por los que habían huido y que ahora, con rostros animados, volvían atrás, buscándome— se llenaba de gente que surgía de todas partes, rebosante, como un humo denso de rostros cambiantes que me asfixiaba, evaporándose en el delirio de un sueño espantoso. Aunque aquella gente me empujaba, podía avanzar, abrir un surco con el soplo de mis dedos invisibles. ¡La epidemia! ¡La epidemia! No era yo, ahora lo entendía, al fin: era la epidemia, y larvas, sí, todas larvas de vidas humanas que un soplo se llevaba. ¿Cuánto duró aquella pesadilla? Necesité toda la noche y parte del día siguiente para salir de aquella multitud y, tras liberarme finalmente también del espacio estrecho de las casas de la ciudad horrenda, me sentí, en el aire del campo, aire yo también. Todo era dorado por el sol; no tenía cuerpo, no tenía sombra; el verde era tan fresco y nuevo que parecía brotado ahora mismo de mi extrema necesidad de alivio, y era tan mío, que me sentía tocar en cada brizna de hierba movida por el impacto mínimo de un insecto que se posaba en ella; intentaba volar, con un vuelo casi de papel, paralelo, de dos mariposas blancas y enamoradas, y como si verdaderamente ahora fuera una broma, un soplo, las alas de aquellas mariposas caían leves en el aire, como pedazos de papel. Más allá, en un banco resguardado por unas adelfas, estaba sentada una joven con un vestido de gasa celeste, un gran sombrero de paja adornado con pequeñas rosas; parpadeaba; pensaba, sonriendo con una sonrisa que la hacía lejana como una imagen de mi juventud; tal vez no era nada más que una imagen de la vida, sola en la tierra. ¡Un soplo! Enternecido hasta la angustia por tanta dulzura, permanecía allí, invisible, con las manos entrelazadas y reteniendo el aliento, mirándola desde lejos. Y mi mirada era el aire mismo que la acariciaba sin que ella se sintiera tocar."


Luigi Pirandello - PirandelloWeb.com - Teatro de arte dramático ...

Final de la "novella" “Soffio”,  incluida en el volumen Berecche e la guerra (1934).
Publicada originalmente en la revista Pegaso, en julio de 1931.
Versión castellana de Marilena de Chiara, incluida en Tengo mucho que contarte. Cuentos para un año. III, Madrid, Nórdica, 2015.